Gracias a todos los que han llegado hasta aquí. Realmente, me hace muy feliz saber que están disfrutando de esta historia tanto como yo al escribirla. Espero que los próximos capítulos les gusten y los disfruten como hasta ahora. ¡Ya entramos a la recta final! Gracias por tanto.
Joseph ya no sabía qué pensar. Sabía que Patsy y Charles no eran trigo limpio, y tampoco sus hermanas, pero de ahí a complotarse para hacerles la vida imposible. Pero la pregunta crucial era: ¿por qué? ¿Por qué querían alejar a Eileen de él? —Creo que tengo la respuesta —dijo George, quien parecía más conectado con él que nadie. No sabía cómo, pero, en el poco tiempo que llevaban juntos, este había adivinado sus pensamientos en más de una ocasión. —¿Cuál? —preguntó Joseph, verdaderamente intrigado. —Eileen era la guardiana de los archivos de desaparecidos. Su padre le legó el puesto, puede que su padre supiera algo que tu familia quiera esconder y que teman que Eileen sea la llave. —Pero ¿el qué? —Ten —dijo metiendo la mano nuevamente en su bolsillo y extrayendo un nuevo dispositivo USB. —¿Andas con mil USB encima? —preguntó Joseph con sorpresa. George rio y respondió:—No, solo los que considero importantes. Cuando me llamaste y me dijiste que había sucedido algo con Eileen
Cuando llegaron a la vivienda, las luces de aquella mini mansión, que los Anderson habían construido para pasar allí sus fines de semana, estaban completamente apagadas. Como si allí no hubiese ni el más mínimo ser vivo.Con cautela, ambos hombres se apearon del coche y se encaminaron hacia la entrada. —Tú revisa la parte posterior mientras yo me encargo del resto —le dijo Joseph a George, quien asintió sin objetar nada. En ese momento, no le quedaba más remedio que enfrentar sus peores miedos. Sabía que podía, a fin de cuentas, lo había hecho aquella misma noche en la fábrica de cemento. ¿Por qué no podría hacerlo ahora? Luego de una intensa búsqueda de una hora, la extensión exterior de la vivienda era exorbitantemente amplia, los dos hombres se reunieron en el punto de partida. —¿Encontraste algo? —le preguntó George a Joseph. —Nada, solo un par de huellas de neumáticos. La tierra está húmeda, ha de haber llovido por aquí y por eso las huellas, pero, al seguirlas, me encont
—Joseph —dijo la voz de Eileen al otro lado de la línea—. No me busques. No tiene sentido. Me marcharé y te dejaré en paz. Sé que yo soy la causa de todos tus problemas —continuó y tanto Joseph como George, ya que había puesto el móvil en altavoz—. Cuida de los niños. Yo ya no puedo más con esta vida. John… —Suspiró—. Espero que estén bien. Envíales mi amor y diles que mamá los ama. El llanto era evidente en la voz de Eileen, quien procuraba leer las líneas que habían colocado frente a ella. Joseph frunció el ceño. —Eileen, ¿estás en peligro? —N-no, estoy bien. Solo quiero ser libre. No puedo más con tanto peso sobre mis hombros, no puedo más. No quiero vivir más contigo y no puedo hacerme cargo de los niños. —Pero ¿qué? No entiendo qué estás diciendo. —Lo dicho, Joseph. Encárgate de mis hijos. Malena te adora y los niños son tuyos. Yo desapareceré de tu vida y te dejaré que te ocupes de tu vida, de los pequeños y de tus negocios —agregó Eileen procurando controlar el temblor en
Tras recibir la llamada de Eileen, Joseph cortó la comunicación, miró a George y le dijo:—Te dejo en tu casa.—¿Qué sucede? ¿Era Eileen?—Sí, me citó en un hotel. Dice que la dejarán libre, solo si yo me presento a mediar.—¿A mediar con quién? —lo interrogó George.—No lo sé, supongo que con mi pad… —se cortó automáticamente—. Supongo que con mi padre. Él es quien está detrás de todo esto, junto con los demás, de eso no hay duda.—Bueno, por lo que sabemos, es lo más factible —aseveró George—. Pero no hace falta que me dejes en mi casa. Puedo ir contigo, aunque me quede fuera. Sé que tú estás enamorado de Eileen y no pienso entrometerme en su relación, pero me gustaría saber y ver con mis propios ojos que todo está bien.Joseph se lo pensó por un momento.No veía por qué no era posible que lo acompañara. Después de todo, lo había ayudado durante las últimas horas, más que nunca nadie había hecho.—Está bien. —Asintió—. Móntate en el coche.***Mientras tanto, Eileen y Charles tambié
