El aire helado el lugar y la música atronadora nos recibió nada mas cruzar el umbral. Los cuerpos sudorosos de los que pasan bailando nos empujan de un lado a otro. Miro toda la estructura maravillada. Elegante y muy sencilla. Los palcos vip se alzan imponentes sobre la pista de baile, dando una visión privilegiada de todo. La gran barra a una esquina ocupando toda una pared con licores detrás, los bartender se mueven de un lado a otro abasteciendo los pedidos de los clientes. La tarima del otro lado ofrece una melodía energizante a cargo del Dj de la noche. Si levanto la vista, el techo es totalmente de cristal, así que una parte de la iluminación viene de la luna e incluso se distinguen las estrellas pese a las luces. Frente a nosotros hay un gran palco que a diferencia de los otros está totalmente vacío por lo cual concluyo que es el palco privado de Nicolás. —Hay que ir a la barra. —Anuncia Tom alzando la voz por encima de la música y dirigiéndose allí sin esperarnos. El local
Casi se me cae el teléfono al suelo. De todas las cosas que pensé que preguntaría, esa no se me paso por la cabeza. Le mire, seguía preocupado y expectante. Entendí que había estado pensando en eso desde el momento que le avisaron de mis nauseas. Sin embargo, me sentía lo suficientemente segura como para responderle: —No estoy embarazada, Nicolás. Simplemente es un malestar. Algo pudo caerme mal o simplemente el encierro del lugar. He estado a tope hoy de trabajo, el estrés suele debilitarme y bebí un poco. Eso es todo, no te preocupes. No llevo días sintiéndome así, solo esta noche. –Hablé lo más rápido y tranquila que pude para tranquilizarlo, porque no había porque pensar en esa posibilidad, ni remotamente. No pasara nunca. Gruño del otro lado, un sonido que venía desde adentro de su garganta y que solo hacia cuando estaba en desacuerdo o enojado conmigo. En ese momento creía que era por las dos. —¿Embarazada de Gaia nunca te sentiste así? Sabía que no lo dejaría tan fácil. Pus
Las horas pasaba lentas, era como si el tiempo hubiera confabulado en mi contra. Tenía todos los teléfonos de mi despacho junto a mí, las líneas totalmente desocupadas para no perderme ninguna noticia. Pero no llegaba nada. La llamada de auxilio había cesado, por lo que me daba una señal de que la ayuda estaba allí. Todo se mantenía en silencio, pero podía imaginar la horda de periodistas que se me tirarían encima. Como buitres detrás de un pedazo de carne. Era inevitable que se supiera, aunque no hubiesen muertes. –¿Cuánto tiempo llevas aquí? –Mara permanecía erguida a mi lado, con su aspecto indudablemente desalineado. Se arregló las gafas con sus largos dedos, luciendo una manicura sencilla. –No me fui. Me quede mirándola, anonadada. Sabía que solía quedarse hasta tarde, era algo que ella hacia porque quería, pero que durmiera en las oficinas era algo que no pensaba permitir. –Mara, no puedes hacer eso –Entonces, el recuerdo de todo el trabajo acumulado me hizo cuestionarme s
Llegue al Márquez pasada la hora de encuentro. Chad me protegió de los paparazis que normalmente esperaban fuera del restaurante y conseguí llegar con el aspecto impoluto. Salude al recepcionista y confirme la mesa donde ya me esperaba Nils. Sentí las miradas sobre mí a medida que caminaba con seguridad y soltura. Los camareros que me reconocían me saludaban cordialmente y yo les sonreía, aun sin apartar a mirada del hombre que yacía al final del lugar. Hacia girar una copa de vino entre las manos, dándoles ligeros sorbos que le humedecían los labios carnosos. El recuerdo de su voz llego a mi mente y sentí mi respiración acelerarse y el corazón saltarme en el pecho embravecido. Sus ojos de un gris oscuro detallaban cada movimiento, mirándome a la cara en lugar de mi cuerpo. La seguridad con la que acostumbraba a moverme, fue flaqueando. –Forcen. –Le tendí la mano al llegar frente a él. Me ignoro por completo y me dio dos besos en las mejillas. La suave caricia de su barba incipient
