Sentado tras su escritorio, Vlad revisaba la carpeta azul. Leía la hoja dedicada a Maximov, su hermano mayor. La información que había averiguado sobre él y la poca que recordaba, todo estaba allí. Una vida de dieciocho años reducida a una plana de una hoja tamaño oficio; catorce años junto a él reducidos a dos instantes: una conversación sobre cereal durante un desayuno y fragmentos mudos en el auto antes del accidente, nada más.¡Cereales! Le daban ganas de reír y llorar. A Maximov le gustaban las hojuelas bañadas en chocolate, él en cambio comía cereal integral, el más saludable, el mismo que comía su madre. “Eres un hijito de mamá, Vlad, admite que esa m****a no te gusta, que sólo te la tragas para complacerla. Eres un cobarde”, le decía su hermano. “Al menos a mí no me castigan” le decía él, llevándose una cucharada de cereal con leche a la boca. Fin del recuerdo.Tras el accidente y en cuanto estuvo en condiciones, probó todos los ce
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