Luz de luna:Umara:— Despierta, Lady Umara.- susurra una voz gruesa, masculina, cerca de mí.- despierteMe siento sobre el suave colchón, sobresaltada.Mi corazón ha caído en picada en dirección a mi estómago. Contemplo perpleja al jardinero real, quien se encuentra sentado al borde de mi cama. Vistiendo completamente de negro y cubriendo su rostro una vez más.— Señor.- susurro.- ¿qué hacéis aquí?¿Cómo habéis entrado? Está prohibido. Sí os sorprenden …— No vengo a este lugar a menudo.- murmura.- pero he venido para cortar los tallos que deseas. Ya es hora de sembrar el jardín.Le contemplo paralizada de terror...— Señor, no debéis estar aquí…- vuelvo a intentarlo.- es peligroso ya os lo dije.Me contempla impasible. Es como si no comprendiera lo terrible de esta situación.— No os preocupéis, pequeña flor del desierto.- susurra, extendiendo su mano y acariciando mi mejilla con evidente cariño.- soy el jardinero real, lo sabéis, y el pabellón de las Lunas es el más fastuoso jardín
Camino de un lado para el otro, intentando hallarle sentido a mis sospechas. — ¿Envenenar a las Lunas? – pregunta incrédulo mi acompañante.-¿ Con qué objetivo? Este jardín lleva seco muchos años, si fuera cierta vuestra teoría, todas las mujeres del harén ya estarían muertas — No necesariamente.- me muerdo la uña del dedo pulgar, ponderando las posibilidades.- este lugar terminó en las condiciones en que estaba porque el veneno se acumuló en la tierra por largos períodos de tiempo. Además, la mezcla utilizada no es mortal sino… Siento como toda la sangre abandona mi rostro, lo que acabo de descubrir es peligroso. Si mis sospechas son ciertas, el emperador ha sido engañado de la manera más atroz. Me muerdo el labio. Este es el tipo de secreto, el tipo de información, por la que podría peligrar mi vida. — ¿Decías? – insiste mi acompañante. No estoy del todo segura, de si debería contarle al jardinero real lo que acabo de descubrir. Si es cierto lo que imagino, el resultado sería la
Pasaban los días, éstos se convirtieron en semanas y finalmente transcurrió todo un mes durante el cuál observé a las gemelas practicar su tiro al blanco, soporté las desentonadas y ruidosas canciones al arpa de Burya y retorcí los ojos ante los comentarios sarcásticos de Sarab. Durante ese tiempo, el Emperador mandaba a llevar a su presencia a las gemelas o a Burya con gran frecuencia, incluso Cítiê nos acompañaba al desayuno con esa expresión de felicidad tonta que le delataba, no me importó. Al contrario, las atenciones que nuestro Rey prodigaba a las demás mujeres habían aligerado la tensión que había comenzado a surgir entre nosotras. Un atardecer, cuando hacía ya tres meses que había llegado a palacio, lady Cítiê fue a buscarme con órdenes de que me presentara ante nuestro gobernante. —Hacía tiempo que no enviaba por ti, lady Umara.- comentó ella.- ¿habéis hecho algo que pudiese ofenderle? Pedí mi libertad, pensé, ocultando una sonrisa rebelde. —No.- le respondí a Cítiê, ent
Sus palabras me hicieron palidecer. Escondí el rostro por un momento, sintiéndome avergonzada.—¿Lo sabéis?- susurré.- ¿sabéis lo que representa?—Sí, y si yo lo he notado también lo ha hecho nuestro señor. Su madre era nómada como ya os he dicho.Eso causó que me tensara al instante. Me levanté del banco de mármol y me dirigí en su dirección.—¿Eso creéis?—Estoy convencido. No conviene que le provoquéis constantemente, vuestra osadía puede costados caro, mi Lady.Su tono, que había sido tan relajado y jovial se había enfriado, sentí el tonto impulso de aferrarme a su cintura, esconder mi rostro en su pecho y rogar por su perdón, pero me contuve. ¿Qué demonios estaba sucediéndome?¿Desde cuándo había comenzado a pensar semejantes tonterías?De regreso al pabellón, me quedé sentada en mi cama pensando en muchas cosas. Hasta ese momento no había logrado nada de lo que me había propuesto con mis pequeños actos de rebeldía. Seguía siendo una concubina y seguía prisionera en una jaula de o
