Él teléfono fijo sonó, y el identificador de llamadas me indicó que era Layla. Eliza levantó la vista, entregándome esa mirada jusgona, tan suya. Descolgué el auricular pero me dirigí a ella. —Es importante —susurré—. Mi mejor amiga está intentando alquilarme un apartamento por teléfono porque yo no puedo moverme de aquí… Tres voces me atacaron al mismo tiempo. La de Eliza era comedida y serena. «Yessica por favor», había empezado a decir en el mismísimo instante en que Lay aullaba «¡Nos avalan, Yess, nos avalan! ¿Me oyes?». Sin embargo, aunque ambas me hablaban a mí, no podía oírlas. La única voz que alcancé a escuchar, alta y clara y rusa, fue la de Markus, quien en ese preciso instante regresaba de su almuerzo. —¿Algún problema, Yessica? ¡Ostras, había dicho mi nombre! Estaba inclinado hacia mí, como si se dispusiera a escuchar lo que me decían por teléfono y yo reaccionó por instinto. Colgué de inmediato, confiando en que Layla lo entendiera, mientras me preparé mentalmen
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