Alfred intentó levantarse de su asiento, pero le fue imposible.—Te morirás de una vez por todas —dijo Joseph. —¿Y eso qué? —¿Por qué fingiste tu muerte? —inquirió Joseph, evidentemente enfurecido. Tenerlo por fin delante, no tenía precio. Era evidente que el hombre estaba por morir y quería sus respuestas. —Tengo el diario de Lydia —agregó Joseph, al ver que el hombre no respondía. George sacó del bolsillo de su chaqueta el diario de cuero negro.—¿De qué te sirve saberlo todo? —¿De qué te servía a ti secuestrarme y hacerme crecer y vivir en una put4 mentira? —contraatacó Joseph. —Tengo mis motivos. —Y eso es lo que quiero saber. —No podía dejar a tus hermanas a cargo de la empresa. Son dos idiotas. —No son mis hermanas. —Lo que sea —dijo el hombre haciendo un gesto con la mano, ya más recompuesto, quitándole importancia—. La cuestión es que necesitaba un heredero, un varón, alguien a quien pudiera influir.—Dicho de otra forma, querías que fuera como tú. —Exacto. —El h
—Repito, ¿prefieres perderlo todo por esta mujer? —preguntó Alfred. —Si todo significa que perderé todo lo que tú me legaste, bien puedes dárselo a un vagabundo —respondió Joseph. —Te quedarás en la ruina por una mujerzuela. —Alfred soltó una carcajada—. Juro que no me lo puedo creer. Era lo último que esperaba de ti. De hecho, reconozco que ni siquiera lo esperaba. —Pues las cosas han cambiado durante tu ausencia y ahora no eres nadie para decirme qué tengo que hacer. —Muy bien, entonces habrá que editar el testamento. El anterior nunca fue válido, aunque eso solo lo sabía yo. Mi abogado se tomó la molestia de hacer dos testamentos para mí —confesó—. Esperaba no tener que utilizarlo nunca. Alfred sacó una carpeta, de cuyo interior tomó un grupo de folios. —¿Lo has pensado?—No tengo que pensarlo. Eileen ha sido la única persona en mi vida que me ha sido sincera, aunque, en un principio, yo no le haya creído. Ella es la única que ha estado verdaderamente conmigo en todo momento
—No me quedará más remedio que levantar cargos contra los demás —dijo Joseph mientras tomaban un café en la cocina de la mansión. Ya habían pasado varias horas desde que se había dado el encuentro con Alfred y este se había quitado la vida frente a ellos.—Pues yo estoy contigo en eso —asintió Eileen—. Sin embargo… —titubeó. No estaba segura de cómo decírselo. —Verás, yo levantaré cargos contra Beatrice, Stella y Patsy —sentenció. —¿Y qué hay de Charles y de April? —En el caso de April, pues más que intentar seducirte por órdenes de Alfred, no ha hecho. No creo que sea algo para levantar cargos en su contra. Y, en cuanto a Charles… —Suspiró—. En cuanto a Charles, le hice una promesa. Joseph se envaró. —¿Qué clase de promesa? —Que, si me dejaba regresar y no me mandaba a la otra punta del mundo, te convencería de no levantar cargos en su contra —respondió y enseñó los dientes, demostrando incomodidad.—¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo? —inquirió Joseph. —No, no te estoy tomando
Lo sentía en su pecho, en sus entrañas, pero su razón no le permitía hacer borrón y cuenta nueva. «¿Por qué me tuve que enamorar de él?», se preguntó mientras la lluvia impactaba sobre su cuerpo.Realmente, sentía que su corazón estaba con ese hombre, pero no podía permitir que se fuera de rositas. ¿Quería estar con él? Por supuesto que sí. Sin embargo, no se lo pondría tan fácil.«No, no la tendrás tan fácil Joseph Anderson», respondió ella. Que lo quisiera, no significaba que estuviera enamorada de él. Joseph le había demostrado, prácticamente, desde el principio que, si bien no era un mal hombre, tenía ciertos arrebatos que no le gustaban para nada. Arrebatos que no podía ni quería justificar. Sus pasos se sentían en la penumbra de la lluviosa mañana. No había nadie en la calle, excepto ella y los peatones que debían correr hacia sus trabajos. Eso era lo que más le gustaba de caminar los días lluviosos. No había multitudes, lo que le permitía pensar con claridad. Inspiró
