Diana abrió sus ojos con lentitud, tan solo una lámpara con la luz tenue alumbraba la alcoba, entonces fijó su mirada en su esposo quién leía un libro sentado en la mecedora. —Rodrigo ¿Qué haces aquí? No era necesario que te quedaras a mi lado —recriminó, llevándose ambas manos a su rostro llorando. Rodrigo, se acercó a ella, la estrechó en sus brazos. —No llores Diana —acarició su cabello, luego se retiró unos centímetros para poder mirarla—. Ahora que estamos solos dime la verdad ¿Te hizo daño ese tipo? ¿Estás bien? Por favor no me ocultes nada —suplicó. —No me hizo daño, pero me tenía amenazada con esa navaja. Diana, le mostró a su esposo el hematoma que tenía a un costado de su cuerpo. Rodrigo, apretó los dientes, respiró con dificultad, sin embargo, se recompuso para no preocupar a su esposa. —Ya no llores, ya estás aquí conmigo, yo te voy a cuidar, nadie va a volver a hacerte daño —expresó, con sinceridad. —¡Perdó
Leer más