AmayaAmaba tener citas con mi esposo, eran sin duda una de las cosas más dulces de todas y si me hubiesen preguntado al respecto sobre ello antes, me hubiese reído mucho sobre el tema más inesperado del maldito mundo, más de lo que pudiese apreciar para ser honesta. Era ridícula la situación, más que todo porque no era parte de mi plan de vida, de lo que soñaba para mí y aunque ya lo había hablado y pensado antes, el resultado simplemente vino a morderme el trasero.Y con muchísima fuerza.Ya eran dos meses de felicidad, de construir una rutina en la que realmente actuábamos como esposo, sino que nos comenzábamos a respetar, a tratar como igual, a considerarnos. En ese mes que se sumó al que ya tenía en Las Vegas, no solo había aprendido a centrarme más, a gozar de mí misma, a explorar el mundo del matrimonio, sino que había hecho una excelente conexión con Gemma y luego de mi acto de grado, al que ninguno de mis padres pudo asistir por problemas de agenda y me sentí terriblemente ma
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