Apresurado, bajé las escaleras aguardando lo peor, pero cuando abrí aquella puerta, la visión que se formó delante de mis ojos me dejó sin aliento.De pie, con los orbes rasados, triste y abatida, se encontraba ella y, al verme, un llanto desbordado se apoderó de su ser. Prácticamente convulsionando, se lanzó a mis brazos y se aferró a mí, que al principio la miré con confusión y, para qué mentir, con un poco de enojo, mas al oír sus palabras, no pude más que desechar mi intención de ser indiferente y la acogí en mis brazos para consolarla de sea lo que fuera, que la atormentaba.Luego de un rato en la misma posición, el llanto mermó un poco y la abracé, guiándola hasta el salón de la casa.—Shh. Sea lo que sea, pasará, princesa, deja de llorar, por favor —pedí desesperado por no saber
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