Samantha no gastó energías en discutir con un cretino como el que estaba segura que tenía en frente y fue deprisa a hablar con la señora. Ella la había contratado y ella era la única que podía despedirla.
—Si Vlad dice que estás despedida, estás despedida, lo siento, linda. Habla con él por tu finiquito —dijo la mujer, que seguía tan ocupada como antes y ni siquiera había volteado a mirarla.
Comenzaba a retirar todo lo que había pensado sobre esas personas. Eran ególatras, irreflexivos e injustos. Y el peor de todos era el tal Vlad, que la despedía sin motivo aparente. Lamentaba pensar que Ingen terminaría siendo como ellos y más lamentaba tener que volver a verle la cara al patán de su hermano.
Tocó la puerta nuevamente. No le importaba el finiquito, sino el mes que le habían pagado por adelantado. Con sólo cinco días de trabajo, si la hacían devolver la paga estaría en problemas. Había dejado el departamento que arrendaba y no tendría dinero suficiente para arrendar otro en tan poco tiempo.
—¿Quién es?
Oír la voz de Vlad le erizó los vellos del cuerpo, tan serena mientras hacía arder el fuego de la discordia.
—Yo... Samantha.
—No conozco a ninguna Samantha, largo.
Ella se mordió la lengua para no decirle lo que se merecía.
—Soy la maestra de Ingen.
"A la que despediste injustamente, imbécil" habría querido agregar, pero no podía. Tendría que tragarse su orgullo para llegar a un acuerdo.
—Ingen no tiene ninguna maestra —dijo el energúmeno y la bilis se le agitó, agriándole las entrañas.
—Quiero saber por qué ya no tiene ninguna —pidió, con la voz más amable que pudo.
—No es asunto tuyo, lárgate.
Su amabilidad resultaba ser tan inútil como una semilla en el inhóspito desierto. Inhaló profundamente varias veces, calmando sus irritados nervios. Ese tipo no tenía modales para tratar a la gente.
—Su madre dijo que debía hablar con usted sobre el finiquito —dijo como intento final.
El sonido metálico de la cerradura eléctrica le indicó que la puerta estaba abierta. Permaneció de pie en el umbral, no quería hacerlo enfadar como la primera vez que entró allí. El hombre seguía con la vista fija en la pantalla del computador, ignorando su presencia.
Samantha esperó pacientemente, maldiciéndolo por dentro, ardiendo en ganas de gritarle, pero incapaz de interrumpirlo. Pasaron tres minutos hasta que él se dignó a dirigirle la palabra.
—¿Qué haces ahí? ¿Esperas una invitación?
Ella lo miró, incapaz de creer que pudiera tener un humor tan cambiante. Incluso le ordenó que tomara asiento frente a su escritorio. Vlad comenzó a buscar el archivo de la mujer en la carpeta de empleados.
—Eres una descarada. Te pagamos un mes por adelantado y quieres un finiquito —criticó con dureza.
—¡No, yo no! —Intentó excusarse, con las mejillas sonrojadas—. Lo dije para que pudiéramos hablar, no quiero quedarme con su dinero, sólo pido un trato justo.
El hombre la miraba fijamente y ella esquivaba sus ojos prohibidos, temerosa de hacerlo enfadar.
—Y además eres mentirosa —acusó él—. Eres incapaz de sostenerme la mirada.
La boca de Samantha se abrió hasta que la piel de las comisuras comenzó a dolerle. Tratar con ese hombre era como subir a una montaña rusa. Lo que estaba mal en un momento podía volverse esencial para satisfacerlo luego y no sabía qué hacer. Sólo quería irse de allí lo más pronto posible.
—Escuche, me pagaron por un mes y sólo pido poder trabajar un mes, nada más. Sé que he hecho un buen trabajo, Ingen está progresando mucho, incluso parece más seguro de sí mismo. Ni siquiera me ha explicado por qué estoy siendo despedida.
Vlad seguía viéndola con detención y ella lo miraba a los ojos con reticencia, notoriamente incómoda.
—Ingen volverá a la escuela, así que tu presencia aquí es innecesaria. Conservarás el dinero correspondiente al finiquito por un trabajo de cinco días y el resto lo devolverás.
Aquello era lo que Samantha más temía. Sentía que estaba parada en el borde de un precipicio, a punto de caer.
—No puedo, ya gasté el dinero —mintió, encogiéndose de hombros.
Una arruga surcó la impecable frente de Vlad, al tiempo que tomaba su teléfono.
—Entonces llamaré a la policía —se apresuró a decir.
Fue detenido por Samantha, que se abalanzó sobre el escritorio para frustrar la llamada, presionándole las manos.
