No obstante, pese a la insistencia de Eileen, Joseph abrió los archivos y comenzó a leerlos.Mientras lo hacía, Eileen, sin saber cómo reaccionaría Joseph ante aquella noticia, comenzó a alejarse hacia la puerta.Sin embargo, no alcanzó a tomar el picaporte cuando una exclamación, proveniente de su exmarido, la hizo pararse en seco.Se dio media vuelta en el momento exacto en el que Joseph, quien se había llevado las manos a la cabeza y miraba la pantalla del ordenador con cara de incredulidad, alternando la mirada entre cada uno de los archivos. Un segundo después, Joseph tomó en el portátil, se levantó y, con una fuerza sobrehumana, estampó el aparato contra la pared que tenía frente a él.El ordenador impactó de lleno contra el cuadro del matrimonio de Lydia y Alfred, sus padres.Se sentía un imbécil, más imbécil de lo que se había sentido durante el último tiempo. No podía entender cómo había sido tan ciego. La verdad siempre había estado delante de sus narices, al menos, en cuant
—Déjame a solas, por favor —le pidió Joseph a Eileen. Se sentía desfallecer. No sabía qué diablos pensar. ¿Toda su maldit4 vida había sido una completa mentira? ¿Qué era verdad y qué no de todo lo que sus padres le habían dicho? «Eso, si es que ellos son mis padres», pensó con pesar. Sin embargo, eso era una de las más pequeñas de sus preocupaciones. Por culpa de su afán de saber si los trillizos eran sus hijos o no, por culpa de sus dudas hacia las palabras de Eileen, había dejado la clínica, dándole la oportunidad al secuestrador para llevarse a uno de los niños, uno de los pequeños que, ahora, confirmaba que eran sus hijos.Eileen lo miró con pesar. Temía que, de dejarlo solo, comenzara a beber de nuevo. Sin embargo, la frialdad y el desánimo en los ojos de Joseph la hicieron obedecer de inmediato.No sabía por qué, pero no le daba miedo, sino que, más bien, le daba pena verlo en ese estado.«Si tan solo hubiese creído en mis palabras», pensó y suspiró, antes de asentir y diri
Los días pasaron y Joseph, cada día, dormía menos. Eso había comenzado a preocupar a Mary, la mujer que, básicamente, lo había criado. —Eileen —le dijo en un momento en el que ambas se encontraron a solas en la cocina—, ¿no crees que esto se le está yendo de las manos?—Lo sé, pero ¿qué puedo hacer? Llevo una semana intentando hacerle entender que él no tiene la culpa. Pero está obcecado. —Si sigue así, terminará hospitalizado —repuso Mary con gesto de preocupación.—Pues, tú lo conoces más que yo, creo que sabes que no parará hasta que no esté o en un hospital o dé con lo que necesita. —Eileen suspiró y dibujó una mueca de culpabilidad—. Y la verdad —añadió—, por una parte, me alegra que esté tan empeñado en buscar a John. Joseph cree que, al encontrarlo, también hallará las pruebas que necesita para saber su verdad. —Lo sé, cariño, pero… ¿y tú? —Yo hago lo que puedo, Mary, hago lo que puedo. También me paso las noches en vela y lo sabes, pero intento estar tranquila porque sé que
—¡Maldit4 sea! —exclamó Joseph, golpeando el volante del coche, mientras conducía a toda velocidad.No podía ser. ¿Qué clase de brujería les habían echado para que todo les pasara a ellos? ¿Es que acaso no podía tener ni un mínimo respiro?Él no creía en hechizos ni en nada paranormal, pero todo lo que les había sucedido hasta la fecha distaba mucho de ser normal.Con dificultad, se incorporó a la carretera, procurando no perder de vista el BMW que iba frente a él a varios coches de distancia. No podía dejar que se escapara. Quizás no pudiera detenerlo, pero, al menos, sabría dónde llevaban a Eileen.El conductor del BMW parecía no haberse percatado de que lo seguía y, si lo había hecho, probablemente pudiera estar pensando en tenderle una trampa, por lo que Joseph, procuró mantenerse a una distancia prudencial y a una velocidad que no llamara demasiado la atención. Además, no le convenía en lo más mínimo que lo detuviera la policía por conducción imprudente.Si bien intentaba mante
