Todos los capítulos de OBSESIONADA. El guardaespaldas de mi prometido: Capítulo 31 - Capítulo 40
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CAPÍTULO 30. Una mujer obsesionada
Si alguien le hubiera preguntado a Asli Grey por qué odiaba tanto a su hermanastra, habría dado una larga lista de motivos de los que el único responsable real era su padre. Sin embargo, como no era capaz de culpar a su propio padre, prefería culparla a ella, a la bastarda, a la hija que se lo habría quitado de haber podido.Sin importar la lógica o la verdad, para Asli la única culpable de que Hamilt Grey un día hubiera hecho sus maletas… era Marianne.Su madre podía seguir creyendo esa estupidez de que Hamilt la había elegido a ella, pero Asli sabía la verdad: si Astor no hubiera metido las manos en ese asunto, su padre se habría largado con su put@ y su bastarda.Lo único que quería, lo único que deseaba, era que acabara de salir de su camino de una buena vez. Y como por el momento no podía hacerle nada a ella, se conformó con destrozar su habitación… hasta que encontró aquello. Entonces todo tuvo sentido para ella, y esa certeza de que otra vez tenía cómo hacerla sufrir se apoderó
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CAPÍTULO 31. Una condición
Algo había cambiado. Gabriel no sabía qué, pero en las últimas tres horas Marianne no había levantado la mirada de las sábanas ni una sola vez. Era normal que estuviera nerviosa, después de todo iba a mandar a volar al Ministro de Defensa de los Estados Unidos, pero para lo que pudiera valer, él iba a respaldarla.El Ministro Moore aceptó ir al hospital apenas él llamó a sus asistentes, pero por más que Gabriel trató de contactar al resto de los guardias que debían estar en aquella puerta, no lo consiguió. ¿Qué demonios estaba pasando?Sin embargo apenas el Ministro atravesó aquella puerta, el guardaespaldas supo que Max había logrado exactamente lo que había pedido.—Señorita Grey… —la saludó el Ministro—. Disculpe que no haya venido antes… pero las cosas se salieron de control.—No se preocupe señor Ministro, no me molesta no estar entre sus prioridades —sentenció Marianne con voz fría, sin embargo la expresión del hombre era demasiado atormentada como para no causarle curiosidad—.
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CAPÍTULO 32. Ella no te necesita
Gabriel miró el cuaderno que Asli le ponía en las manos, se notaba que era muy viejo y que lo habían usado mucho.—¿Qué diablos es esto? —dijo sin abrirlo.—La prueba de que estás en peligro —replicó ella encogiéndose de hombros—. Sé que crees que Marianne es una chica linda a la que le gustas. Y te entiendo, tantos años en el ejército… Un hombre como tú debe tener necesidades muy… ¡grandes!—¿Quieres ir al grano de una puñetera vez? —le gruño Gabriel con impaciencia, porque aquel intento barato de coqueteo de Asli estaba lejos de provocarle alguna buena reacción.—Ese es el primero de muchos cuadernos —dijo ella dándole la vuelta a un escritorio y sacando otros que lanzó sobre él—. Te conoció cuando estuvo con nuestro padre en uno de sus viajes y desde ese día se obsesionó contigo. ¿Tú no la recuerdas? —Gabriel negó—. ¡Es obvio, no había de ella mucho para recordar, es tan… básica, tan simple!—¡Abrevia! —volvió a gruñir Gabriel y eso puso a Asli de mal humor.—Solo es una loca, no e
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CAPÍTULO 33. Ahí nadie la oirá gritar
Era un asunto de sobrecompensación, todos lo sabían. Morgan Reed era un hombre con una inteligencia brillante, médico excepcional, atractivo y encima era el psicólogo de la Fuerza Delta de Operaciones Especiales; y eso hacía que el director del hospital se muriera de envidia y lo tratara peor que a los jardineros. Así que Morgan había sobrecompensado, gastándose todo el presupuesto de un año en aquel escritorio lujoso y demasiado grande.Tan grande que cuando se sentó con toda la actitud, esperando a su próxima paciente, no fue capaz de notar que había una persona debajo de él, hasta que alguien lo tocó en la rodilla.—¡La put@ madre! —gritó asustado y echó la silla atrás para mirar bajo el escritorio—. ¡Me cago en todo, Gabriel, ¿qué haces ahí?!—Me dijiste que ibas a tener una consulta con Marianne… —respondió él—. Ya pasaron dos días y no he podido verla. Voy a tener que golpear a un guardia para entrar a verla y entonces la voy a ver menos porque voy a estar preso por agresión…—¡
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CAPÍTULO 34. No digas que no te lo advertí
Había calor, un calor de ese que es agradable únicamente porque hay frío alrededor. Marianne abrió los ojos despacio, pero verse en un lugar extraño la hizo levantarse sobresaltada, con el corazón latiéndole a mil. Trató de desembarazarse de las mantas y solo consiguió caerse de la cama, haciendo un ruido que de inmediato hizo eco en la cabaña.—¡Hey, hey, mocosa! Estás conmigo… estás conmigo —murmuró Gabriel llegando frente a ella y Marianne se quedó un largo segundo observándolo.—¿Dónde estamos? —preguntó ella calmándose y poniéndose de pie, pero apenas se acercó a la ventaba abrió mucho los ojos, porque había nieve afuera—. ¿Y yo cuánto dormí que tú me trajiste hasta Siberia? Espera… ¡Me sedaste!La muchacha se giró con la ira retratada en el rostro y Gabriel sonrió.—Fue un último recurso, tenía que traerte.—¿¡Con permiso de quién!?—¿Sabes que te ves muy linda enojada? —preguntó él como si ella no estuviera echando chispas y Marianne apretó los labios.—No me cambies el tema, c
