Estamos a mano
Andrea no sabía porque sentía la respiración agitada, porque tenía el corazón contraído y porque un nudo enorme se posaba en su garganta. Conducía sin saber a donde iba, su corazón estaba acelerado y si no fuera por la llamada con urgencia en su móvil seguramente fuera parado a un lugar desconocido.

—Si —contestó de prisa al ver el remitente.

El freno de su auto se sintió en seco, cuando escuchó las palabras de su nana en el otro lado; sus manos comenzaron a sudar en ese momento.

Cuando llegó a la clínica estaba asustado, era como revivir la escena exacta del día que murió Astrid, la desesperación de no poder verla por última vez por no encontrar su cuerpo lo embargo, y ahora qué podía perder lo único que tenía de ella y lo que más amaba en su vida lo hacía sentirse miserable.

—¿Dónde está? —preguntó acelerado.

—Mi niño, lo siento mucho —dijo Ramona mientras lloraba.

—Dime qué está bien nana —preguntó con las lágrimas a punto de caer de sus ojos.

—Por suerte está bien mi niño, solo
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