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Todos los capítulos de El despertar de Antonella: Capítulo 31 - Capítulo 40
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El inicio de algo nuevo y terrorífico
Las luces apagadas por completo, el silencio causando más molestia que el mismo ruido y siendo interrumpido por un quejido casi inaudible; una capa blanca tirada en el suelo y manchada de un líquido escarlata aún fresco, y un hombre desplomado en la entrada del cuarto de baño. Eso era lo que se podía percibir dentro de la casa de Ariel. El joven se había quedado hecho una bola de dolores y heridas dentro de aquella casa alquilada. El horror de la batalla anterior le había dejado secuelas bastante graves, además la sensación de haber fallado por segunda vez. Prácticamente aquel fallo había sellado su destino: moriría en cuanto Sorin y los demás lo supieran, estaba casi seguro, ya que él sonaba demasiado serio en cuanto se lo dijo. «A pesar de que fui condenado por Sorin, no quiero morir, no aún cuando estoy en lo mejor de mi vida. Esto es tan injusto. Tengo derecho al menos de hacer mi vida con alguien antes de morir —se paró a pensar por un momento—. De seguir ejerciendo mi carrera
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Placer interrumpido
Advertencia: ¡¡Contenido +18!! Lee bajo tu propio riesgo. En aquel momento, Sorin estaba demasiado ocupado como para prestar total atención al teléfono. El ringtone se había hecho persistente hacía varios minutos, cuando realmente se lo estaba pasando de lo lindo con una bella mujer que acababa de conocer en el bar que frecuentaba a menudo. Sacó el móvil y miró de manera rápida, no era nada urgente o que tuviera que ver con la misión de Ariel. —Parece que eres un hombre bastante solicitado —dijo la mujer con picardía, mientras movía la copa que tenía en la mano. Sus ojos brillaban como dos gemas relucientes y lo atraían a ella. —Así parece —respondió Sorin—. Pero en este momento no estoy para nadie. Sorin se había ido de copas con un par de amigos, pero estos al poco tiempo se habían marchado, dejándolo solo con los pensamientos de los que él estaba huyendo y los que lo habían llevado hasta allí. Usualmente a Sorin le gustaba quedarse en la base del cuartel de las Virtudes cada qu
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Comenzando desde cero
Las manos de Antonella temblaban con euforia fúrica. Su magia, su esencia estaba a tan pocos pasos al lado de Ileana y no había podido hacer nada al respecto. Su respiración incrementaba con cada segundo y Velkan estaba frente a ella, intentando explicarle lo que había salido mal en el plan de ir a robar aquellos documentos. Mientras escuchaba la fatídica historia del fallo de Velkan para obtener su diario y libro oscuro, Antonella se había quitado la capa y caminaba con ansiedad por aquel corredor vacío, oscuro y húmedo. Con su puño apretaba el viejo y desgastado pendiente hecho con el colmillo de Bardou. —Técnicamente eso fue lo que pasó con ese individuo. No me dejó opción y le tuve que dar su merecido —contó Velkan—. Y lo peor de todo… ya no pude darle muerte, porque me apareció con un artilugio brillante y afilado, que me cegó y disminuyó mis poderes ¿Comprendes?, tuve que salir corriendo del lugar. Velkan sonaba preocupado e indignado, porque ¿Qué era aquello que detuvo su pod
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Generosidad por emergencia
Durante el trayecto hacia los residenciales en los que habían estado vigilando a la familia Enache, Sorin no había dejado de llamar al número de la casa, con la esperanza de que este le respondiera, aunque sin éxito alguno. «Si este tonto falló la misión, tendré que matarlo», pensaba Sorin para sus adentros mientras fumaba un cigarrillo para calmar su ansiedad. Si antes tenía un buen presentimiento sobre la misión, ahora ni siquiera había en él un ápice esperanzador, solo reinaba la duda en su mente. No podía creer que el más hábil de las Virtudes hubiera fallado, pero siempre había una primera vez para todo, en este caso ya era una segunda vez. El código era claro con las virtudes que no funcionaran dentro de las misiones que eligiera el radar. Sorin odiaba haber sido bautizado bajo la estela de la virtud de la Generosidad. No entendía cómo era posible que el jefe del grupo, quien en el código de cazavampiros decía que debía recurrir a la muerte ante la deslealtad, la desobediencia
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Generosidad solicitada
Todos se habían presentado a las instalaciones de la Iglesia obscura, esta vez con mucha puntualidad a pesar de la hora. Debía ser algo demasiado urgente como para despertarlos a medianoche y sin decirles para qué demonios los habían citado. Claro, al ser una orden del jefe, nadie arremedó nada en cuanto entraron y lo vieron sentado en la silla que ocupaba siempre al tener reuniones. Las virtudes se sentaron como todos unos niños buenos y asueñados, a la espera de lo que el jefe Sorin tuviera que decirles. El rubio, con el ceño fruncido, se levantó. Al parecer tenía algo escondido detrás de una de las cortinas que adornaban esa sala parroquial. Todos miraban con mucha expectativa, ya que había mucho misterio de por medio. En cuanto Sorin jaló una pita para descubrir lo que estaba oculto en la cortina, los semblantes de todos se transformaron en la representación de haber visto algo horrorizante. —¡Por Dios! —exclamó Gabrielle, mientras se llevaba las manos al rostro. Raziel tuvo el
