Samantha apagó la alarma de su teléfono antes de que sonara. No recordaba haber dormido. Había estado investigando toda la noche sobre la extraña muerte de la novia. Se puso las pantuflas al revés. No lo notó hasta que salió del baño. Bostezó cuatro veces de camino a la cocina. Era tarde cuando le llevó el café a su jefe. Él la miró de mala gana por el tiempo suficiente para incomodarla. Miró el café con la misma expresión.
—¿Estás enferma?
—Amo, no necesita ofenderme. Si hice algo que lo molestara, sólo dígamelo y lo remediaré.
Vlad rodeó su escritorio, plantándose frente a ella. De cerca la muchacha se veía mucho más espantosa. Las oscuras ojeras la hacían parecer un mapache, los ojos de cervatillo lucían irritados, rojos. Piel cenicienta y el cabello pajoso y apelmazado, sin brillo. Dudaba que estuviera sucio, ayer se veía normal y ahora parecía no haber sido lavado en días.
Samantha tenía un nudo en la
—¡Por favor, no me mate! —le gritó a Vlad en la cara.Él se apartó, todavía sobre ella.—¿Crees que te mataría en mi casa? ¿En mi cama? No digas estupideces.Eso no la tranquilizó.—¿Qué va a hacerme entonces? Ya confesé y dijo que sería piadoso. Cumpla su promesa y déjeme ir al baño o reventaré.Vlad suspiró. Sacó las llaves del cajón del velador. Siempre estuvieron allí, tan cerca y tan lejos a la vez. El destino era cruel y burlesco, pensó Samantha corriendo al baño.¡A su baño!Esa desvergonzada no había aprendido nada, pensó Vlad. Usar el mismo baño que él ¡Qué descaro! ¡Qué imprudencia! ¡Qué masoquismo el suyo al provocarlo de esa manera! ¡Qué mujer tan…!—¡Ahhh!... —gimió Samantha desde el baño.El placer de liberar su vergonzosa urgencia era indescriptible, como pocas cosas en la vida. El dolor en el vientre, la ve
A la misma hora que Samantha oraba en la iglesia por un milagro, Vlad iba camino a una desarmaduría de autos.—Amo Vlad, no era necesario que viniera, yo podía confirmarlo —dijo el conductor, estacionando el vehículo junto a la caseta del vigilante.—Debo verlo con mis propios ojos, Markus.El vigilante los guio por entre las pilas de autos inservibles y herrumbrosos. Olía a metal y a aceite viejo. El viento que se colaba por entre los fierros retorcidos entonaba una melodía similar a un silbido, rasposo, doliente como un lamento.—Éste es. Ha estado aquí por años, sepultado bajo un camión que sacamos ayer. No tiene la matrícula, pero el número de serie del motor coincide con el que busca, igual que el modelo y color —dijo el encargado.El color, pensó Vlad, avanzando hacia el amasijo de metal que una vez fuera un auto rojo. Ya nada quedaba de tal color. Tampoco había puertas y el techo ha
Tras lavarse los dientes concienzudamente en su habitación, Samantha rio a carcajadas. Lo mejor había sido la expresión atónita de Vlad Sarkov. Sí que lo había sorprendido, si hasta creyó que se desmayaría ahí mismo o se pondría a llorar. Su jefe llorando, ese sería un espectáculo digno de ver.Había requerido de mucha determinación decidirse a besarlo, pero luego del casi robo y experimentar en primera persona la ocurrencia de un milagro, se había envalentonado. Y la adrenalina hacía hacer cosas impensadas. Había sido un simple beso y con su repugnante aliento a cebolla, pescado y ajo, ni cuenta se había dado del sabor de su jefe. Perfecto, nada desagradable que recordar. A ver si así el tipo aprendía a respetar a la gente. Se lo tenía más que merecido. Nadie era dueño de nadie y no estaba bien desear más de lo que se podía tener, sobre todo si se trataba de personas.Se llevó un dulce de menta a la boca y fue a prepararle un té. Él no se
—Señora, necesito que me diga qué le ocurre a su hijo.—Nada, Ingen está perfectamente bien. Es un poco tímido, tiene asma y esa condición en sus ojos, pero el resto está bien.—Hablo de Vlad.Samantha se había acercado a hablar con la señora en la terraza. Su jefe estaba en el despacho desde el amanecer y no le había abierto la puerta.—Vlad está perfectamente. Tuvo un largo viaje y necesita espacio —dijo ella, bebiendo un sorbo de té y volteando la página de la revista de modas que veía.¿Espacio? Sospechaba que ni con el mundo entero le bastaría.—Señora, sé que hay algo más. Él se comporta como si no me conociera.La mujer soltó una risotada.—Eres sólo una sirvienta, Sam. No creas que porque te permitió meterte en su cama serás algo más.Definitivamente no conseguiría nada con ella salvo enfadarse. Fue por Ingen. Él n
