Cedo mi control al capricho risueño y entusiasta de Leonel y Lanto, quienes tiran de mi por el resto de la casa, mostrándome cada rincón que ellos creen de importancia.Con una sonrisa en mis labios me distraigo de vez en cuando en la interacción de Leonel y Lanto, observando la forma tan tierna en la que Lanto lo ayuda cuando algo se le dificulta o incluso lo carga en brazos para subirse sobre alguna superficie para ambos enseñarme alguna de las fotos colgadas en el extenso pasillo.Lanto es suave y dulce, como un diente de León.Y algo en su comportamiento, en el brillo de su mirada e incluso en su encantadora sonrisa, me instan a cuidarlo, a querer protegerlo como he hecho con Leonel, por eso quizás estoy acortando nuestra distancia, previendo cualquier posibilidad de que ambos niños se caigan de la baja repisa a la que se han subido para señalarme con mayor facilidad las fotos que desean mostrarme.—Este de aquí es Kol, es nuestro hermano mayor — Explica Lanto mientras señala una
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