En la mansión, la primavera había llegado, y los niños jugaban felices en el patio trasero, un enorme campo abierto lleno de flores silvestres. La pequeña Clara, sujetando la mano de Jonathan, seguía los pasos de su hermano mayor Manu, corriendo entre las flores y riendo con alegría.Susan y Abraham estaban ocupados arreglando el mantel para el picnic, mientras Brandi y Simón se relajaban bajo un frondoso árbol de pomelos, disfrutando de la tranquilidad del jardín.Mientras tanto, en un rincón apartado del patio, Luz, Daniel e Ibrahím tenían un momento de despedida. La conversación estaba cargada de emociones.—Entonces, ¿te irás? —preguntó Luz, con un tono melancólico.—Sí, volveré a retomar mi camino —respondió Ibrahím, con determinación.—Eres un necio. ¿Por qué no te quedas con nosotros aquí? ¿Acaso no eres feliz con nosotros? —insistió Luz, su preocupación evidente.—Por el contrario, soy muy feliz aquí —admitió Ibrahím—. Pero no puedo quedarme. Ya cumplí mi misión. Tengo que ret
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