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CAPÍTULO 35. La guerra
«Dos pueden controlar a Marianne: su trauma o tú. Su trauma te lleva dos grandes ventajas, la primera es que ha estado con ella por mucho más tiempo, la segunda es que no tiene conciencia. Si esto fuera una campaña militar, estarías peleando por la conservación de territorio y ese territorio es el cuerpo de Marianne.»Primero va a resistirse con todas sus fuerzas. Así que no importa cuánto grite, cuánto llore o cuánto suplique, no la escuches porque esa no es ella, es su trauma tratando de deshacerse de ti. Ahora, el verdadero problema no será cuando grite, sino cuando se calle, porque significa que le habrá llegado la aceptación de que no puede deshacerse de ti; y entonces su trauma tratará de convencerla de que tú la estresas, de que tú eres malo, y de que solo él puede hacerla sentir mejor… Y tú no puedes dejar que eso pase. »Esta no es una simple batalla, esta es la guerra, y si la pierdes, te garantizo que será la última vez que puedas tocar a esa mujer. Morgan Reed había sido
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CAPÍTULO 36. No te puedes arrepentir
Quedaba poco. Quedaba tan poco entre ellos que quitarse lo que todavía los separaba fue cuestión de segundos. Y para cuando ya no había tela, el cuerpo de Marianne se pegó al suyo con un estremecimiento lleno de suspiros.La besó. La besó como si de verdad fuera la última mujer sobre la Tierra, porque a pesar de las otras cuatro mil millones, sentía que al menos era la última para él. Su boca devoró cada centímetro de piel que se ponía en su camino, sus manos apretaban, dejando marcas suaves por donde quiera que pasaban, y Marianne se aferraba a su cuerpo como si estuviera a punto de desmayarse.Gabriel era demasiado grande para ella, eso era evidente, y lo fue todavía más cuando Marianne sintió su palma sobre uno de sus senos, acariciándolo lentamente para atrapar el pequeño pezón entre sus nudillos, apretándolo hasta arrancarle un jadeo de placer.Marianne era como un enorme campo minado. Acariciarla era hacerla estremecerse. Pero Gabriel no solo era el primero en tocarla, también e
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CAPÍTULO 37. Tenías razón
Aquellas perlas de sudor que se formaban en el vientre de Marianne eran, sin duda alguna, lo mejor que Gabriel Cross había probado en su vida. Escucharla gemir era increíble, pero oírla escalar un orgasmo, gritar y derretirse entre sus brazos ya era demasiado bueno.Marianne se aferraba a la alfombra con dedos feroces, porque bastaba que él volviera a tocarla otra vez y ya su piel parecía que se estaba incendiando. Lo vio levantarse sobre las rodillas y lo miró con adoración, el sudor también corría por su cuerpo, cada músculo parecía que iba a estallarse y era una sensación demasiado agradable saber que era la causante de eso.Gabriel apoyó una palma abierta sobre su vientre para controlarla mientras con la otra exploraba su sexo. Su dedo corazón entró despacio, mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar, y sintió aquella tensión entre sus manos.—Eres virgen… —murmuró pensativo y ella abrió mucho los ojos.—Nooooo ¿tú crees? —replicó.Gabriel soltó la primera risa de la noche
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CAPÍTULO 38. Demasiado tarde
El calor era agradable… agradable y extraño, y podía cambiar en un solo segundo mientras Marianne sentía a Gabriel ronronear contra su espalda. Se giró despacio y vio que todavía dormía profundamente, así que se levantó en el mayor silencio. En el momento en que sus manos dejaron de tocarla, sintió aquel extraño vacío dentro de ella.Se envolvió en una manta y se acercó a la chimenea. Le dolía el cuerpo, pero de una forma que no tenía nada que ver con calmarla o hacerla sentir mejor. Era el dolor cansado después de una noche feliz… y Marianne se dio cuenta de que era la primera noche feliz que podía recordar en mucho tiempo.Se acercó a la ventana, corrió la pequeña cortina y vio que estaba amaneciendo. Se dio una ducha rápida, agradeciendo que el agua estaba caliente, y encontró chocolate para preparar en la cocina.Gabriel no supo si fue el olor, o simplemente la sensación de frío a su costado, pero se levantó sobresaltado y la primera palabra que salió de su boca fue aquel nombre:
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CAPÍTULO 39. ¡Arréstelo!
Marianne apretó los dientes cuando el Ministro Moore llegó junto a ella. Se veía furioso y demacrado. La miró como si fuera un insecto y miró a Gabriel con desprecio concentrado.—Espero que haya disfrutado la despedida de soltera, señorita Grey… porque ya se acabó —gruñó por lo bajo antes de girarse hacia el guardaespaldas—. ¡Y tú…! ¿No te pagué lo suficientemente bien? ¿Tenías que traicionarme?—Uno solo traiciona a quien se le ha tenido cierta lealtad —escupió Gabriel con una calma que Marianne no sabía de dónde sacaba—. Y usted sabe muy bien que mi lealtad jamás será para hombres de su escaso calibre.El Ministro se puso rojo hasta la raíz del cabello.—Tu lealtad ya me tiene sin cuidado, después de todo no eres más que un secuestrador. ¡Arréstenlo! —ordenó.—¡No! —gritó Marianne poniéndose frente a él para que no lo tocaran—. ¡Él no e secuestró! —dijo alzando la voz para que todos la oyeran—. ¡Yo vine porque quise, él no me secuestró…!—¡Cállate! —le ladró el Ministro.—¡No quier
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