Sin sentirlo había pasado más de una semana de ese fatídico día que Annette había deseado muchas veces olvidar, pero no podía, a cada momento recordaba como había visto al señor Corentin caer inerte en el piso frío de su despacho, desde ese día su tristeza superaba cualquier otro sentimiento, no podía dormir, ni comer, tampoco aceptar lo que había sucedido. Su tía estaba preocupada con su estado anímico, además desde el día de la muerte del señor Corentin, no había vuelto a la fábrica a cumplir con su trabajo, Annette sabía que ahora que el Señor Corentin había muerto, su hijo, Tristán Hermans se haría cargo de la presidencia y ella no sería más bienvenida en ese lugar, pero si tía tenía otra opinión. - Annette, debes ir a la fábrica de chocolates – repetía su tía con tono de preocupación – tu sueldo nos ayudaba mucho en casa, hija. - Lo sé, tía pero desde que murió el señor Corentin, Tristán se está haciendo cargo de la empresa y de seguro no me quiere ahí,
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