Intento de envenenamiento, injurias y calumnias, e****a, esos eran los cargos en su contra. En cosa de horas, ella se había convertido en una de las criminales más buscadas de la ciudad. Había movilizado a todo un contingente policíaco que no se detuvo hasta encontrarla.
Samantha, sentada en el banco de la oscura celda, tenía una tétrica sonrisa en la cara. Alguien le jugaba una broma, eso debía ocurrir, no podía ser real. En cualquier momento aparecían los camarógrafos para revelarle que todo había sido orquestado para la diversión de una audiencia feroz. Todos a su alrededor seguían un retorcido guión y se esmeraban en desempeñar a la perfección su papel: los oficiales que la detuvieron, los que la interrogaron tal como si fuera una asesina en serie y se negaban a creer en su palabra y los que evitaron meter a otros detenidos en la misma celda que ella: era peligrosa.
Y en este mundo del absurdo, donde nadie hacía caso de sus palabras, V
"Báñate”.Esa simple palabra le había puesto a Sam los nervios de punta. El mensaje le llegó a las diez de la mañana. Sólo eso, sin contexto, sin explicación. Le dio vueltas al asunto. Su jefe ya se había ido a trabajar hacía al menos dos horas y ahora le ordenaba eso.En medio de una reunión donde se discutía el futuro de un proyecto inmobiliario, Vlad Sarkov, sentado a la cabeza de la larga mesa de directivos, sonrió sutilmente viendo la pantalla de su teléfono. Lo miraron con disimulo. Él jamás se distraía en una reunión.“¿Ahora?”Esa había sido la respuesta de la muchacha. El tiempo que le había tomado en preguntarlo era lo que le divertía: veinte minutos desde que lo leyera. Era realmente lenta.“En la noche. Hoy dormirás conmigo”.Sabía que no habría respuesta y dejó el teléfono en la mesa. Interrumpió al hombre que
—¿Tienes problemas cerebrales? No haré eso.—Pero amo, es una excelente idea.—No me hagas repetirlo —sentenció y ella salió corriendo de la habitación.La primera idea de Sam había fracasado antes de comenzar y era la mejor que se le había ocurrido. Era infalible, pero a su idiota jefe parecía preocuparle demasiado su reputación como para fingir que tenía un malestar estomacal. La diarrea era un problema completamente natural. Simplemente debía quedarse encerrado en el baño durante el almuerzo y ya, fin del problema. Ahora tendría que pensar en otra cosa.Sirvienta estafadora: ¿No puede salir a dar un paseo y así evitar el almuerzo? Es un lindo día para pasear.Jefe idiota: No estoy de humor para salir.Samantha gruñó, guardándose el teléfono en el bolsillo. La solución era tan simple. De seguro el maldito lo hacía para fastidiarla. Uno d
Samantha salió de la ducha envuelta en una toalla. Luego de dejar la habitación de Vlad Sarkov, lo primero que hizo fue darse un baño para quitarse toda la suciedad de encima. Había estado cerca de quince minutos bajo el chorro de agua. Seguía sintiéndose sucia.En el espejo junto al clóset observó la marca que era su castigo. Nada había resultado como imaginaba y la lesión circular y enrojecida que había en la parte trasera de su hombro era la muestra. Al mirarla se descubría deseando haber recibido los azotes con el cinturón o incluso un puñetazo. La humillación hubiera sido incomparablemente menor que al sentir la boca de su jefe succionando impúdicamente su piel. ¡Cómo se había atrevido! Todas las formas en que la trataba la hacían creer que el asco era lo más intenso que él podía sentir por ella. No atracción, mucho menos deseo. Esas marcas eran hechas entre amantes, eso era lo que no entendía. Ellos no eran amantes ni mucho menos, la máxima intimidad
