Vicente entró al vestíbulo del edificio residencial donde vivía Amelia. El recepcionista lo reconoció y sonrío al verlo. —¡Bienvenido, señor Rivas! —dijo— ¿Viene con la señorita Sarmiento? —¿Se encuentra? —preguntó, mirando hacia los elevadores. Y Notó el par de escoltas que se levantaron del sillón junto a ellos—. Olvídelo, ya vi a su equipo de seguridad. Caminó hacia los elevadores, y ambos escoltas se detuvieron frente a él, impidiéndole el paso. —Héctor —saludó a uno, luego miré al otro, moreno, diez centímetros más alto y más ancho que él—Marcos. —Señor Rivas —saludó Marcos asintiendo. Vicente Intercambie miradas a los ojos con ambos. Eran buenos hombres, de años al servicio de la Empresa. —Necesito que me dejen pasar —les dijo. —Queremos, señor Rivas —dijo Héctor, tratando de ocultar sus nervios con una mueca confiada—, pero la señorita Amelia fue muy clara que no debíamos permitirle subir a nadie. Vicente asintió. —Caballeros, si mal no recuerdo, hace algunos años trab
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