La barcaza real atracó en el puerto de Tarmén y fuimos organizados de poco en poco hasta formar una caravana de lo más colorida y exuberante. El viaje de regreso lo haríamos por tierra.El emperador, sentado sobre un fuerte elefante, presidía la caravana, seguido por Cassandra, quién iba cómodamente sobre un palanquín dorado, llevada por cuatro fornidos esclavos.Cítiê iba tras ella. Llevada en un palanquín similar, pero tallado en plata.El resto de las esposas cabalgaban negros corceles. Sin embargo, a mí se me asignó como montura un camello.Todo el recorrido estuvimos fuertemente resguardados por soldados del ejército dorado, quienes nos rodeaban y nos abrían paso entre la bulliciosa y curiosa multitud.Desde su imponente transporte, el emperador obsequiaba perlas a sus súbditos mientras el palanquín de Cassandra era rociado con pétalos de rosas y las mujeres del pueblo alababan su nombre por doquiera que pasaba.Por fin arribamos al palacio.Esperé durante minutos agónicos hasta
El consejo permaneció en silencio tras escuchar las palabras de Cassandra. Una docena de esclavas, nerviosas y evidentemente asustadas fueron llamadas a testificar contra lady Umara.—Se niega a beber del agua sagrada.—Eleva cánticos de adoración a otros dioses.—Se postra sobre su frente en tierra ante árboles y les habla.—No come los alimentos ofrecidos primero a nuestros dioses.—Tres veces al día, eleva plegarias y comete traición a nuestras leyes.Los testimonios de la servidumbre pintaban un cuadro desfavorable para Umara. No se le acusaba de un delito menor, sino de cometer herejía, abierta y descaradamente.El Emperador contuvo el fuerte ataque de rabia que lo recorría, en ese instante su mayor anhelo era ver sangrar a aquellas doncellas del cortejo, una por una.—Como podéis ver, mi Señor, la evidencia contra la nómada es incontrovertible.- murmuró Cassandra dulcemente, tan dulcemente que al emperador le resultó repugnante ver que era incapaz de ocultar el ponzoñoso odio qu
Alessios bufó exasperado.—Estas al borde de la muerte y en vez de apresurarte a huir te detienes a pensar en los demás…¿dime, acaso eres humana?—Sé que es una estupidez de mi parte, pero no lo haré. No puedo marcharme sabiendo que condenaré a morir personas inocentes en mi lugar.Mi amado me dirigió una mirada de reproche.—¡Puedes forzarme a subir al caballo o incluso atarme al camello, pero te juro por el Verdadero y Justo que regresaré! No puedo permitir que Cassandra se salga con la suya.—¿A qué te refieres?- interrogó alarmado.Me acerqué a él ,susurrando solo para nosotros dos.—El veneno que secó el jardín de la anterior emperatriz, era vertido en la fuente principal del pabellón, por Cassandra. La descubrí haciéndolo hace un par de noches.—¿Por qué no me buscaste o se lo comentaste a Cítiê para que le hiciera saber al emperador?—Porque nadie me creería. Es mi palabra contra la suya.Mis explicaciones parecieron hacerle razonar.—¿Ahora lo comprendes? Mi vida no es la únic
Desde su lugar, Alessios observó a la mujer que atormentaba su mente y corazón ser lanzada al foso de las fieras, mientras eleva la centenaria plegaria que los dioses le habían escuchado esa mañana. Se sentía inútil, fracasado como hombre y como protector.Después de haber probado los más exóticos placeres, habían sido los besos desesperados de una virgen condenada a muerte el más exquisito de los frutos prohibidos. Su alma, ya negra y marchita se plegó sobre si misma. Desde ese instante en adelante, nada volvería a ser igual. Su situación era contradictoria. El hombre que aparentemente no carecía de nada…acababa de perderlo todo.Durante dos nacimientos solares con sus respectivas muertes, reinó en Palacio un sentimiento ambivalente.Por un lado, Cassandra y su amante se regocijaban de su triunfo, al haberse deshecho de la mujer que desde su llegada no había causado sino contratiempos y reveces en sus planes.Por el otro, el pabellón estaba sumido en un profundo luto, e incluso el re