Ella se había atrevido a entrar a su despacho sin que se lo ordenara, lo miraba como si estuviera mirando a cualquiera y ahora osaba a tocarlo ¿Quién se creía que era? ¿Cómo su madre había permitido que alguien tan vulgar se encargara de la educación de su hermano?
Era ella la que necesitaba ser educada.
—Lo... Lo siento —se disculpó Samantha, notando que, en su desesperación, había ido demasiado lejos.
Volvió a sentarse, ordenando los papeles que había desordenado en el escritorio.
—Ya le dije que no quiero quedarme con su dinero, sólo le pido que me deje pagárselo con trabajo, por favor.
Así al menos ganaría tiempo para conseguir un trabajo nuevo y tendría asegurado un lugar donde dormir.
—De acuerdo —dijo por fin Vlad, con mirada inescrutable y Samantha sonrió aliviada—. Pero Ingen volverá a la escuela el lunes, así que tendrás que trabajar para mí.
Samantha se sostuvo de la silla para no caer.
—¿Necesita ayuda con las tablas de multiplicar? —Se atrevió a bromear, algo típico cuando estaba nerviosa.
La seriedad de Vlad se diluyó con una sutil sonrisa torcida.
—No serás mi maestra —recalcó, entrecerrando ligeramente los ojos, lo que le dio una apariencia bastante perversa—, serás mi sirvienta.
〜✿〜
Sólo un mes, se decía para animarse a salir de la habitación, sólo un mes soportando al miserable de su nuevo jefe. En cuanto abrió la puerta, el iluminado pasillo la hizo sentir náuseas y se quedó en el umbral, sin atreverse a poner un pie fuera.
Sólo un mes.
Como no tenía experiencia siendo sirvienta, no sabía si debía ir a preguntarle si necesitaba algo o esperar a que él la llamara, después de todo, le había pedido su número. Al instante, el teléfono en su bolsillo vibró, sobresaltándola. Era su indeseable jefe nuevo.
Jefe idiota: Tráeme café.
Ni siquiera un por favor, qué más podía esperarse de él.
Avergonzada como nunca, dejó la estancia de los sirvientes y llegó a la cocina de la mansión. Allí preguntó por los gustos de su jefe para el café y partió a llevárselo. Se detuvo en el umbral del despacho, sin saber si debía dejarlo en el mueble donde había dejado la carpeta o llevarlo hasta el escritorio. Él siguió trabajando como si nada y no esperaría a que la regañara como la última vez. Dejó la taza en el escritorio.
—Quince minutos tarde —se quejó él—. Cinco minutos es lo máximo que esperaré por un café, de lo contrario, no lo traigas.
Ella asintió, apenada, pero agradeciendo que no la hubiera mirado todavía.
—El café se ha chorreado sobre el platillo y la taza goteará cuando la levante, manchando mi escritorio ¿Quieres arruinar mi trabajo?
—¡No, no, yo no! —aseguró, más apenada todavía—. Tuve que traerla desde la cocina y subir por las escaleras, por eso tardé y se derramó un poco, no volverá a ocurrir.
Esta vez él sí la observó, admirando el atuendo que llevaba y el llamativo sonrojo en sus mejillas.
—Más te vale —le advirtió—. Cada error que cometas se te descontará del sueldo y tu estadía aquí se prolongará.
Aquello fue un balde de agua fría para Samantha, que ahora cruzaba los dedos para que a su jefe le gustara el café que había preparado.
—¿A esto le llamas café? Está asqueroso. —Rápidamente tomó su teléfono—. Hola, policía. Mi sirvienta está intentando matarme...
—¡No, yo no! Deje eso.
Nuevamente le tocó las manos, intentando frustrar la llamada con el corazón a punto de salírsele del pecho.
—Le pusiste veneno, admítelo.
—¡Claro que no! —se defendió ella, sin dar crédito a las acusaciones de su jefe.
No sólo era un patán, estaba loco.
Para demostrarle que el café no tenía nada malo, ella misma tomó un sorbo.
—Le prepararé otro —anunció, reprimiendo una mueca de asco y saliendo rápido a la cocina.
Esta vez probó el café antes de llevarlo, confirmando que le había quedado delicioso. En la bandeja llevó también la cafetera, se lo serviría en el despacho para evitar que se chorreara la taza. Agregó también un platillo con unas ricas galletas que una de las cocineras había preparado. Con orgullo por la buena presentación que tenía la bandeja, partió de nuevo con su jefe.
En el despacho, acomodó la bandeja en una mesa junto al escritorio donde sirvió el café. Lo hizo con lentitud para que el pulso no le fallara y ninguna gota corrompiera la pulcritud de la taza y el platillito de fina porcelana. Dejó la taza frente al hombre, donde también dejó el plato con galletas y unas servilletas.
