Desde su lugar, Alessios observó a la mujer que atormentaba su mente y corazón ser lanzada al foso de las fieras, mientras eleva la centenaria plegaria que los dioses le habían escuchado esa mañana. Se sentía inútil, fracasado como hombre y como protector.Después de haber probado los más exóticos placeres, habían sido los besos desesperados de una virgen condenada a muerte el más exquisito de los frutos prohibidos. Su alma, ya negra y marchita se plegó sobre si misma. Desde ese instante en adelante, nada volvería a ser igual. Su situación era contradictoria. El hombre que aparentemente no carecía de nada…acababa de perderlo todo.Durante dos nacimientos solares con sus respectivas muertes, reinó en Palacio un sentimiento ambivalente.Por un lado, Cassandra y su amante se regocijaban de su triunfo, al haberse deshecho de la mujer que desde su llegada no había causado sino contratiempos y reveces en sus planes.Por el otro, el pabellón estaba sumido en un profundo luto, e incluso el re
Gran conmoción estalló en el patio real. ¡Lo sucedido era inaudito, increíble, maravilloso! ¡Altamente inesperado! Los nobles presentes no daban crédito a sus propios ojos. ¡Ante ellos había ocurrido un milagro!Umara se sentía débil.Había estado demasiadas horas rodeada de la oscuridad y el frío mortal del foso. Aquel terrible lugar apestaba a miedo y a muerte.Cuando cayó al suelo en el interior del mismo y las fieras comenzaron a rondaría creyó que moriría. Se posicionó de rodillas, encomendó su alma al Omnipotente y cerrando los ojos esperó por el zarpazo o la dentellada que acabaría con su vida. Sin embargo, ninguna de las dos cosas sucedieron.De entre los miembros de la manada, solo el macho se le acercó, imponente con su gran melena cobriza, mirándola directamente a los ojos, pero no la atacó ni la lamió siquiera. Simplemente se enroscó alrededor de ella, como si fuera un gatito aumentado de tamaño, y cayó rendido a sus pies en una especie de estupor que duraría los tres días
Umara:—Él podría llegar en cualquier momento y sorprendernos juntos.- susurré, temblando de emoción al sentir que sus manos recorrían mi espalda, deshaciendo mis vestiduras lentamente.—¿Realmente importa.. - murmuró contra mi cuello desnudo.-… si nos atrapa juntos.—No.Mis ropas desaparecieron y las suyas también, antes de darme cuenta nuestros besos desenfrenados nos habían conducido a caricias y las caricias a anhelo. Cuando rompí uno de sus hipnóticos besos para poder respirar, noté que me encontraba completamente desnuda, debajo de su broncíneo cuerpo y oculta tras la cortina, reposando sobre la inmensa cama.Mi mano acarició su musculoso pecho, descendiendo sobre su imponente abdomen hasta casi alcanzar su cadera. Mi rostro ardía. Era la primera vez que veía a un hombre desnudo y por el Omnipotente…¡Qué hombre!—Lo que hacemos es prohibido, mi Señor.- protesté.- siendo completamente sinceros, legalmente estoy casada con otro.Alessios liberó un gruñido.—Olvídate de él, has de
Umara: Todo en mí tiembla. El recuerdo de sus manos apretando posesivamente mi pechos, el calor de su boca recorriendo mi piel, la humedad de su lengua sobre mis zonas prohibidas hace que mi cuerpo se tense de angustia. —¡Eres un vil mentiroso!- grité, loca de desesperación.-¡dijiste que eras el jardinero real! —No.- llega hasta mí y toma mi rostro entre sus manos. Su piel broncínea y su calor, me debilitan.- nunca dije tal cosa, tú asumiste que yo lo era y yo simplemente no quise asustarte. Nunca mentí, florecita. Mi nombre es Alessios Stavros, mi madre era nómada, el jardín que restauramos era suyo y las cicatrices que tengo en mi espalda me las produjo el fuego cuando intenté rescatar el caballo favorito de mi padre de un incendio. —¡Me mentiste!- declaró, entre hipos de llanto. —No. Sólo oculté la verdad. No quería arruinar lo que estaba sucediendo entre nosotros. Primero esa confianza y luego la amistad, la complicidad que creció…- susurra acercando sus mentirosos labios a m