Samantha apagó la alarma de su teléfono antes de que sonara. No recordaba haber dormido. Había estado investigando toda la noche sobre la extraña muerte de la novia. Se puso las pantuflas al revés. No lo notó hasta que salió del baño. Bostezó cuatro veces de camino a la cocina. Era tarde cuando le llevó el café a su jefe. Él la miró de mala gana por el tiempo suficiente para incomodarla. Miró el café con la misma expresión.—¿Estás enferma?—Amo, no necesita ofenderme. Si hice algo que lo molestara, sólo dígamelo y lo remediaré.Vlad rodeó su escritorio, plantándose frente a ella. De cerca la muchacha se veía mucho más espantosa. Las oscuras ojeras la hacían parecer un mapache, los ojos de cervatillo lucían irritados, rojos. Piel cenicienta y el cabello pajoso y apelmazado, sin brillo. Dudaba que estuviera sucio, ayer se veía normal y ahora parecía no haber sido lavado en días.Samantha tenía un nudo en la
—¡Por favor, no me mate! —le gritó a Vlad en la cara.Él se apartó, todavía sobre ella.—¿Crees que te mataría en mi casa? ¿En mi cama? No digas estupideces.Eso no la tranquilizó.—¿Qué va a hacerme entonces? Ya confesé y dijo que sería piadoso. Cumpla su promesa y déjeme ir al baño o reventaré.Vlad suspiró. Sacó las llaves del cajón del velador. Siempre estuvieron allí, tan cerca y tan lejos a la vez. El destino era cruel y burlesco, pensó Samantha corriendo al baño.¡A su baño!Esa desvergonzada no había aprendido nada, pensó Vlad. Usar el mismo baño que él ¡Qué descaro! ¡Qué imprudencia! ¡Qué masoquismo el suyo al provocarlo de esa manera! ¡Qué mujer tan…!—¡Ahhh!... —gimió Samantha desde el baño.El placer de liberar su vergonzosa urgencia era indescriptible, como pocas cosas en la vida. El dolor en el vientre, la ve
A la misma hora que Samantha oraba en la iglesia por un milagro, Vlad iba camino a una desarmaduría de autos.—Amo Vlad, no era necesario que viniera, yo podía confirmarlo —dijo el conductor, estacionando el vehículo junto a la caseta del vigilante.—Debo verlo con mis propios ojos, Markus.El vigilante los guio por entre las pilas de autos inservibles y herrumbrosos. Olía a metal y a aceite viejo. El viento que se colaba por entre los fierros retorcidos entonaba una melodía similar a un silbido, rasposo, doliente como un lamento.—Éste es. Ha estado aquí por años, sepultado bajo un camión que sacamos ayer. No tiene la matrícula, pero el número de serie del motor coincide con el que busca, igual que el modelo y color —dijo el encargado.El color, pensó Vlad, avanzando hacia el amasijo de metal que una vez fuera un auto rojo. Ya nada quedaba de tal color. Tampoco había puertas y el techo ha
Tras lavarse los dientes concienzudamente en su habitación, Samantha rio a carcajadas. Lo mejor había sido la expresión atónita de Vlad Sarkov. Sí que lo había sorprendido, si hasta creyó que se desmayaría ahí mismo o se pondría a llorar. Su jefe llorando, ese sería un espectáculo digno de ver.Había requerido de mucha determinación decidirse a besarlo, pero luego del casi robo y experimentar en primera persona la ocurrencia de un milagro, se había envalentonado. Y la adrenalina hacía hacer cosas impensadas. Había sido un simple beso y con su repugnante aliento a cebolla, pescado y ajo, ni cuenta se había dado del sabor de su jefe. Perfecto, nada desagradable que recordar. A ver si así el tipo aprendía a respetar a la gente. Se lo tenía más que merecido. Nadie era dueño de nadie y no estaba bien desear más de lo que se podía tener, sobre todo si se trataba de personas.Se llevó un dulce de menta a la boca y fue a prepararle un té. Él no se
—Señora, necesito que me diga qué le ocurre a su hijo.—Nada, Ingen está perfectamente bien. Es un poco tímido, tiene asma y esa condición en sus ojos, pero el resto está bien.—Hablo de Vlad.Samantha se había acercado a hablar con la señora en la terraza. Su jefe estaba en el despacho desde el amanecer y no le había abierto la puerta.—Vlad está perfectamente. Tuvo un largo viaje y necesita espacio —dijo ella, bebiendo un sorbo de té y volteando la página de la revista de modas que veía.¿Espacio? Sospechaba que ni con el mundo entero le bastaría.—Señora, sé que hay algo más. Él se comporta como si no me conociera.La mujer soltó una risotada.—Eres sólo una sirvienta, Sam. No creas que porque te permitió meterte en su cama serás algo más.Definitivamente no conseguiría nada con ella salvo enfadarse. Fue por Ingen. Él n