Mientras George conducía en dirección a la vivienda de Joseph, este le indicaba cuál era el camino más rápido para llegar a la mansión.No veía la hora de poner a John a resguardo.Se sentía cansado, pero, a la vez, completamente exaltado. Pese al agotamiento, tenía todos los sentidos en alerta.No sabía por qué, pero, durante el trayecto hasta la Villa Anderson no podía dejar de mirar por la ventana del coche. Como si, por obra del destino, o de lo que fuera, pudiera vislumbrar el BMW en el que Eileen había sido secuestrada y transportada hasta solo Dios sabía dónde; pese a que sabía que era difícil, por no decir: imposible.Cuando llegaron a la mansión de Joseph, Mary, quien había escuchado el rugido del motor del Cadillac en la lejanía, abrió la puerta y salió a su encuentro.En cuanto vio a George bajar del lado del volante, su ceño se frunció hasta casi formar una perfecta V.Acto seguido, se acercó al vehículo, con la intención de preguntarle a aquel hombre qué era lo que habí
Eileen tenía los ojos vendados y no sabía dónde demonios se encontraba.Una vez que la habían subido al coche de color negro, le habían vendado los ojos para que no pudiera ver hacia dónde se dirigían.No obstante, había procurado recordar el recorrido desde la mansión.No había sido tarea fácil, pero, para no desesperarse, lo repetía una y otra y otra vez en su mente.Sin embargo, había algo que le preocupaba aún más. ¿Qué hacía allí y por qué? Pero, sobre todo, ¿dónde estaba su hijo?Quiénes la habían privado de su libertad, ¿serían las mismas personas que habían sacado a John del sanatorio?No estaba segura, pero su instinto maternal le decía que era muy probable.Si era así, quizás, si lograba escapar con vida, pudiera hacerlo junto a su hijo. Si es que aquellos malnacidos, no le habían hecho nada su pequeño.Procuró mentalizarse de que John estaba bien y de que pronto saldría de ahí.¿Cómo?No tenía ni la más mínima idea.Solo sabía que tenía que resistir todo lo posible y no sucu
Joseph ya no sabía qué pensar. Sabía que Patsy y Charles no eran trigo limpio, y tampoco sus hermanas, pero de ahí a complotarse para hacerles la vida imposible. Pero la pregunta crucial era: ¿por qué? ¿Por qué querían alejar a Eileen de él? —Creo que tengo la respuesta —dijo George, quien parecía más conectado con él que nadie. No sabía cómo, pero, en el poco tiempo que llevaban juntos, este había adivinado sus pensamientos en más de una ocasión. —¿Cuál? —preguntó Joseph, verdaderamente intrigado. —Eileen era la guardiana de los archivos de desaparecidos. Su padre le legó el puesto, puede que su padre supiera algo que tu familia quiera esconder y que teman que Eileen sea la llave. —Pero ¿el qué? —Ten —dijo metiendo la mano nuevamente en su bolsillo y extrayendo un nuevo dispositivo USB. —¿Andas con mil USB encima? —preguntó Joseph con sorpresa. George rio y respondió:—No, solo los que considero importantes. Cuando me llamaste y me dijiste que había sucedido algo con Eileen
Cuando llegaron a la vivienda, las luces de aquella mini mansión, que los Anderson habían construido para pasar allí sus fines de semana, estaban completamente apagadas. Como si allí no hubiese ni el más mínimo ser vivo.Con cautela, ambos hombres se apearon del coche y se encaminaron hacia la entrada. —Tú revisa la parte posterior mientras yo me encargo del resto —le dijo Joseph a George, quien asintió sin objetar nada. En ese momento, no le quedaba más remedio que enfrentar sus peores miedos. Sabía que podía, a fin de cuentas, lo había hecho aquella misma noche en la fábrica de cemento. ¿Por qué no podría hacerlo ahora? Luego de una intensa búsqueda de una hora, la extensión exterior de la vivienda era exorbitantemente amplia, los dos hombres se reunieron en el punto de partida. —¿Encontraste algo? —le preguntó George a Joseph. —Nada, solo un par de huellas de neumáticos. La tierra está húmeda, ha de haber llovido por aquí y por eso las huellas, pero, al seguirlas, me encont
