Los días pasaron y Joseph, cada día, dormía menos. Eso había comenzado a preocupar a Mary, la mujer que, básicamente, lo había criado. —Eileen —le dijo en un momento en el que ambas se encontraron a solas en la cocina—, ¿no crees que esto se le está yendo de las manos?—Lo sé, pero ¿qué puedo hacer? Llevo una semana intentando hacerle entender que él no tiene la culpa. Pero está obcecado. —Si sigue así, terminará hospitalizado —repuso Mary con gesto de preocupación.—Pues, tú lo conoces más que yo, creo que sabes que no parará hasta que no esté o en un hospital o dé con lo que necesita. —Eileen suspiró y dibujó una mueca de culpabilidad—. Y la verdad —añadió—, por una parte, me alegra que esté tan empeñado en buscar a John. Joseph cree que, al encontrarlo, también hallará las pruebas que necesita para saber su verdad. —Lo sé, cariño, pero… ¿y tú? —Yo hago lo que puedo, Mary, hago lo que puedo. También me paso las noches en vela y lo sabes, pero intento estar tranquila porque sé que
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