Frente al enorme jardín de la mansión Sarkov, todo plagado de las más bellas flores, Sam y Vlad dieron el sí y formalizaron su relación con el sagrado vínculo del matrimonio, rodeados de sus familiares y amigos.—No puedo creer que mi pequeña Samy ya sea una mujer casada —dijo Augusto Reyes, aferrando a la hija que sentía haber perdido para siempre—. Ahora ya jamás te veré. —Papá, no llores o me vas a hacer llorar a mí también. Además, dejé de vivir con ustedes a los dieciocho, así que nada cambiará. —No lo entiendes, Samy, no lo entiendes —dijo, aferrándose el pecho y alejándose para vivir su dolor en la soledad del jardín. —No le hagas caso, hija. Ya sabes cómo es tu padre. Déjamelo a mí, ya verás como pronto se le pasará. Sam asintió y abrazó a su madre. —Al final lo lograste, Vlad. Tienes mis respetos —dijo Caín, estrechándole la mano y palmeándole el hombro al flamante novio. —Tarde o temprano consigo lo que quiero, ya deberías saberlo, Maximov. Sam es mía desde la primera
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