Mi rabia fue tanta que mi celular volvió a sufrir las consecuencias. Lo tiré en el piso, dejándolo completamente quebrado.Nicholas volvió, me miró con cara de: te volviste completamente loca, y lo recogió. —Emilia, basta, mira cómo dejaste el teléfono. Y el vidrio del dormitorio —exclamó, intentado controlar su enojo. Para nuestra mala suerte, y como ocurre muy poco en Las Vegas, se largó a llover. Estábamos quedando completamente mojados. Nicholas no se atrevía a acercarse a mí, podía intuirlo. —Lo siento, pero no sé que me está ocurriendo —dije, confundida.Nos abrazamos, nos besamos y el teléfono de la única persona que me entregaba paz en esos momentos empezó a sonar. Con la lluvia no podía escuchar lo que decían al otro lado, pero sí podía ver los ojos de mi esposo, los cuales se abrieron de tal tamaño que me dio miedo ver a mi alrededor. Apagó el teléfono y de inmediato me dijo: —Hay alguien en nuestra casa o en los jardines. Lo vieron pasar hace algunos minutos por l
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