La alarma sonó. La fina mano de Anya salió de entre las sábanas y la silenció. Miró el lado vacío de su enorme y fría cama y suspiró. Siempre era lo mismo.
Se dio una larga ducha. Secó su cabello sentada en su tocador, mirando el paso del tiempo en el espejo. Del fondo del clóset sacó un vestido negro. Lo dejó sobre la cama y bajó a desayunar.
—Hoy seremos sólo nosotros dos, Ingen —le dijo al pequeño cuando se sentó junto a ella en la gran mesa.
La alarma había despertado a Sam varios minutos antes. Sin embargo, había sido demasiado tarde. Estaba sola en la habitación. Corrió a la suya vistiendo la camisa de Vlad que había usado de pijama. Se puso ropa deportiva y volvió a correr fuera de la casa. Siguió corriendo por el jardín, a las ruinas de la pérgola. Nada. Corrió por el sendero que se enfilaba lejos del camino, mirando en todas direcciones. Nada. Dio una vuelta al perímetro. Nada. Se le ocurrió escalar un árbol. Busc
—¿Así está bien, madre?—Sí, querido. Si tu hermano lo viera, le encantaría.No muy convencido Ingen dejó el arreglo sobre la tumba de Maximov Sarkov, muerto en un accidente automovilístico a los dieciocho años. Era un arreglo armado con hojas y varas de diversas plantas, con variados tonos de verde en distintas formas y tamaños. Sólo eso, hojas.Así como para Vlad, para Ingen también era la tumba de un desconocido, que había muerto varios meses antes de que él naciera. La visitaba con su madre cada año y miraba la fotografía del muchacho sonriente, imaginando cómo se oiría su risa o su voz, o si habría dado tanto miedo como Vlad. Jamás lo sabría, siempre sería un desconocido para él.La brisa fresca cargada del aroma de las flores del cementerio hizo a Anya sentir náuseas. Tomó asiento en un banco bajo la sombra de un árbol ubicado a los pies de la tumba de su primogénito. Cada vez que pensaba en él, le p
—Y la estrella más brillante del cielo nocturno es Sirio —dijo Vlad, buscándola desde la ventana.No tenía idea de cómo lo sabía, pero estaba seguro de no estar mintiendo.Ingen salió de la cama de un brinco y corrió hasta su lado.—¿Es esa de ahí? —Apuntó con su dedo al que para él era el astro más luminoso.—Sí, forma parte de la constelación Can Mayor —agregó Vlad, que empezaba a extrañarse de sus propias palabras.Él no era de los ilusos que se la pasaban suspirando mientras veían las estrellas, él se admiraba de tener siempre los pies puestos bien firme sobre la tierra, y la cabeza también.—¿Can Mayor? —preguntó Ingen.—Es uno de los perros que acompaña a Orión, el cazador... —Se calló abruptamente, sintiendo que alguien más hablaba por su boca, como si estuviera poseído.Una posesión demoniaca.Se volvió a ver a Sam
Evitando hacer cualquier sonido, Vlad concentró toda su atención en la conversación de su madre con Samantha.—No estoy muy segura de a qué se refiere, señora —dijo Sam, con una tranquilidad que le pareció admirable.—De Vlad, por supuesto. Jamás lo había visto llevarse tan bien con Ingen. Se veían tan lindos los dos sonriendo. Estás haciendo muy bien tu trabajo, Sam.Vlad estaba boquiabierto, no cabía en sí de la sorpresa. Esperaba lo peor y se encontraba con unas felicitaciones. Parecía un sueño.—Yo sólo quiero lo mejor para los dos y les di un empujoncito para acabar con la tensión entre ambos.—El cambio de Vlad es lo que más me asombra. Parece tan relajado, tan fácil de tratar, tan razonable. Asegúrate de que siga así y que no descuide sus obligaciones en la empresa.—Sí, señora.Más incrédulo que antes, Vlad vio a su madre extender la mano para acar
Hoy era el gran día, el día en que Ingen haría uso del poder conferido por Samantha y cobraría su segundo vale. Terminada la escuela irían a visitar el museo.La sorpresa empezó nada más cruzar la puerta de la institución. Ella lo había ido a buscar con el conductor. Ingen se despidió de una niña y fue corriendo con Sam. La joven no pudo evitar mirar con curiosidad a la pequeña rubia de rostro angelical que parecía una muñequita.—¿Quién era esa niña tan linda? ¿Es tu amiga?—Algo así —dijo él, bajando la mirada.¿Algo así? ¿Algo así como una noviecita secreta? Parecía ser cosa de familia.—¿Ella te gusta? Yo te guardo el secreto.—¡Sam!—¿Qué? Es normal que una niña te guste, o un niño, lo que tú prefieras.Ingen se llevó una palma a la cara, suspirando.—Mejor vayamos pronto al museo —dijo él, caminando hacia el auto.
