La barcaza real atracó en el puerto de Tarmén y fuimos organizados de poco en poco hasta formar una caravana de lo más colorida y exuberante. El viaje de regreso lo haríamos por tierra.El emperador, sentado sobre un fuerte elefante, presidía la caravana, seguido por Cassandra, quién iba cómodamente sobre un palanquín dorado, llevada por cuatro fornidos esclavos.Cítiê iba tras ella. Llevada en un palanquín similar, pero tallado en plata.El resto de las esposas cabalgaban negros corceles. Sin embargo, a mí se me asignó como montura un camello.Todo el recorrido estuvimos fuertemente resguardados por soldados del ejército dorado, quienes nos rodeaban y nos abrían paso entre la bulliciosa y curiosa multitud.Desde su imponente transporte, el emperador obsequiaba perlas a sus súbditos mientras el palanquín de Cassandra era rociado con pétalos de rosas y las mujeres del pueblo alababan su nombre por doquiera que pasaba.Por fin arribamos al palacio.Esperé durante minutos agónicos hasta
El consejo permaneció en silencio tras escuchar las palabras de Cassandra. Una docena de esclavas, nerviosas y evidentemente asustadas fueron llamadas a testificar contra lady Umara.—Se niega a beber del agua sagrada.—Eleva cánticos de adoración a otros dioses.—Se postra sobre su frente en tierra ante árboles y les habla.—No come los alimentos ofrecidos primero a nuestros dioses.—Tres veces al día, eleva plegarias y comete traición a nuestras leyes.Los testimonios de la servidumbre pintaban un cuadro desfavorable para Umara. No se le acusaba de un delito menor, sino de cometer herejía, abierta y descaradamente.El Emperador contuvo el fuerte ataque de rabia que lo recorría, en ese instante su mayor anhelo era ver sangrar a aquellas doncellas del cortejo, una por una.—Como podéis ver, mi Señor, la evidencia contra la nómada es incontrovertible.- murmuró Cassandra dulcemente, tan dulcemente que al emperador le resultó repugnante ver que era incapaz de ocultar el ponzoñoso odio qu
Alessios bufó exasperado.—Estas al borde de la muerte y en vez de apresurarte a huir te detienes a pensar en los demás…¿dime, acaso eres humana?—Sé que es una estupidez de mi parte, pero no lo haré. No puedo marcharme sabiendo que condenaré a morir personas inocentes en mi lugar.Mi amado me dirigió una mirada de reproche.—¡Puedes forzarme a subir al caballo o incluso atarme al camello, pero te juro por el Verdadero y Justo que regresaré! No puedo permitir que Cassandra se salga con la suya.—¿A qué te refieres?- interrogó alarmado.Me acerqué a él ,susurrando solo para nosotros dos.—El veneno que secó el jardín de la anterior emperatriz, era vertido en la fuente principal del pabellón, por Cassandra. La descubrí haciéndolo hace un par de noches.—¿Por qué no me buscaste o se lo comentaste a Cítiê para que le hiciera saber al emperador?—Porque nadie me creería. Es mi palabra contra la suya.Mis explicaciones parecieron hacerle razonar.—¿Ahora lo comprendes? Mi vida no es la únic
Desde su lugar, Alessios observó a la mujer que atormentaba su mente y corazón ser lanzada al foso de las fieras, mientras eleva la centenaria plegaria que los dioses le habían escuchado esa mañana. Se sentía inútil, fracasado como hombre y como protector.Después de haber probado los más exóticos placeres, habían sido los besos desesperados de una virgen condenada a muerte el más exquisito de los frutos prohibidos. Su alma, ya negra y marchita se plegó sobre si misma. Desde ese instante en adelante, nada volvería a ser igual. Su situación era contradictoria. El hombre que aparentemente no carecía de nada…acababa de perderlo todo.Durante dos nacimientos solares con sus respectivas muertes, reinó en Palacio un sentimiento ambivalente.Por un lado, Cassandra y su amante se regocijaban de su triunfo, al haberse deshecho de la mujer que desde su llegada no había causado sino contratiempos y reveces en sus planes.Por el otro, el pabellón estaba sumido en un profundo luto, e incluso el re