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Huir
Ileana había despertado con una pesadez en el cuerpo a causa de tanta angustia pasada la noche anterior y prácticamente toda la madrugada. Podía sentir lo ofensivo de la vibración maligna que emanaba el patio, la sala, las habitaciones y mucho más la de ella, donde todo estaba impregnado con aquella sensación de malestar e ira. «¿Qué voy a hacer con tanta angustia en el alma? Algo en mí ya no soporta estar dentro de las paredes de esta casa. Algo muy en el fondo me invita a salir, e incluso huir de todo y de todos. Ya no quiero saber nada de nadie. Solo quiero paz y tranquilidad, y sé que, si me quedo aquí no voy a poder tenerla», pensaba al tiempo que observaba con detenimiento aquella puerta rasguñada. La visita de los policías solo le causaba cierta irritación a su ya estresada mente. Cuando entraron a su habitación tuvo ganas de empujarlos para que no ultrajaran más sus cosas de lo que ya estaban. No podía describir muy bien lo que ella sentía, pero odió con toda su alma que entr
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Veredicto por cumplirse
La mañana los había encontrado profundos en un sueño poco reparador, de hecho, prácticamente habían pasado en vela tras haberse enterado de que Ariel había fallado por segunda vez y aquello no solo provocó complicación en el caso, sino que puso en riesgo la reputación de las Virtudes Divinas, quienes estaban estrictamente custodiadas por las autoridades gubernamentales y religiosas de manera clandestina.Ariel fue el primero en despertar y se sorprendió al no verse en la casa de aquellos condominios de lujo, cerca de la familia Enache. En realidad, él había reconocido el lugar cuando vio las cortinas color verde olivo que se ondeaban de manera sutil con el viento y dejaban entrar los primeros rayos de sol.Una punzada de dolor invadió su cuerpo, como si mil cuchillos se clavaran en su piel. Aquella sensación le trajo el recuerdo de la feroz bestia prensando con sus filosos dientes su pierna, mientras sacudía con tanta fuerza como para haber desgarrado su piel, tanto así que él carecía
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Magia blanca 1
“Estoy muriendo de inanición más que de hambre. Una parte de mí se arrepiente de haber venido, otra me exige que lo siga intentando. Todavía me quedan energías, pero desde este momento puedo sentir cómo se van agotando. Velkan se ofreció a seguir vigilando a Ileana, la presa, en lo que yo consigo una manera de adentrarme en esta inmunda sociedad. En lo que restaba de la madrugada pude salir a conocer los alrededores y he observado una especie de hospital pequeño. Si cuento con suerte podré ir a pedir empleo allí y así recomenzar, pero antes deberé obtener noticias de mi lobito, espero que no tarde y que no le suceda nada malo, justo ahora lo estoy esperando. El muy testarudo insistió en ir de día, aunque le prohibí tal cosa. Algo me llena de una alegría inexplicable, y es que no muy lejos de aquí puedo oler magia. Aunque no sea oscura creo que podré divertirme un poco y congeniar con algunas brujas, por lo que percibo no es de la magia emocionante, pero algo a nada me servirá para in
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Magia blanca 2
Las dos extrañas mujeres la observaban, y aquello le provocaba cierta intranquilidad a Antonella. Sobre todo porque en ese momento no era nada sin su magia poderosa y menos en aquel lugar del cual ella no se sentía formar parte. Si bien la señora rubia de falda floreada pegada al cuerpo y blusa blanca, la miraba con amabilidad –Antonella no se acostumbraba a la forma de vestir de ese mundo, le parecía asquerosa y no tenía nada que ver con exhibir el cuerpo, sino con lo ridícula que hacía ver a las personas–, la más joven mantenía aquel gesto desconfiado que más bien complicaba las cosas para la pelirroja. –Romi, hija. Es una persona que necesita ayuda –respondió la señora para luego dirigirse a Antonella–. Dinos, ¿qué te trae por aquí, chica? Yo creo en las coincidencias y, el hecho de que llegaras hasta la puerta de nuestra casa no es en vano. –Tiene razón –respondió Antonella en rumano–. Verá, soy una viajera que lo ha perdido todo, vengo de lejos y lo que ahora necesito es un poc
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Complicaciones
Antonella se encontraba consternada. No se esperaba para nada aquel obsequio tan bizarro de parte de Velkan. Además, había regresado relativamente temprano de su expedición y no con lo que a ella realmente le importaba. ¿Es que acaso pretendía desobedecerla? Poco a poco parecía dejar de ser aquel lobo que no cuestionaba nada y que cumplía con lo que ella le decía sin chistar. En definitiva su autonomía había avanzado mucho en comparación de cuando se hallaban en el pueblo y eso sí que estaba fuera de todo plan. La figura de aquella liebre joven que pataleaba por su vida ya sin caso alguno de poder sobrevivir, la había tomado por sorpresa. Antonella frunció el ceño, y recogió las peonías que se le habían caído. Velkan, quien estaba a la expectativa de su respuesta y que meneaba su cola confianzudo, dejó de hacerlo en cuanto se percató de que su pelirroja no estaba nada contenta. «¿No vas a decir nada? –inquirió Velkan, mientras la liebre daba un último chillido antes de perder la vid
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