Aterrizamos en Londres antes del mediodía. El clima frezco, comúnmente nos recibió, golpeándome con la notable diferencia del clima siempre cálido de la costa colombiana. Baje la escalerilla cubriéndome lo ojos con unas gafas de sol para ocultar mis ojos hinchados y grandes ojeras por pasarme la noche llorando por un recuerdo que se mezclaba con el presente. En el asfalto había un carro negro que no logre reconocer ya que no había alquilado ningún vehículo y mi padre nunca me recogía o mandaba a alguien a hacerlo. Me despedí del asistente de vuelo y me encaminé al auto. La puerta delantera se abrió, mostrado a quien venía al mando. Las piernas me flaquearon y mis ojos se empañaron detrás de las gafas de sol. Saco una cazadora de cuero junto con él y volteo a verme. No necesite una invitación para lazarme a sus brazos. Me recibió con los brazos abiertos, recibiendo el impacto de mi cuero colisionando con el suyo sin tambalearse ni emitir sonido alguno. Simplemente me envolvió entr
–El encargado de dejarlas como un par de Diosas, bellísima. –Su acento italiano resaltaba claramente por encima de su inglés–. ¿Dónde está su habitación? ¡No tenemos tiempo! –Justo arriba. –Contesto Gaia en un italiano fluido. –¡Bellísima! El tipo dio palmadas en el aire, sorprendido y deleitado. Gaia me choco los cinco. A sus ocho años mi padre le había enseñado tres idiomas ya. Agarradas de la mano subimos hasta una de las habitaciones de invitados donde el tipo que descubrí se llamaba Ulice saco todo lo que tenía en su maleta. –¿Puedo cortarme el flequillo? –Me pregunto Gaia sentada frente al espejo del lavamanos. Lo sopesé en poco, bueno, no lo pensé. A mi padre le daría un mini infarto, Nicolás la alagaría como siempre y a mí me encantaba fuera como fuera. –Por supuesto. Ulice se puso manos a la obra con ella. Ya a mí me había alisado el cabello y arreglado las uñas, lo único que me hacía falta era el maquillaje. Recibí un mensaje de Tom. Mensaje de Thomas a Aprill. 6:57
Mientras Nicola llegaba, me cole a la habitación de Gaia. Estaba sentada en el centro de la habitación con su teléfono en la mano. Odiaba que tuviera ese maldito aparato, pero nos ayudaba a comunicarnos cuando yo me encontraba en la otra punta del continente. –Nicolás vendrá por nosotras. –Le dije, sentándome a su lado. La falda hizo un bulto a mi alrededor. La aplane con las manos. –¿El abuelo se enojó? Asentí con la cabeza. No pensaba ocultarle lo evidente, mi padre se enojaba por todo lo que yo hacía. –Siempre se enoja. –Gaia se encoge de hombros–. ¿Puedo llevar la corona? Nicolás me mataría si le dijera que no. –Por supuesto. Te ves hermosa con ella puesta. –Como siempre. Me eche a reír ante su descaro y la observe levantarse de mi lado e ir al espejo donde empezó a modelar y a tirar besos. –Matt dice que no soy hermosa, pero sí que lo soy. –¿Quién es Matt? –Un chico de la escuela, mamá. Me miro por el reflejo del espejo, con las manos en la cintura. Deje de pensar en
–Quería bailar con él y pasarla bien. Nicolás se relajó, le dio un toquecito en la nariz y se enderezo. Fue mi turno para que me diera un abrazo. La apreté con fuerza. –Te amo, pequeña. –Yo también, mami. ¿Podía existir mejores palabras que esas? No lo creía en absoluto. Los altavoces anunciaron que la cena seria servida, así que nos dirigimos a la mesa delantera, la más grande. Nuestros nombres estaban juntos, con Gaia a mi lado y Nicolás al otro. Vi que el nombre de mi padre estaba delante de mí y el de Kiara. Los padres de Nicolás también estarían en la mesa. Aquella combinación no podía ser peor. Dos familias que se odiaban y unos hijos que se querían y compartían sangre en el pequeño ser a mi lado. Yo como la oveja negra que me había involucrado con el enemigo y la persona que le había arrebatado la vida del hijo de la pareja Ferria. Me sentía crucificada entre las miradas que me lazaban y atine a rodear a Gaia con mi brazo cuando bajo la mirada, incomoda por el escrutinio d