Para alguien como Alessa, siempre fue muy difícil pensar con la de abajo que con la de arriba.Su cerebro, la mayoría del tiempo comandó el camino, y para ella nunca representó un problema.Esa noche, en la oscuridad, lejos de los suaves ronquidos de Carla, rodó entre sus sábanas una vez más privada de las mecánicas naturales del ser humano. No sentía ninguna clase de culpa, pero el nombre de su jefe prevalece incansable en su mente, tocando, danzando y susurrando su nombre.Alessa comenzó a irritarse.No era lo suficientemente sensible para quejarse de su malestar, pero tampoco era lo suficientemente insensible para ignorar el recuerdo sempiterno del señor Gold detrás de sus párpados pesados.Estuvo a punto de llamarlo. El teléfono en la mesita de noche, demasiado cerca para no ser una tentación. Aun así, la razón le recomendó hacer las cosas de frente: esperar que amanezca e ir a su mansión.De ese modo, contactó a Reynolds a las siete de la mañana.Cuando llegó a la mansión Gold ese
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