Luego de la conferencia de prensa que había dado, los periodistas se marcharon. Joseph era consciente de que no habían quedado del todo satisfechos con lo que les había dicho, pero era todo lo que tenía. No podía dar más detalles que los que había dado.Cuando salió del despacho, vio que Mary salía de la habitación de Eileen con rostro de preocupación. —¿Qué sucede? —le preguntó con el ceño fruncido. —Eileen no se encuentra bien, tiene que descansar —le informó—. Ariana se hará cargo de los niños. —Pero ¿qué le pasa? —Solo se siente cansada. —Joseph atinó a abrir la puerta, pero Mary lo detuvo—. Me pidió que no la molestáramos. Necesita descansar —repitió. —Ya, pero… —Joseph, sé que te preocupa Eileen. —Mary sonrió—. Pero debes darle espacio. —¿Qué me sugieres hacer? —inquirió con una mueca. —Ven conmigo —le dijo la mujer—. Vamos a por una taza de café, mientras termino de preparar el almuerzo. Joseph asintió y siguió a la mujer. Confiaba a ella más que en cualquier person
Cuando el médico llegó a la vivienda, Joseph bajó a toda velocidad, abrió la puerta y, tras cerrarla con la contraseña, subió las escaleras, conduciendo al hombre hasta la habitación en la que se encontraba Eileen.El médico entró en la habitación y les pidió a Mary y a Joseph que esperaran fuera, para poder hacer un chequeo en tranquilidad.Joseph y Mary salieron de la habitación.Los minutos pasaban y los dos se miraban en silencio, visiblemente preocupados.Era extraño. Eileen no era de enfermarse, al menos, por lo que ella les había comentado a ambos.Además, ¿por qué se sentiría peor después de tomar un simple analgésico?En ese momento, como si estuviera presintiendo lo que sucedía, Malena apareció en
En cuanto Joseph llamó a la ambulancia, salió de su despacho y se encontró con Mary que caminaba por el pasillo, alejándose de la habitación de Eileen.—¿Dónde vas? —le preguntó, alzando levemente la voz.La mujer se dio media vuelta y le recordó:—Le avisaré a Malena que su mamá deberá ir al hospital, pero que estará bien.—¿Estás segura de que es buena idea? —inquirió.—Se lo prometiste…Joseph asintió y siguió a Mary hasta las escaleras.Mientras la mujer continuaba con su camino, él bajó los escalones a toda velocidad y salió al porche de la mansión.Estaba dispuesto a esperar a la ambulancia bajo la lluvia, con tal de n
Después de diez minutos, lo que tardaron las enfermeras en preparar a Eileen para la cirugía, dos camilleros la subieron a una camilla rodante y la condujeron hacia el ascensor. —Tengo miedo —se sinceró Eileen al pasar junto a él. —Tranquila, pronto todo habrá acabado —le aseguró, aunque él no tenía menos miedo que ella. Tras decir estas palabras, vio como los camilleros y Eileen se alejaban. Tomó asiento en una de las sillas de la sala de espera, e hizo lo propio: esperó. Sin embargo, no podía de la impaciencia. Tomó su móvil y llamó a Mary. La mujer atendió prácticamente de inmediato. —Hola, Joseph, ¿cómo está todo? —preguntó Mary sin rodeos. —Acaban de llevarse a Eileen camino al quirófano —respondió y suspiró. Mary se percató de la angustia en la voz de aquel hombre que ella misma había criado como una madre. —Tranquilo, mi niño, ya verás que todo acaba pronto. Saldrá todo bien. Ten fe. —La tengo, créeme que eso es lo único que me mantiene cuerdo, pero… —Suspiró una v