25. Dulce trato
Las horas pasaba lentas, era como si el tiempo hubiera confabulado en mi contra. Tenía todos los teléfonos de mi despacho junto a mí, las líneas totalmente desocupadas para no perderme ninguna noticia. Pero no llegaba nada. La llamada de auxilio había cesado, por lo que me daba una señal de que la ayuda estaba allí. Todo se mantenía en silencio, pero podía imaginar la horda de periodistas que se me tirarían encima. Como buitres detrás de un pedazo de carne. Era inevitable que se supiera, aunque no hubiesen muertes. –¿Cuánto tiempo llevas aquí? –Mara permanecía erguida a mi lado, con su aspecto indudablemente desalineado. Se arregló las gafas con sus largos dedos, luciendo una manicura sencilla. –No me fui. Me quede mirándola, anonadada. Sabía que solía quedarse hasta tarde, era algo que ella hacia porque quería, pero que durmiera en las oficinas era algo que no pensaba permitir. –Mara, no puedes hacer eso –Entonces, el recuerdo de todo el trabajo acumulado me hizo cuestionarme s
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