Umara:—Llevas demasiados días encerrada en tus aposentos.- murmuró Sarab, entrando a mi habitación mientras traía una bandeja en sus manos.—Me encuentro indispuesta.- musité, sentándome sobre el colchón y recibiendo la bandeja en la que reposaban una serie de alimentos que de verlos me provocaban náuseas.Sarab suspiró y sentándose va orillas de la cama acarició lentamente mis cabellos.—Has sufrido una gran desilusión, ¿no es así, cariño?Mi mirada chocó con la suya y noté la comprensión y la pena en la suya.—Lo sé. Hace meses desperté una noche, sedienta como no imaginas, salí al jardín y al regresar te vi. Estabas acompañada por un hombre, que aunque cubría su rostro yo no tenía la menor duda de quién era.Arrugué el entrecejo.—Incluso, te confronté al día siguiente y te dije que no podemos tener amantes, así fueran eunucos. Y supe que tú no tenías ni la menor idea de la verdadera identidad del hombre con el que había visto. —¿Por qué no me lo dijiste?- supliqué.—Pues, porqu
A pesar del portentoso suceso de Umara con los leones, hubo más de un noble del imperio que al escuchar la noticia de quién comandaba al ejército rebelde decidió tomar todas sus pertenencias valiosas y abandonar Tarmén.Día tras días las caravanas salían de la ciudad para perderse en el horizonte, con rumbo al oeste o al Sur y la incertidumbre y el pánico comenzó a apoderarse de los que aún permanecían en la capital.Para evitar caer en posibles complots de asesinato y otras estratagemas, Alessios tomó a sus esposas, a su ejército y se fue a montar campamento contra el enemigo a quinientas millas de la ciudad. Así el enfrentamiento se produciría antes de que los invasores pudieses arribar a ella.El ejército de Cassandra avanzaba lentamente, porque estaba compuesto mayormente por infantería y soldados de a pie, de ahí que se estimaba que el enfrentamiento entre ambos se daría lugar en el plazo de tres meses.*******—¿Tendríamos que enojarte entonces?- masculló Zai.—Quizás.- respondi
Umara:—Acércate, florecita.En cuanto Cítiê no estuvo presente su voz se tornó ronca, melosa, grave, sin embargo comprimí mis labios y permanecí justo donde estaba.Le escuché gruñir y luego soltar una carcajada.—Eres tan desobediente y problemática, el pueblo hizo bien en creer que eres la reencarnación de nuestra diosa guerrera. Me ha complacido enormemente tu esfuerzo en entrenar con las demás Lunas, me enorgullece ver lo mucho que han aprendido a controlar sus dones.Guardo silencio.—Desde el primer momento en que te vi, supe que serías una espina en mi costado…tan altanera y orgullosa, pero a la vez tan frágil…Había evitado mirarle directamente, manteniéndole fuera de mi campo de visión, pero, evidentemente impaciente y avanzando a grandes zancadas, se posicionó justo frente a mí. Mantuve mi mirada fija en el suelo y la cabeza gacha.—¿Tanto has llegado a odiarme, florecita, que ni siquiera te muestras rebelde como antaño? Antes, me desafiabas manteniendo tu frente en alto, a
Umara: "En el año vigésimo segundo del reinado de Lunh, llegó profecía a Venrir, hijo Vermir, del gremio de los agoreros de la Luna: El príncipe nacido el tercer día del mes de Huruk, Será grande en fuerza y destreza, La tierra temblará bajo el poderío de sus pies, La luna, el sol y las estrellas girarán a sus órdenes, Sus enemigos temblarán ante su nombre, Su gloria cubrirá la tierra y Seis Lunas coronarán sus sienes. Hasta la llegada de la séptima Luna, Eclipsando a la primera y desterrándola, Trayendo consigo una luz más potente, Recuperando lo que se había perdido Y devolviendo la vida a lo que había muerto.” El pergamino tiembla entre mis dedos. Sentada sobre un cojín en el suelo, vienen a mí los más disimiles recuerdos. Mi campamento en llamas, la travesía hasta Tarmén, el mercado de esclavos…¡Alessios! Cubro mi boca con una mano para evitar gritar. Ahora lo recuerdo, fue él. Aquel guerrero implacable que azotó al mercader de esclavos y me subió a su montura. Lo