Pánico. Eso describiría bastante bien lo primero que sintió Sam al oír la revelación de Kel, un pánico incontenible y demoledor, un dolor de certidumbre, como si una profecía apocalíptica se hubiera cumplido ante sus ojos: la desaparecida finalmente había aparecido. Y estaba muerta, ya no había dudas.¿Qué esperanzas podría albergar Vlad de hallar viva a Violeta?Controlando su pánico, Sam corrió de regreso a la habitación de Vlad. Llamó a la puerta con desesperada insistencia.—Vuelve en otro momento, estamos ocupados —le dijo Markus al abrir. Cerró de inmediato, sin darle tiempo ni siquiera de ver a Vlad.Volvió sobre sus pasos, aturdida. El pánico amenazaba con ir en aumento, con ramificarse y volverla loca. Iba doblando en el pasillo del segundo piso cuando vio a la señora entrar a su despacho con Igor. En un acto que podría calificarse como suicida, fue a pegar el oído a la puerta.—¡
—¡Mami!—¡Samy, querida!Las mujeres se abrazaron en el penthouse del lujoso hotel. Se abrazaron como si no se hubieran visto en años, cuando desde el cumpleaños de la abuela habían pasado apenas unos cuantos meses. El padre también la abrazó. Fue un abrazo más bien cauteloso. Tenía una mirada inquisitiva. Sam no lo notó, estaba feliz de haber logrado llegar a salvo. Y cómo no hacerlo si efectivamente pidió que alguien fuera a recogerla. Su padre no envió a cualquier chofer, el hombre conocía a su hija, la conocía tan bien como a su esposa o a sí mismo y esa voz llena de angustia y miedo no le fue indiferente. Envió por ella a Vincent, ex militar, experto en combate cuerpo a cuerpo y uso de armas y jefe de seguridad de su cadena de hoteles. Ella iba a llegar a salvo, por supuesto que sí y le diría de una vez por todas lo que estaba ocurriendo.Fueron a sentarse a la terraza, desde donde tenían una vista magnífica del valle
Al día siguiente de su decisión de arrancarse a Vlad del corazón y de todas las partes en que estaba, Sam tuvo su primera recaída. En su computador buscó noticias sobre Ardelia.No encontró nada. Ningún medio de prensa comentaba lo ocurrido, ni siquiera en publicaciones anteriores, que ya no estaban disponibles. Alguien había hecho un excelente trabajo cubriendo el tema y había resultado tal como Igor había prometido.Se alegró de estar lejos. Se alegró por Ken, que tendría un respiro de todo el asunto. Hasta ahí llegaba su felicidad. Esperaba que Vlad e Ingen estuvieran bien. La tentación de llamarlo se diluía al ver su teléfono descompuesto. No le sobraba el dinero como para comprar uno nuevo. Félix dijo que se lo repondría si superaba el desafío “dos semanas sin el intenso”.Mitad de la primera semana.Sam y su madre fueron de compras. La mujer iba dispuesta a comprarle todo lo que ella le pidi
“Tu novio”, había dicho su madre.Sam había dejado de tener un novio hacía dos semanas. En ese tiempo incluso llegó a cuestionarse haber tenido realmente uno. Se había convencido de que todo había sido una fantasía, mitad pesadilla, mitad sueño húmedo. Y ahora, completamente segura de que estaba despierta, el sueño había ido por ella.—¿Dónde está? —preguntó, levantándose.—Lo vi del otro lado, hablando con unas chicas. Lo llamé, pero no me oyó. Tal vez no era él. —Majo volvió a sentarse, bebiendo un sorbo de su cóctel.Sam no perdió tiempo. Debía confirmar con sus propios ojos si era él o no. El restaurante de forma ovalada estaba emplazado en la playa, con las mesitas y sus quitasoles repartidos a su alrededor. Dio la vuelta, buscando a alguien parecido a Vlad entre los bañistas y clientes. Un hombre alto, de cuerpo atlético y bien parecido no destacaba tanto en una playa tan exclusiva como aquella, dond