Horas más tarde cuando Samantha y Óscar dormían en su suite, fuertes jadeos, gemidos, palabras de amor, suplicas, se escucharon en el otro lado de la pared. Sam arrugó el ceño, parpadeó un par de veces, y se quedó en silencio, intentando darse cuenta de dónde provenía aquel escándalo, y cuando se despabiló notó que provenían de la suite presidencial, y se llevó la mano a la frente. «Alex y Lolita» pensó, sonrió, y negó con la cabeza, se cubrió con una almohada, para no escuchar. Óscar giró sobre la cama y acercó su mano hacia la pequeña cintura de Sam, buscando que se aproximara más él, hasta que sintió la almohada cerca de su rostro, entonces abrió los ojos con pesadez y se dio cuenta de que ella la tenía sobre su cara. —¿Qué ocurre? —cuestionó adormilado. —¿No puedes dormir? —indagó. Sam rodó los ojos y arrugó el ceño. —¿Acaso no escuchas todo el escándalo? —cuestionó—, estoy a punto de golpear el muro para que se callen. —Arrugó el ceño. —¿No lo podrán hacer en silencio?
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