Gran conmoción estalló en el patio real. ¡Lo sucedido era inaudito, increíble, maravilloso! ¡Altamente inesperado! Los nobles presentes no daban crédito a sus propios ojos. ¡Ante ellos había ocurrido un milagro!Umara se sentía débil.Había estado demasiadas horas rodeada de la oscuridad y el frío mortal del foso. Aquel terrible lugar apestaba a miedo y a muerte.Cuando cayó al suelo en el interior del mismo y las fieras comenzaron a rondaría creyó que moriría. Se posicionó de rodillas, encomendó su alma al Omnipotente y cerrando los ojos esperó por el zarpazo o la dentellada que acabaría con su vida. Sin embargo, ninguna de las dos cosas sucedieron.De entre los miembros de la manada, solo el macho se le acercó, imponente con su gran melena cobriza, mirándola directamente a los ojos, pero no la atacó ni la lamió siquiera. Simplemente se enroscó alrededor de ella, como si fuera un gatito aumentado de tamaño, y cayó rendido a sus pies en una especie de estupor que duraría los tres días
Umara:—Él podría llegar en cualquier momento y sorprendernos juntos.- susurré, temblando de emoción al sentir que sus manos recorrían mi espalda, deshaciendo mis vestiduras lentamente.—¿Realmente importa.. - murmuró contra mi cuello desnudo.-… si nos atrapa juntos.—No.Mis ropas desaparecieron y las suyas también, antes de darme cuenta nuestros besos desenfrenados nos habían conducido a caricias y las caricias a anhelo. Cuando rompí uno de sus hipnóticos besos para poder respirar, noté que me encontraba completamente desnuda, debajo de su broncíneo cuerpo y oculta tras la cortina, reposando sobre la inmensa cama.Mi mano acarició su musculoso pecho, descendiendo sobre su imponente abdomen hasta casi alcanzar su cadera. Mi rostro ardía. Era la primera vez que veía a un hombre desnudo y por el Omnipotente…¡Qué hombre!—Lo que hacemos es prohibido, mi Señor.- protesté.- siendo completamente sinceros, legalmente estoy casada con otro.Alessios liberó un gruñido.—Olvídate de él, has de
Umara: Todo en mí tiembla. El recuerdo de sus manos apretando posesivamente mi pechos, el calor de su boca recorriendo mi piel, la humedad de su lengua sobre mis zonas prohibidas hace que mi cuerpo se tense de angustia. —¡Eres un vil mentiroso!- grité, loca de desesperación.-¡dijiste que eras el jardinero real! —No.- llega hasta mí y toma mi rostro entre sus manos. Su piel broncínea y su calor, me debilitan.- nunca dije tal cosa, tú asumiste que yo lo era y yo simplemente no quise asustarte. Nunca mentí, florecita. Mi nombre es Alessios Stavros, mi madre era nómada, el jardín que restauramos era suyo y las cicatrices que tengo en mi espalda me las produjo el fuego cuando intenté rescatar el caballo favorito de mi padre de un incendio. —¡Me mentiste!- declaró, entre hipos de llanto. —No. Sólo oculté la verdad. No quería arruinar lo que estaba sucediendo entre nosotros. Primero esa confianza y luego la amistad, la complicidad que creció…- susurra acercando sus mentirosos labios a m
Umara:—Llevas demasiados días encerrada en tus aposentos.- murmuró Sarab, entrando a mi habitación mientras traía una bandeja en sus manos.—Me encuentro indispuesta.- musité, sentándome sobre el colchón y recibiendo la bandeja en la que reposaban una serie de alimentos que de verlos me provocaban náuseas.Sarab suspiró y sentándose va orillas de la cama acarició lentamente mis cabellos.—Has sufrido una gran desilusión, ¿no es así, cariño?Mi mirada chocó con la suya y noté la comprensión y la pena en la suya.—Lo sé. Hace meses desperté una noche, sedienta como no imaginas, salí al jardín y al regresar te vi. Estabas acompañada por un hombre, que aunque cubría su rostro yo no tenía la menor duda de quién era.Arrugué el entrecejo.—Incluso, te confronté al día siguiente y te dije que no podemos tener amantes, así fueran eunucos. Y supe que tú no tenías ni la menor idea de la verdadera identidad del hombre con el que había visto. —¿Por qué no me lo dijiste?- supliqué.—Pues, porqu