Florencia, recostada en la enorme cama de la habitación de Francesco, no despegaba la vista de su tablet. El hombre, atraído por la vista de sus piernas bajo la corta bata de seda, no hizo esfuerzo alguno por resistirse a tocarlas. Entre caricias y besos fue subiendo desde los pies hasta la cadera.—¿Qué crees que pudo pasarle en la uña? —preguntó ella, viendo una fotografía del pie de Alessa.—Su cuerpo estaba todo golpeado, Flo. Puede que no se le haya borrado todavía.—Es que parece reciente. Si es de entonces, debería haberse puesto negra. ¿Te has dado un golpe en una uña?—Crecí como un chico rico, nunca en mi vida he usado un martillo, pero te creo. Tal vez accidentalmente la golpearon mientras la transportaban en la silla.Era posible, bastante factible de hecho, pero la paranoia se había instalado en la cabeza de Florencia y sólo podía pensar lo peor. —Esta jaqueca no se me quita —se quejó ella.—¿Y qué esperabas? Has estado muy tensa, el estrés te está afectando, sin mencion
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