Andrea se removió en su cama toda la noche, y no solo porque su nana no lo dejó quedarse con el niño en la clínica, sino porque no podía olvidar los ojos de gato de Amber, además de sus besos, sus labios rosas y su carita hermosa, era como había dicho su hijo, un ángel, un ángel que lo incitaba a cometer el más delicioso pecado.Abrió los ojos en medio de la madrugada, tenía el corazón agitado y de su frente brotaba mucho sudor a pesar de que la temperatura en su habitación era fresca. Luego miró su pantalón y entendió el porqué su cuerpo estaba empapado. Su miembro estaba tan duro como una roca, duro y goteante.Se relamió los labios. Andrea no era de esos hombres que se masturban, siempre controló sus emociones, de hecho, nunca fue un jovencito que descargara sus hormonas con su mano, pero, ¡joder! Había algo en ella que lo estaba volviendo loco, que lo incitaba a tocarse, y debía calmar sus sentimientos antes que cometiera una locura y comiera a su secretaria en su oficina, en el e
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