Se quedó esperando de pie junto a él, que seguía trabajando. La furia la inundaba cada vez que él la ignoraba como ahora. Esperaba que el tipo se tragara sus palabras cuando probara el exquisito café que había preparado.
—Señor —llamó tímidamente.
Él siguió ignorándola.
—Su café ya está listo —recalcó lo evidente, retorciendo con furia el delantal blanco entre sus dedos.
—Son las nueve y cuarto. No tomo café después de las nueve —afirmó él, sin arrugar un músculo de su lozana piel ni alterar el tono calmado de su voz.
Samantha no lo podía creer. Su rostro se puso completamente rojo de furia, que desahogó con el delantal. Por poco la tela se rasgó entre sus manos. Inhalando profundamente volvió a meter todo en la bandeja. El aire salía con violencia por su nariz y boca, como si fuera un caballo. Cuando por fin estaba por dejar el cuarto, orgullosa de no haberle lanzado el café encima, el hombre la jaló del delantal, pegándola contra su cuerpo.
La sorpresa del repentino acto la dejó inmóvil, con la bandeja temblando entre sus manos, sintiéndose completamente indefensa a merced de ese hombre impredecible. Sintió cómo inhalaba brevemente en su cabello, que caía en suaves ondas sobre sus hombros, mientras se acercaba hasta su oído.
—No uses esto —le susurró.
Las crípticas palabras cobraron sentido cuando lentamente y con delicadeza le desató el delantal con encajes, liberándola así de su breve, pero tortuoso secuestro. Al menos así lo sintió ella, mientras corría por la lujosa mansión con las piernas a punto de desfallecer.
Ahora más que nunca creyó que seguir trabajando allí sería imposible.
Al día siguiente y suponiendo que el maniático de su jefe volvería a pedirle café, Samantha se adelantó y lo preparó con anticipación. Para cuando el mensaje llegó, sólo debió calentarlo y partir raudamente a llevárselo. Tardó tres minutos, comprobó disimuladamente con su teléfono.Esperó a varios pasos de él, por seguridad. No había vuelto a ponerse el delantalito y su ausencia le quitaba toda la apariencia de sirvienta. Sólo era una mujer que usaba un vestido negro demasiado corto para su gusto.No recibió comentarios de aprobación por el café, pero tampoco quejas y para ella fue suficiente.—¿Necesita algo más?—Largo —fue la amable respuesta del hombre.La joven retrocedió hacia la puerta, sin quitarle la mirada de encima o atreverse a darle la espalda. Sólo se volteó en el umbral para salir por fin. Con una sutil sonrisa torcida, Vlad bebió otro sorbo de café.La much
Samantha tomó la mano de Ingen y lo acompañó hasta la entrada. Era un día muy importante para su ex pupilo y, si ella se encontraba nerviosa, no imaginaba cómo debía sentirse el pequeño.—Eres un chico muy listo, sólo recuerda todo lo que te dije y se valiente.Aprovechando que ella estaba agachada a su altura, él se atrevió a abrazarla. El aroma de su cabello era agradable, tanto como para desear olerlo durante mucho tiempo.—¿Empezarás tu primer día llegando tarde?El tierno abrazo acabó abruptamente con el amable saludo de Vlad. El niño salió tras él, cabizbajo. Más parecía que se dirigía a la horca que a la escuela. Samantha los vio subir a ambos a la parte trasera del auto negro y el conductor se los llevó. Se despidió con su mano cuando el pequeño volteó a mirarla y le respondió alegremente. Junto a él, la expresión fría y espeluznante de su jefe la hizo acabar bajando la mano y metiéndose rápido a l
—Amo. Amo Vlad. Con su permiso, amo. Buenos días, amo. Qué tenga buenas noches amo. ¿Por qué siempre está molesto, amo? Ser amable no lo hará perder dinero, amo.Samantha no podía dormir pensando en la nueva jerga laboral y fue a prepararse un té a la cocina. Uno con miel y limón siempre la relajaba. Hablaba sola aprovechando que todo el resto de sirvientas dormía.—¿Hay algo que le incomode, amo? Conozco un excelente remedio para las hemorroides. —Rio traviesamente hasta que se dio la vuelta.La taza se le resbaló de las manos y gritó, peor que si hubiera visto al tipo ese que mataba jovencitos en su película de terror favorita. Esos jóvenes no conocían el verdadero terror de ser descubierta por su jefe en un momento tan inapropiado como aquel. Era una conducta imperdonable y esperó que la despidiera en el acto. No le importaba tener que dormir en la calle. Encontraría un nuevo trabajo y le pagaría la deuda en cuotas, pero no deseaba tener que verle la cara otr
