Rosseta se quedó perpleja ante las palabras de Albuz, quien le había concedido su libertad y después desapareció, dejando nada más que un espeso humo alrededor de ella y en parte del bosque. Observó a ambos lados, se sentía bien, podía rehacer su vida, vivir desde cero y en libertad pura, completa y añorada. Pero, no sabía a dónde ir, no había un lugar que la esperaba, ella estaba sola en el mundo. Caminó hasta tomar asiento en una gran roca que estaba junto al río. Ahí se quedó a pensar cuál sería su siguiente destino, tenía que ser un lugar que la llene de felicidad y del que no quiera salir. ... En cuanto Albuz se presentó en su palacio, diversos sirvientes y guardaespaldas fueron enseguida a socorrerlo. Lo llevaron a la habitación, estaba siendo atendido por su sanador de confianza, Golfo, quien inspeccionaba la herida de licántropo muy despacio y sumergía un par de gotas que se encontraba en un frasco negro, donde estaba el antídoto. - E
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