La paciencia no era infinita, tenía un límite y la de Sam ya había llegado al suyo.
—¡Ay ya cállate de una vez! —le gritó a Vlad, levantándose—. Ya has hablado lo suficiente y sólo has dicho estupideces. Ahora será mi turno de hablar y pobre de ti si me interrumpes.
Sam entró a la mansión y Vlad no tardó en ir tras ella. En el despacho podrían tener privacidad así que subió las escaleras. Iba en las del segundo piso cuando recordó lo último que había visto a Vlad hacer en el lugar. Se detuvo de golpe y bajó para ir al salón. Vlad la seguía a cada paso que daba.
—Siéntate —le ordenó.
Él obedeció. Envuelta en la manta, Sam caminaba de un lado a otro. Ponía en orden todas sus ideas, para mayor claridad de su discurso. No estaba segura de estar haciendo lo correcto, pero la adrenalina de ver al cadáver la dominaba. No dejaba de temblar y, si no sacaba lo que tenía atr
El trabajo de un buen jardinero era mantener las malas hierbas fuera del jardín y procurar el mejor ambiente para el resto de las plantas. A eso se dedicaba su padre y a eso quería dedicarse ella también.—¿Qué estás haciendo con esto? —le preguntó su madre, arrebatándole el libro sobre botánica. Había sido un regalo de su padre. —Quiero aprender sobre las flores —dijo Violeta. —Ni siquiera sabes leer, qué vas a aprender. Ve a buscar leña y date prisa.Ella tenía ya seis años y jamás había ido a la escuela. Allí no le enseñarían nada útil para sobrevivir, eso decía su madre. Su padre no opinaba. Mientras la casa estuviera limpia, hubiera un plato de comida en la mesa y alcohol al llegar del trabajo, todo estaría bien para él. Su padre trabajaba cuidando flores. Para tal labor, sus manos debían ser sumamente gent
—¿Elisa? ¿Qué haces aquí? —preguntó Sam, mirando a la mujer que venía por el pasillo.La sorpresa de Elisa era tanta como la de Sam y Caín, pero no se le notó en lo absoluto.—Supe que Caín estaba aquí y vine a visitarlo. Sam miró al hombre. Sus ojos, todavía enrojecidos, parecían aterrados. —¿Eres su fan también? —Por supuesto. Sam no se lo creía. Ella tenía mucha imaginación, pero pensar en Elisa, tan formal y compuesta, rockeando como una loca desatada, le resultaba muy difícil. —Parece que te dieron una paliza. Me preguntaba por qué habría sido, pero ya me estoy haciendo una idea. —Elisa miró a Sam. Caín se levantó, interponiéndose entre ambas mujeres. —Ven, hablemos afuera. —Cogió a Elisa del brazo.
Los minutos que les había tomado llegar al sitio en que estaban Sam y Maximov se le habían hecho eternos. Para Vlad, el tiempo se había detenido por instantes cuando vio el mal encarnado en los ojos de una joven mujer, que había amado desde los doce años, que veía a diario en su empresa y a quien no conocía en lo absoluto.Y ahora, en la tenue oscuridad del silo, el tiempo volvió a detenerse cuando vio los brillantes y atemorizados ojos de Sam, encogida y temblando en el suelo.En el acogedor silencio que había empezado a habitar en su dormitorio, Vlad observaba a Sam dormir. Le tenía la mano apoyada en la cintura y se mantenía a la distancia suficiente para tener una buena vista de su rostro. Ella había aceptado ser su novia secreta y seguía a su lado pese a que él vivía en el mismísimo infierno. Sam dormía con la pacífica serenidad de un ángel. Le gustaba verla así, esa serenidad se le contagiaba, pero sólo
Lo primero que vio Sam al despertarse una vez más en el hospital fue a Vincent. El hombre se deshizo en disculpas por lo ocurrido, incluso dijo que presentaría su renuncia. Sam lo disuadió. Violeta había sido una fuerza imparable, nadie tenía la culpa de lo sucedido, probablemente nadie hubiera podido detenerla. Ella tenía algún encanto misterioso, un poder de seducción perverso y letal. Y una inteligencia y sangre fría inigualables, que la mantuvieron en la impunidad y libre de sospechas por tanto tiempo en que había hecho, sin contemplaciones, de las suyas.Sam se alegró al saber que seguía teniendo dos riñones perfectamente funcionales. En cuanto estuvo en condiciones de levantarse, lo primero que hizo fue ir al cuarto en que estaba internado Maximov. Vlad no estaba en el hospital, él había partido con Violeta.—Ya no será lo mismo cuando te quites la polera en el escenario —dijo ella, mirando por debajo del parche la herida con las num