Vlad tuvo que repetir su petición porque ella no acababa de dar crédito a lo que oía. Y Vlad Sarkov jamás tenía que repetir. No había nacido quien se atreviera a contradecirlo. Había crecido sabiendo que siempre obtendría lo que deseaba, así lo habían criado sus padres y así lo había confirmado él. Y lo que deseaba era dormir con el cervatillo gigante.—Se ha equivocado conmigo. No soy esa clase de persona. No haré tal cosa, no insista por favor, tengo mi dignidad y mi orgullo.—Me estás insultando.—¡Es usted quien me insulta! Soy una joven decente, que gana dinero honradamente y no voy a meterme en su cama.—No te pagaré por tal cosa. Es más, tú me lo debes.—¡Pues no pagaré con mi cuerpo!La apacible expresión de Vlad casi se interrumpió con una sonrisa. Ella era muy divertida.—No estoy interesado en tu cuerpo. Yo duermo, tú duermes, sólo pido que lo h
Intento de envenenamiento, injurias y calumnias, e****a, esos eran los cargos en su contra. En cosa de horas, ella se había convertido en una de las criminales más buscadas de la ciudad. Había movilizado a todo un contingente policíaco que no se detuvo hasta encontrarla.Samantha, sentada en el banco de la oscura celda, tenía una tétrica sonrisa en la cara. Alguien le jugaba una broma, eso debía ocurrir, no podía ser real. En cualquier momento aparecían los camarógrafos para revelarle que todo había sido orquestado para la diversión de una audiencia feroz. Todos a su alrededor seguían un retorcido guión y se esmeraban en desempeñar a la perfección su papel: los oficiales que la detuvieron, los que la interrogaron tal como si fuera una asesina en serie y se negaban a creer en su palabra y los que evitaron meter a otros detenidos en la misma celda que ella: era peligrosa.Y en este mundo del absurdo, donde nadie hacía caso de sus palabras, V
"Báñate”.Esa simple palabra le había puesto a Sam los nervios de punta. El mensaje le llegó a las diez de la mañana. Sólo eso, sin contexto, sin explicación. Le dio vueltas al asunto. Su jefe ya se había ido a trabajar hacía al menos dos horas y ahora le ordenaba eso.En medio de una reunión donde se discutía el futuro de un proyecto inmobiliario, Vlad Sarkov, sentado a la cabeza de la larga mesa de directivos, sonrió sutilmente viendo la pantalla de su teléfono. Lo miraron con disimulo. Él jamás se distraía en una reunión.“¿Ahora?”Esa había sido la respuesta de la muchacha. El tiempo que le había tomado en preguntarlo era lo que le divertía: veinte minutos desde que lo leyera. Era realmente lenta.“En la noche. Hoy dormirás conmigo”.Sabía que no habría respuesta y dejó el teléfono en la mesa. Interrumpió al hombre que
—¿Tienes problemas cerebrales? No haré eso.—Pero amo, es una excelente idea.—No me hagas repetirlo —sentenció y ella salió corriendo de la habitación.La primera idea de Sam había fracasado antes de comenzar y era la mejor que se le había ocurrido. Era infalible, pero a su idiota jefe parecía preocuparle demasiado su reputación como para fingir que tenía un malestar estomacal. La diarrea era un problema completamente natural. Simplemente debía quedarse encerrado en el baño durante el almuerzo y ya, fin del problema. Ahora tendría que pensar en otra cosa.Sirvienta estafadora: ¿No puede salir a dar un paseo y así evitar el almuerzo? Es un lindo día para pasear.Jefe idiota: No estoy de humor para salir.Samantha gruñó, guardándose el teléfono en el bolsillo. La solución era tan simple. De seguro el maldito lo hacía para fastidiarla. Uno d
Samantha salió de la ducha envuelta en una toalla. Luego de dejar la habitación de Vlad Sarkov, lo primero que hizo fue darse un baño para quitarse toda la suciedad de encima. Había estado cerca de quince minutos bajo el chorro de agua. Seguía sintiéndose sucia.En el espejo junto al clóset observó la marca que era su castigo. Nada había resultado como imaginaba y la lesión circular y enrojecida que había en la parte trasera de su hombro era la muestra. Al mirarla se descubría deseando haber recibido los azotes con el cinturón o incluso un puñetazo. La humillación hubiera sido incomparablemente menor que al sentir la boca de su jefe succionando impúdicamente su piel. ¡Cómo se había atrevido! Todas las formas en que la trataba la hacían creer que el asco era lo más intenso que él podía sentir por ella. No atracción, mucho menos deseo. Esas marcas eran hechas entre amantes, eso era lo que no entendía. Ellos no eran amantes ni mucho menos, la máxima intimidad