— ¿Tan mal te fue? —Marta la estudió con conmiseración—. Te advertí que te dolería más que a todos los Rivas juntos. —Tenías razón. Cuando llegó el momento no pude hacerlo. Marta la observó sorprendida. Se apartó los rizos de la frente y apoyó los codos en la mesa. —En realidad, siempre pensé que no lo harías. Así que... ¿Qué pasará ahora? —Estoy planeando todavía lo que voy a hacer. — ¿No intentarás hacerlo más tarde? —No. Si no lo dije anoche, no lo diré nunca. Me olvidaré de mis planes de venganza. Para siempre. Ernesto y Elba Rivas están tan enamorados que esa emoción llena su casa, sus vidas. Y yo no podría destruirlos, hacer sufrir a sus hijos, quizá a Vicente... — ¡Ah, Vicente! Tenía el presentimiento de que lo sacarías a relucir con algún pretexto. —Él no cuenta. Nunca formó parte de mis maquinaciones. — ¡No me digas que no te ha influenciado de alguna manera! Sofía se dirigió a su cuarto y regresó con el estuche que contenía el collar de perlas. —Supongo que esto hi
María entró apresurada, le preguntó. —¿Cómo es eso que vas a renunciar? —¿Quién te dijo? —El CEO. ¿Pero por qué Sofía? —Te prometo que algún día te contaré. —¿Y no puedes ahora? —No. — Está bien, pero te voy a extrañar. Me estás abandonando a merced de la bruja de Amelia. ¿Es verdad que se casó con Antonio? —Así es. No creo que te moleste, según ella tuvo una epifanía y ahora es mejor persona. —¡Ja! Yo no le creo… me voy a trabajar, nos vemos en el almuerzo. Cuando le comentó a Marta que algunas personas le habían preguntado por su renuncia. —Sabías que esto iba a suceder —comentó Marta a finales de esa semana—. La señorita Romero trabajó muchos años para Vicente y renunció solo porque tenía la edad de jubilación, debe resultarles extraño que tú renuncies a los ocho meses de conseguir el empleo. —Desearía que lo aceptaran sin discusiones —repuso la joven, haciendo a un lado el periódico que hojeaba para buscar otro trabajo—. No sé para qué pierdo el tiempo. Nunca encontraré
—Ya he llamado al médico. —Marta, eres un ángel. Tranquilízate, mi amor —Sofía acunó al niño, mientras su inquilina iba a preparar té de manzanilla. Por fin, Gabriel se calmó lo suficiente como para dormitar sobre su hombro y permitirle sentarse—. Creo que puedo arreglármelas sola —le dijo a su amiga—. Ve con Vanesa. —Está bien —inspeccionó la carita de Gabriel—. Tiene mucha fiebre. Me pregunto qué enfermedad será. —Algo que lleva incubando desde hace una semana. Lleva unos días sin dormir bien y de pésimo humor. De cualquier modo, vete, Marta y.… gracias. No sé cómo pagarte, lo que haces por mí—le sonrió agradecida a su amiga. —Eres mi familia. Se abrazaron y Marta se despidió. Cuando por fin el médico llegó, Gabriel lloraba con desesperación. El doctor López era alguien a quien Sofía conocía de toda la vida y su sonrisa la reconfortó. Al abrirle la camisa al enfermito y alzarle la camiseta, Sofía observó que tenía el cuerpo cubierto de puntos rojos. — ¡Ah! Varicela —diagnostic
Vicente entró al vestíbulo del edificio residencial donde vivía Amelia. El recepcionista lo reconoció y sonrío al verlo. —¡Bienvenido, señor Rivas! —dijo— ¿Viene con la señorita Sarmiento? —¿Se encuentra? —preguntó, mirando hacia los elevadores. Y Notó el par de escoltas que se levantaron del sillón junto a ellos—. Olvídelo, ya vi a su equipo de seguridad. Caminó hacia los elevadores, y ambos escoltas se detuvieron frente a él, impidiéndole el paso. —Héctor —saludó a uno, luego miré al otro, moreno, diez centímetros más alto y más ancho que él—Marcos. —Señor Rivas —saludó Marcos asintiendo. Vicente Intercambie miradas a los ojos con ambos. Eran buenos hombres, de años al servicio de la Empresa. —Necesito que me dejen pasar —les dijo. —Queremos, señor Rivas —dijo Héctor, tratando de ocultar sus nervios con una mueca confiada—, pero la señorita Amelia fue muy clara que no debíamos permitirle subir a nadie. Vicente asintió. —Caballeros, si mal no recuerdo, hace algunos años trab