Las tranquilas aguas turquesas iban y venían frente a Sam. Así también se movían sus manos, esparciendo el bloqueador solar en sus pálidas piernas. Nada como un día de playa para relajarse luego de un mes tan ajetreado. Preparar su examen de grado no había sido fácil, pero ella era imparable y obtuvo una excelente calificación.Los dos años que le faltaban para terminar sus estudios se habían pasado volando y ya era una fotógrafa profesional. Había recibido varias propuestas de trabajo. Una agencia de modelos la quería dentro de su staff, para elaborar los portafolios. El tedio de imaginarse allí se le hacía insoportable, ella quería acción. Una revista de vida silvestre también la contactó. Sam se imaginó con la adrenalina a full, recorriendo junglas y sabanas, rodeada de bestias salvajes, esperando, agazapada en las sombras, sincronizando su respiración con el viento, siendo una con el ambiente durante horas sólo para capturar el momento exacto en que un
—Papi… extraño a mi mami.La niña lo miró con sus brillantes ojos verdes.—Yo la conozco desde mucho antes que tú, la extraño más.Ella se encogió en su asiento, aferrando con fuerza el muñeco de felpa. Era su favorito porque se lo había dado su madre para su cumpleaños número cuatro. Para ella había sido hace una vida atrás, tanto tiempo había pasado. Y no debía llorar, por muy triste que estuviera, ella ya era una niña grande, ya tenía seis años.El brazo de su padre le cruzó la espalda, aferrándole un hombro. Ella le apoyó la cabeza en el costado. Nadie más había en la sala de espera del hospital. Por la ventana, al final del pasillo, se veía la oscura inmensidad de la noche. Estaba tan silencioso, no le gustaba el silencio.—Papi ¿Cómo conociste a mi mami?—Es una historia muy larga.—Quiero oírla.—No es para niñas.—Ya soy grande y me gustan las historias de terror.Él suspiró. Su pasado no lo atormentaba, le había permitido crecer y sanar.—En ese entonces yo estaba enfermo y es
Aquel era el quinto día de trabajo de Samantha en la mansión Sarkov y se alegraba de lo bien que se le estaba dando todo. El trabajo no era muy pesado, sus jefes eran respetuosos y la paga era magnífica. Planeaba irse de intercambio a estudiar a Europa y su trabajo de medio tiempo no le permitiría ahorrar lo suficiente para el viaje, así que buscó en los anuncios clasificados una mejor opción.Jamás pensó que dar clases particulares a un niño rico cambiaría su vida para siempre.—Bien, Ingen, repasemos las tablas de multiplicar —indicó, tomando notas en su libreta para calificar al pequeño.Ingen era el hijo menor de la familia Sarkov. Apenas a sus diez años ya consideraba la experiencia escolar como todo un fracaso y había desertado. El maltrato que sufrió por parte de sus compañeros le hicieron imposible siquiera volver a pisar un colegio y sus padres, a quienes la lujosa mansión decía a gritos que les sobraba el dinero,
Samantha no gastó energías en discutir con un cretino como el que estaba segura que tenía en frente y fue deprisa a hablar con la señora. Ella la había contratado y ella era la única que podía despedirla.—Si Vlad dice que estás despedida, estás despedida, lo siento, linda. Habla con él por tu finiquito —dijo la mujer, que seguía tan ocupada como antes y ni siquiera había volteado a mirarla.Comenzaba a retirar todo lo que había pensado sobre esas personas. Eran ególatras, irreflexivos e injustos. Y el peor de todos era el tal Vlad, que la despedía sin motivo aparente. Lamentaba pensar que Ingen terminaría siendo como ellos y más lamentaba tener que volver a verle la cara al patán de su hermano.Tocó la puerta nuevamente. No le importaba el finiquito, sino el mes que le habían pagado por adelantado. Con sólo cinco días de trabajo, si la hacían devolver la paga estaría en problemas. Había dejado el departamento que arrendab