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Todos los capítulos de Padre soltero busca niñera: Capítulo 51 - Capítulo 60
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51. El amor debe vencer
Daría todo, y cuanto fuese necesario, por dar con el paradero de la mujer que amaba.Los exámenes de laboratorio se lo enviarían por Email dentro de las próximas horas, aunque ese asunto por el momento lo tenía sin cuidado, Cecilia había regresado con un único cometido y no iba a consentirlo, eso sí que no, pero antes, antes su prioridad era otra.— Ya el equipo de investigación nos está esperando, Cristo, pero tienes que estar calmado — le dijo Mateo, de camino al lugar de la reunión.El brasileño suspiró y negó con la cabeza, contenido, asustado. ¿Calmado? Era muy probable que su ninfa estuviese lejos en ese momento, en quien sabe dónde, creyendo que su amor y devoción por ella eran solo falsedades. ¿Cómo diablos se podía estar calmado con algo así?Llegaron al encuentro minutos más tarde. Cristo sabía hacia donde dirigirse, así que no esperó a su amigo y se adelantó con esa sensación horrible incrustada en el pecho hasta el elevador.— Cristo… — su amigo lo alcanzó, tomándolo por e
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52. He venido a recuperarte
Cecilia se había ido de la hacienda; fue lo que le dijo Leandro poco antes de finalizar aquella llamada. Salomé también estaba bien, aunque inquieta, no paraba de preguntar por Galilea y llorarla. Eso le destrozó el corazón, así que supo que había tomado una razonable decisión al mantenerla alejada del monstruo de su madre; no quería que su supervivencia la dañara, no estaba lista para asumir una noticia como esa.Se dejó caer sobre el mullido sofá y enterró el rostro en sus manos, exhausto de ese día; de todo. Cada segundo lejos de Galilea era, como le había dicho a Mateo esa misma tarde… cómo si le faltara el aire, cómo si su corazón tuviese espinas que lo lastimaban cada vez que hacía el mínimo esfuerzo.¿Dónde estás, ninfa? Se preguntó, alzando la vista y observando a través de la ventana de su suite. Varios minutos después, el cansancio era tan grande que ni siquiera supo cómo se quedó dormido, pero lo hizo sin dejar de evocarla un solo segundo.Cuando despertó, adolorido por la
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53. La única verdad
Su reacción fue casi instantánea.— ¡Gali! — acortó la distancia que dolorosamente los separaba y la capturó de la cintura antes de que pudiera desvanecerse y provocarse daño. Sin preguntarle o pedir permiso, la cargó en sus brazos.Ella, débil, pero todavía consciente, lo miró con gesto horrorizado, alterado.— ¿Q-qué haces? — le preguntó con voz pausada.— Cuidarte — respondió él — ahora y siempre.Su corazón vibró.— Bájame ahora mismo, Cristopher — le exigió, removiéndose sin esfuerzos. Él la tenía delicadamente presa en sus brazos.Con ella a cuestas, atravesó el jardín y la llevó hasta una terraza de la casa donde hacía sombra. Allí la bajó con sumo cuidado y se quedó helado por un par de segundos al ver que ella aprovechaba para interponer distancia entre ellos.— Gali…— No entiendo por qué estás aquí — le interrumpió ella, fría, dolida, engañada — deberías estar en la hacienda con tu… — se silenció a sí misma bruscamente y se giró, no soportaba su presencia allí, su engaño.C
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54. Hacerte mi esposa
Galilea abrió los ojos al sentir sus labios sobre los suyos, tomándola como únicamente él sabía hacerlo. Al principio se quedó helada, pero después, como un autómata, comenzó a responder, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al suyo, su cálida lengua buscar la suya; sin más, lo acercó a su boca y le ofreció la suya, con la otra mano aferrándose a su camisa.Tenía los sentidos nublados, no podía pensar con claridad, no cuando él lo poseía todo de ella.Cristopher gimió ante el grato recibimiento y la tomó de la cadera, acariciando esa zona por encima de la tela de su vestido y deseando arrancárselo allí mismo, aunque no fuese propio; estaban en la casa de su madre. Sin embargo, nada evitó que sedujera su boca con devoción, increíble placer.Esa mujer esa suya y él era de ella, no había más explicación que secundara tal entrega, y es que la forma en la que sus dedos delgados, suaves y delicados lo exploraban, era única, podía reconocer ese contacto incluso a ojos cerrados.Pasados los
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55. El comienzo de una batalla
La paz que creía haber conseguido con su ninfa acabó en el instante en el que cruzó la puerta de la casa grande; allí todos estaban a la expectativa, preocupados. Las mujeres del servicio estaban reunidas en la cocina y los peones en el salón, preguntándose qué pasaría con ellos, con sus trabajos y sus hogares.— Patrón, qué bueno que ha llegado — se le acercó Eduarda al verlo; tenía los ojos rojos y cargados de un sentimiento de incertidumbre que a él le hizo el corazón muy pequeño — Esos señores dicen que debemos irnos, usted sabe que nosotros no tenemos nada más, por favor, no permita que nos echen.Las demás la secundaron con lamentos que entre una y otro ya no logró entender lo que decían, aunque sabía que la preocupación era la misma.— Tranquilícense, este es su hogar y de aquí nadie las va a sacar — pronunció, primero pasarían por encima de él antes de permitir algo así. Toda esa gente dependía absolutamente de él.En eso, Leandro le indicó que le esperaban en el despacho y fu