Alfred intentó levantarse de su asiento, pero le fue imposible.—Te morirás de una vez por todas —dijo Joseph. —¿Y eso qué? —¿Por qué fingiste tu muerte? —inquirió Joseph, evidentemente enfurecido. Tenerlo por fin delante, no tenía precio. Era evidente que el hombre estaba por morir y quería sus respuestas. —Tengo el diario de Lydia —agregó Joseph, al ver que el hombre no respondía. George sacó del bolsillo de su chaqueta el diario de cuero negro.—¿De qué te sirve saberlo todo? —¿De qué te servía a ti secuestrarme y hacerme crecer y vivir en una put4 mentira? —contraatacó Joseph. —Tengo mis motivos. —Y eso es lo que quiero saber. —No podía dejar a tus hermanas a cargo de la empresa. Son dos idiotas. —No son mis hermanas. —Lo que sea —dijo el hombre haciendo un gesto con la mano, ya más recompuesto, quitándole importancia—. La cuestión es que necesitaba un heredero, un varón, alguien a quien pudiera influir.—Dicho de otra forma, querías que fuera como tú. —Exacto. —El h
—Repito, ¿prefieres perderlo todo por esta mujer? —preguntó Alfred. —Si todo significa que perderé todo lo que tú me legaste, bien puedes dárselo a un vagabundo —respondió Joseph. —Te quedarás en la ruina por una mujerzuela. —Alfred soltó una carcajada—. Juro que no me lo puedo creer. Era lo último que esperaba de ti. De hecho, reconozco que ni siquiera lo esperaba. —Pues las cosas han cambiado durante tu ausencia y ahora no eres nadie para decirme qué tengo que hacer. —Muy bien, entonces habrá que editar el testamento. El anterior nunca fue válido, aunque eso solo lo sabía yo. Mi abogado se tomó la molestia de hacer dos testamentos para mí —confesó—. Esperaba no tener que utilizarlo nunca. Alfred sacó una carpeta, de cuyo interior tomó un grupo de folios. —¿Lo has pensado?—No tengo que pensarlo. Eileen ha sido la única persona en mi vida que me ha sido sincera, aunque, en un principio, yo no le haya creído. Ella es la única que ha estado verdaderamente conmigo en todo momento
—No me quedará más remedio que levantar cargos contra los demás —dijo Joseph mientras tomaban un café en la cocina de la mansión. Ya habían pasado varias horas desde que se había dado el encuentro con Alfred y este se había quitado la vida frente a ellos.—Pues yo estoy contigo en eso —asintió Eileen—. Sin embargo… —titubeó. No estaba segura de cómo decírselo. —Verás, yo levantaré cargos contra Beatrice, Stella y Patsy —sentenció. —¿Y qué hay de Charles y de April? —En el caso de April, pues más que intentar seducirte por órdenes de Alfred, no ha hecho. No creo que sea algo para levantar cargos en su contra. Y, en cuanto a Charles… —Suspiró—. En cuanto a Charles, le hice una promesa. Joseph se envaró. —¿Qué clase de promesa? —Que, si me dejaba regresar y no me mandaba a la otra punta del mundo, te convencería de no levantar cargos en su contra —respondió y enseñó los dientes, demostrando incomodidad.—¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo? —inquirió Joseph. —No, no te estoy tomando
Lo sentía en su pecho, en sus entrañas, pero su razón no le permitía hacer borrón y cuenta nueva. «¿Por qué me tuve que enamorar de él?», se preguntó mientras la lluvia impactaba sobre su cuerpo.Realmente, sentía que su corazón estaba con ese hombre, pero no podía permitir que se fuera de rositas. ¿Quería estar con él? Por supuesto que sí. Sin embargo, no se lo pondría tan fácil.«No, no la tendrás tan fácil Joseph Anderson», respondió ella. Que lo quisiera, no significaba que estuviera enamorada de él. Joseph le había demostrado, prácticamente, desde el principio que, si bien no era un mal hombre, tenía ciertos arrebatos que no le gustaban para nada. Arrebatos que no podía ni quería justificar. Sus pasos se sentían en la penumbra de la lluviosa mañana. No había nadie en la calle, excepto ella y los peatones que debían correr hacia sus trabajos. Eso era lo que más le gustaba de caminar los días lluviosos. No había multitudes, lo que le permitía pensar con claridad. Inspiró