Pasaban los días, éstos se convirtieron en semanas y finalmente transcurrió todo un mes durante el cuál observé a las gemelas practicar su tiro al blanco, soporté las desentonadas y ruidosas canciones al arpa de Burya y retorcí los ojos ante los comentarios sarcásticos de Sarab. Durante ese tiempo, el Emperador mandaba a llevar a su presencia a las gemelas o a Burya con gran frecuencia, incluso Cítiê nos acompañaba al desayuno con esa expresión de felicidad tonta que le delataba, no me importó. Al contrario, las atenciones que nuestro Rey prodigaba a las demás mujeres habían aligerado la tensión que había comenzado a surgir entre nosotras. Un atardecer, cuando hacía ya tres meses que había llegado a palacio, lady Cítiê fue a buscarme con órdenes de que me presentara ante nuestro gobernante. —Hacía tiempo que no enviaba por ti, lady Umara.- comentó ella.- ¿habéis hecho algo que pudiese ofenderle? Pedí mi libertad, pensé, ocultando una sonrisa rebelde. —No.- le respondí a Cítiê, ent
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