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56. Un hombre enfermo... y enamorado
Esa mañana se había sentido increíblemente fatigado, como si no hubiese dormido en lo absoluto, le dolía la cabeza y tenía los músculos más tensos que de costumbre; sin embargo, no prestó atención a ninguno de los síntomas, al menos no hasta que su ninfa lo recibió otra vez en el jardín, colgándose de su cuello y besándola con una devoción por demás increíble, justo como a él le gustaba.— Dios, no tienes idea de cómo echaba de menos esto — musitó contra su boca, saboreándola sin prisas.Ella se alejó sonrojada y lo miró un poco extrañada.— ¿Estás bien? — le preguntó, acariciando dulcemente su mejilla — Te noto un poco tenso.Cristo asintió, pegándola otra vez contra él para reanudar lo que en un principio estuvieron haciendo.— Cristo… — musitó, preocupada.— Estoy bien, lo prometo, solo déjame besarte un poco más — gruñó, su sabor nunca lo decepcionaba. Esa ninfa tenía el poder absoluto para embrutecerlo. Por Dios, y tanto que le gustaba estar poseído por ella.— Solo estás persuad
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57. Juicio final
Todo había salido bien.La criatura se formaba sin contratiempos y la futura madre era muy saludable.Despedirse fue lo que resultó una tortura, pues ese par se anhelaban a cada segundo y sabían que no se verían hasta después del juicio; sin embargo, rogando para que todo saliese a favor, fue lo que hicieron.— Cuida de nuestro hijo, por favor — le pidió él, recargando su frente contra la suya y rozando sus labios delicadamente.Ella sonrió a medias y asintió.— Tú también debes cuidarte — musitó, afligida por tener que separarse del hombre que amaba — prométeme que lo harás.— Gali…— Cristo, por favor, promete que te cuidarás y seguirás las indicaciones del doctor — suplicó en voz baja.— De acuerdo, lo prometo.Los días siguientes pasaron impresionantemente lentos. Manuela intentaba de cualquier forma darle consuelo, pero ella estaba casi de los nervios, solo fingía cuando Salomé estaba presente, pero después volvía a sentir ese nudo opresor en el pecho.Cristopher regresó a la sui
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58. Soy libre para ti
Todo sucedió muy rápido, demasiado quizás.Cuando la noticia llegó a ella, no lo pensó dos veces; necesitaba ir, Dios, necesitaba estar con él o iba a enloquecer en cualquier segundo.Un equipo de seguridad se encargó de trasladarla hasta el hospital de río, pues con todo lo acontecido en los tribunales, los medios parecían buitres en busca de alguna primicia.Tan pronto llegaron, ella no esperó a nada ni a nadie, entró casi corriendo hasta la recepción y allí, cerca, no solo se topó con Mateo y el padre de Cristo, sino con toda la gente de la hacienda, quienes aguardaban en silencio y con semblante preocupado.— Gali…— su amigo se acercó con gesto abatido.— ¿Dónde está? — exigió saber ella, con la voz quebrada el corazón a punto de perforarle el pecho — Quiero estar con él, me necesita, por favor, déjame ir.— Tranquila — susurró, intentando calmarla — ya fue ingresado a urgencias y está en buenas manos, me he encargado personalmente de que así sea.— Por favor, quiero verlo — pidió
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59. Una dolorosa verdad y un hombre optimista
— ¿Se te perdió algo? — Mateo se interpuso entre su amiga y el hombre que la había dañado de una forma incluso abominable. No consentiría que se le acercara ni medio centímetro más.— No quiero problemas, solo quiero hablar con ella… por favor — pidió de manera pausada, como si su propia voz le pesara.Galilea pasó el trago amargo de su presencia y se quedó en su sitio durante un par de segundos. La última vez que había visto a Alex fue en ese mismo lugar, y si no fuese porque conocía perfectamente el timbre de su voz, habría creído que estaba en presencia de otro hombre.Su exmarido lucía como si hubiesen pasado diez años sobre él en solo cuestión de meses. Siempre había sido un hombre atlético y de ese ya no quedaba nada; aunque lo había notado la última vez, solo que no a grandes escalas. El hombre que le devolvía la mirada a unos cuantos pasos estaba absolutamente irreconocible, su semblante mortecino y ojeras tan oscuras como profundas eran su adorno principal.Mateo dio un paso
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60. La felicidad todavía no era un hecho
La mañana del día siguiente, a primera hora, ella se presentó en el hospital custodiada por los hombres de negro. Era así cómo los había nombrado Salomé cuando se supo — sin saber los motivos — seguida por esos señores grandes de trajecito oscuro.Periodistas no solo seguían merodeando la casa de los padres de Cristo, sino que el hospital tampoco seguía siendo un lugar seguro para entrar, ya que todas las entradas estaban abarrotadas de ellos.Formando un escudo alrededor de ella, el equipo de seguridad le consiguió el ingreso sin tener que dar explicaciones o que su cara fuese la portada de la próxima revista de cotilleo.Cuando se supo a salvo, tomó una bocanada de aire y se quitó la chaqueta de con capucha que le había facilitado uno de los hombres, y con apenas audible gracias, entró a la habitación de su hombre.Él ya estaba sentado en el filo del colchón cuando ingreso y Leandro atendía sus necesidades cómo ayudarle a colocarse una camisa de la muda de ropa que notó le habían tr
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