Samantha no creyó lo que había oído. Permaneció inmóvil, tan asustada como un conejo en la carretera, como un cervatillo. Su corazón se había montado en una montaña rusa desde que su jefe regresara y ya no daba más de la angustia.—Sam —volvió a decir él, rozándole el cuello con la nariz— ¿Por qué estás llorando?—Me… me cayó jugo de limón en los ojos —dijo ella, dándole rienda suelta a su contenido llanto.Se cubrió la boca, intentando no hacer mucho ruido, pero sus quejidos y lamentos se colaban por entre sus dedos. Él la guio hasta una silla. Le levantó el rostro y le limpió los ojos con un paño húmedo. Ella lloró todavía más.—Llamaré a un médico.—¡No, no!... No es necesario... Estoy bien…—No lo parece.—Tuve una pesadilla horrible… todavía estoy asustada… —dijo ella, hipeando por el convulso llanto que ya iba en retirada.—Ya no ere
Samantha preparaba el baño en la tina de hidromasajes como su jefe le había ordenado. Agregó sales y jabón para que quedara burbujeante y relajante. Con la mano probaba la temperatura del agua. No dejaba de pensar en lo que había oído. Lo que más la mortificaba era que quizás la señora tuviera razón y ella fuera la responsable del episodio de amnesia de su jefe. El horrible beso que le había dado pudo haberlo traumatizado o revivir traumas del pasado. Era difícil de creer, considerando que se comportaba como un tirano despiadado y sin emociones, pero todo era posible. Quizás y fuera más sensible de lo que parecía.A la hora indicada fue a esperarlo en la entrada.—¿Qué te pasó? Luces como si hubieras visto un fantasma.Ella, toda pálida y temblorosa, sólo abrió de par en par sus ojos verdes y balbuceó un no ahogado, como si hablara para adentro en vez de para afuera. Las rarezas con esa mujer nunca acababan, pensó Vlad, ye
Los ojos de Samantha se abrieron a una luminosa blancura, cegadora. Ardía y dolía. Le dolía todo, hasta el cabello. Eso era bueno, supuso. No le faltaba nada. Despegó la cabeza de la almohada y se miró los pies. Seguían allí y se movían, distinguió con la vista borrosa. Habría sonreído si la cara no le hubiera dolido tanto.Oyó voces fuera de la puerta. A la habitación del hospital entró una mujer de delantal blanco y alguien que reconoció como Vlad Sarkov. Todos los dolores se intensificaron.La mujer le iluminó los ojos y comprobó su estado, le hizo preguntas generales y dio su veredicto.—Ya estás de alta —le dijo.—Pero me duele todo… Debo tener muchos huesos rotos.—Te hicimos radiografías y también un escáner. Estás perfectamente bien, sólo tienes algunos hematomas y unas fracturas en la clavícula derecha y en el brazo del mismo lado. Necesitarás llevar el inmovilizador por un tiempo y guardar reposo. Estarás más cómoda en tu casa.—Mi
Esta vez no h**o una blancura cegadora cuando Samantha se despertó. Estaba en la habitación de su jefe, pudo notar por la tenue luz que entraba a través de las cortinas, que seguían en su lugar pese a ya ser de día. Él estaba sentado en el sillón, a varios pasos de la cama. Notó su silueta, más no su expresión.—¿Qué pasó? —preguntó, mirándose toda lastimada y adolorida.—Lo hicimos —dijo él, con gravedad.—¿Qué hicimos?—¿No lo recuerdas?Samantha se tocó la cabeza, le palpitaba como si le hubiera crecido un corazón. Intentó hacer memoria. Todo su cuerpo parecía anestesiado, como si flotara en el cielo. ¡El cielo! Unas crípticas imágenes y placenteras sensaciones le llegaron, fragmentadas, imposibles de unir para recrear algo que no fuera un sueño sucio. Y con un ángel. Eso ya sobrepasaba todos los límites de la decencia y la moral. Tal vez ir tanto a la iglesia le estaba haciendo mal.Nada de eso podía decírselo a su jefe, no señor,