Joseph y George se miraron el uno al otro, como pidiéndose el visto bueno, o, más bien, como preguntándose quién se aventuraría primero hasta la ventaba abierta que se encontraba en la segunda planta del edificio abandonado.Joseph asintió con la cabeza, indicándole a George que él iría primero. Acto seguido, se asió de un enorme caño que, antaño, debía pertenecer a una escalera de emergencias, ya que tenía sobresalientes por ambos lados, lo que le permitía el ascenso hasta la segunda planta. Una vez que llegó a la ventana, cuyo cristal estaba roto, se introdujo en el amplio almacén y comprobó que había entrado por lo que, en sus mejores momentos, había sido una oficina.A continuación, tras cerciorarse de que no se oía ni el más mínimo ruido y que no había nadie en aquella habitación, se asomó por la ventana y le hizo señas a George para que lo imitara. Sin perder un segundo, George comenzó a subir y lo hizo tan rápidamente que en medio minuto ambos ya estaban en la puerta de la o
Mientras Joseph se dirigía a una pequeña caseta que había en la parte trasera, George se encaminó hacia el interior de la fábrica. El miedo le recorría las venas y temía lo peor. Aquel llanto, le erizaba la piel. La gran cantidad de películas de terror que había visto en su vida, le hacían sentir que el llanto de un bebé en plena noche, en un sitio abandonado, no era sinónimo de buena suerte, estaba totalmente alejado de ser un buen augurio. Sin embargo, su intriga podía más que sus temores.Aquel llanto se oía humano, real, nada de ultratumba. Aunque, sí era cierto, que se oía con tal desconsuelo que eso lo angustiaba más que el simple hecho de toparse con un fantasma. ¿Y si había alguien con el pequeño haciéndole daño? ¿Por qué no lo habían oído al entrar? ¿Sería una trampa?No tenía ni la más mínima idea, por ese mismo motivo no le quedaba más remedio que adentrarse y revisar cada una de las estancias, a pesar de que ya lo hubiesen hecho.No obstante, cuando comenzó a recorre
Mientras George conducía en dirección a la vivienda de Joseph, este le indicaba cuál era el camino más rápido para llegar a la mansión.No veía la hora de poner a John a resguardo.Se sentía cansado, pero, a la vez, completamente exaltado. Pese al agotamiento, tenía todos los sentidos en alerta.No sabía por qué, pero, durante el trayecto hasta la Villa Anderson no podía dejar de mirar por la ventana del coche. Como si, por obra del destino, o de lo que fuera, pudiera vislumbrar el BMW en el que Eileen había sido secuestrada y transportada hasta solo Dios sabía dónde; pese a que sabía que era difícil, por no decir: imposible.Cuando llegaron a la mansión de Joseph, Mary, quien había escuchado el rugido del motor del Cadillac en la lejanía, abrió la puerta y salió a su encuentro.En cuanto vio a George bajar del lado del volante, su ceño se frunció hasta casi formar una perfecta V.Acto seguido, se acercó al vehículo, con la intención de preguntarle a aquel hombre qué era lo que habí
Eileen tenía los ojos vendados y no sabía dónde demonios se encontraba.Una vez que la habían subido al coche de color negro, le habían vendado los ojos para que no pudiera ver hacia dónde se dirigían.No obstante, había procurado recordar el recorrido desde la mansión.No había sido tarea fácil, pero, para no desesperarse, lo repetía una y otra y otra vez en su mente.Sin embargo, había algo que le preocupaba aún más. ¿Qué hacía allí y por qué? Pero, sobre todo, ¿dónde estaba su hijo?Quiénes la habían privado de su libertad, ¿serían las mismas personas que habían sacado a John del sanatorio?No estaba segura, pero su instinto maternal le decía que era muy probable.Si era así, quizás, si lograba escapar con vida, pudiera hacerlo junto a su hijo. Si es que aquellos malnacidos, no le habían hecho nada su pequeño.Procuró mentalizarse de que John estaba bien y de que pronto saldría de ahí.¿Cómo?No tenía ni la más mínima idea.Solo sabía que tenía que resistir todo lo posible y no sucu