La claridad apenas visible de un nuevo y nublado día, encontró al cuerpo desnudo de Leia abrazado al de cierto rubio que se encontraba en iguales condiciones; ambos envueltos bajo el calor de las mantas, con respiraciones y corazones casi acompasados. Afuera, los autos corrían, esta vez con menor afluencia, era domingo y las actividades parecían postergarse, varias personas, entre la mayoría niños curiosos, caminaban o se apresuraban al parque ubicado frente a la torre departamental donde el ojiazul vivía; la primera nevada del año había cubierto más que jardines y árboles, pues lo que había iniciado como una suave nevada se había convertido en una tormenta invernal. Toda la noche había nevado, pero ni Leia o Caleb se percataron de ello, no cuando pasaron la mayor parte de la misma, rozando sus pieles, unidos, entre gemidos, jadeos y sudor, apre
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