Ignoró su pregunta. —Lo siento, Amelia, pero no siento nada por ti. Será mejor que aceptes esa realidad. Pero a pesar de lo que has hecho y por respeto a la memoria, tu padre no te voy a denunciar —suspiró—Incluso repondré el dinero que desfalcaste con mi propio dinero. Quiero que tengas una segunda oportunidad. —No quiero tu puta caridad —dijo Amelia—. No soy un animalito lastimado que necesite ser rescatado. —No —dijo, dando un paso hacia ella, invadiendo su espacio personal, provocándole una tensión que al parecer la dejó anonadada— eres una de las mujeres de negocios más inteligentes que conozco. Por eso te dije que te traía una propuesta. —Te escucho. —Te quedas todo el dinero que te has robado hasta el día de hoy —le dijo, pero mañana envías un comunicado que renuncias a tu cargo y a todas tus acciones y se las sedes a Ernesto. Amelia palideció. —¿Cómo sabes que compré acciones? —Sabes que investigamos a todos los que nos compran acciones, si, ya tenía la información de
—Siento haber abandonado el trabajo en esa forma —dijo, evasiva—. Regresaré en cuanto mi paciente se haya recuperado. —Gracias. Te echo de menos. Por desgracia, no tiene sentido que vuelvas si aún estás decidida a marcharte tan pronto como puedas —comentó con sequedad—. Y ya que tocamos ese tema, quiero decirte que no me voy a marchar de aquí hasta descubrir qué te aparta de mí. —Por favor, Vicente, eso ahora no tiene importancia. — ¿Ahora? ¿Qué quieres decir? —preguntó con aspereza. —Todo lo que necesitas saber es que no puedo trabajar más en tu empresa. — ¿El hombre que me ha abierto era Gabriel? —preguntó él de repente. —No, claro que no —replicó Sofía, tomada por sorpresa—. Discúlpame, debí haberlos presentado. Francisco Blanco vive en el primer piso. — ¡Con que ese era Francisco! ¿Comparte la casa contigo? El brillo de los ojos de Vicente era tan frío que Sofía sintió un estremecimiento de placer. “¡Está celoso!” — sonrió un poco. —Sí. También Marta, su mujer, y su hija,
—Tan simple como eso —replicó él con amargura, entrecerrando los ojos—. ¿Por esa razón entraste en mi compañía? ¿Para ganarte mi confianza, hacerte indispensable y.…?—Tú no tenías nada que ver en este asunto. Era de Ernesto, de quien me quería vengar por... —se detuvo porque Vicente se puso de pie de un salto, su estatura era amenazante.— ¡Así que yo no entraba en tus planes! ¡Una pieza más de tu jueguito! —se apoyó en la ventana viendo hacia el exterior, dándole la espalda.—Nunca aspiré a convertirme en tu secretaria personal —le aclaró sin alterarse—. Hubiera hecho cualquier trabajo con tal de infiltrarme en tu compañía. Me pareció que el destino estaba de mi parte cuando me enteré de que la señorita Romero se retiraba. Más aún cuando me escogiste para ocupar su puesto.—La solicitaron veinte secretarias y tuve que escogerte a ti, Sofía Espinoza —sonrió con amargura—. Vaya decisión tan acertada. ¡Qué idiota fui!—No deseaba causarte problemas...— ¿Hablas en serio? ¿De verdad cr
Vicente la cogió entre sus brazos y habló con el rostro muy cerca del suyo. —Todo lo que sé es que quiero que vuelvas. Unos días sin ti han sido suficientes para volverme loco. La besó de una manera que le impidió discutir. La boca firme y sensual de ese hombre hizo que respondiera con docilidad. Después, la docilidad cambió y ella correspondió al beso, consciente de que al fin había encontrado el paraíso que buscaba. Vicente la estrechó con más fuerza, le besó la cara y descendió hasta su boca ansiosa y expectante, y Sofía emitió un gemido sofocado. La recorrió un enorme estremecimiento cuando sintió que la lengua de él ahondaba en los secretos de su boca. Vicente gruñó y alzó la cabeza para mirar el rostro sonrojado de la joven; luego, volvió a besarla, con más decisión, mientras sus manos la acariciaban y se movían sobre todas las curvas de su cuerpo. —¡Sofía, te deseo y te amo tanto! ¡Eres una hechicera! —exclamó sin aliento, frotando su mejilla contra la de la chica—. ¿Me desea