—Joseph —dijo la voz de Eileen al otro lado de la línea—. No me busques. No tiene sentido. Me marcharé y te dejaré en paz. Sé que yo soy la causa de todos tus problemas —continuó y tanto Joseph como George, ya que había puesto el móvil en altavoz—. Cuida de los niños. Yo ya no puedo más con esta vida. John… —Suspiró—. Espero que estén bien. Envíales mi amor y diles que mamá los ama. El llanto era evidente en la voz de Eileen, quien procuraba leer las líneas que habían colocado frente a ella. Joseph frunció el ceño. —Eileen, ¿estás en peligro? —N-no, estoy bien. Solo quiero ser libre. No puedo más con tanto peso sobre mis hombros, no puedo más. No quiero vivir más contigo y no puedo hacerme cargo de los niños. —Pero ¿qué? No entiendo qué estás diciendo. —Lo dicho, Joseph. Encárgate de mis hijos. Malena te adora y los niños son tuyos. Yo desapareceré de tu vida y te dejaré que te ocupes de tu vida, de los pequeños y de tus negocios —agregó Eileen procurando controlar el temblor en
Tras recibir la llamada de Eileen, Joseph cortó la comunicación, miró a George y le dijo:—Te dejo en tu casa.—¿Qué sucede? ¿Era Eileen?—Sí, me citó en un hotel. Dice que la dejarán libre, solo si yo me presento a mediar.—¿A mediar con quién? —lo interrogó George.—No lo sé, supongo que con mi pad… —se cortó automáticamente—. Supongo que con mi padre. Él es quien está detrás de todo esto, junto con los demás, de eso no hay duda.—Bueno, por lo que sabemos, es lo más factible —aseveró George—. Pero no hace falta que me dejes en mi casa. Puedo ir contigo, aunque me quede fuera. Sé que tú estás enamorado de Eileen y no pienso entrometerme en su relación, pero me gustaría saber y ver con mis propios ojos que todo está bien.Joseph se lo pensó por un momento.No veía por qué no era posible que lo acompañara. Después de todo, lo había ayudado durante las últimas horas, más que nunca nadie había hecho.—Está bien. —Asintió—. Móntate en el coche.***Mientras tanto, Eileen y Charles tambié
Alfred intentó levantarse de su asiento, pero le fue imposible.—Te morirás de una vez por todas —dijo Joseph. —¿Y eso qué? —¿Por qué fingiste tu muerte? —inquirió Joseph, evidentemente enfurecido. Tenerlo por fin delante, no tenía precio. Era evidente que el hombre estaba por morir y quería sus respuestas. —Tengo el diario de Lydia —agregó Joseph, al ver que el hombre no respondía. George sacó del bolsillo de su chaqueta el diario de cuero negro.—¿De qué te sirve saberlo todo? —¿De qué te servía a ti secuestrarme y hacerme crecer y vivir en una put4 mentira? —contraatacó Joseph. —Tengo mis motivos. —Y eso es lo que quiero saber. —No podía dejar a tus hermanas a cargo de la empresa. Son dos idiotas. —No son mis hermanas. —Lo que sea —dijo el hombre haciendo un gesto con la mano, ya más recompuesto, quitándole importancia—. La cuestión es que necesitaba un heredero, un varón, alguien a quien pudiera influir.—Dicho de otra forma, querías que fuera como tú. —Exacto. —El h
—Repito, ¿prefieres perderlo todo por esta mujer? —preguntó Alfred. —Si todo significa que perderé todo lo que tú me legaste, bien puedes dárselo a un vagabundo —respondió Joseph. —Te quedarás en la ruina por una mujerzuela. —Alfred soltó una carcajada—. Juro que no me lo puedo creer. Era lo último que esperaba de ti. De hecho, reconozco que ni siquiera lo esperaba. —Pues las cosas han cambiado durante tu ausencia y ahora no eres nadie para decirme qué tengo que hacer. —Muy bien, entonces habrá que editar el testamento. El anterior nunca fue válido, aunque eso solo lo sabía yo. Mi abogado se tomó la molestia de hacer dos testamentos para mí —confesó—. Esperaba no tener que utilizarlo nunca. Alfred sacó una carpeta, de cuyo interior tomó un grupo de folios. —¿Lo has pensado?—No tengo que pensarlo. Eileen ha sido la única persona en mi vida que me ha sido sincera, aunque, en un principio, yo no le haya creído. Ella es la única que ha estado verdaderamente conmigo en todo momento