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XVIII Dulcemente perverso

Los ojos de Samantha se abrieron a una luminosa blancura, cegadora. Ardía y dolía. Le dolía todo, hasta el cabello. Eso era bueno, supuso. No le faltaba nada. Despegó la cabeza de la almohada y se miró los pies. Seguían allí y se movían, distinguió con la vista borrosa. Habría sonreído si la cara no le hubiera dolido tanto.

Oyó voces fuera de la puerta. A la habitación del hospital entró una mujer de delantal blanco y alguien que reconoció como Vlad Sarkov. Todos los dolores se intensificaron.

La mujer le iluminó los ojos y comprobó su estado, le hizo preguntas generales y dio su veredicto.

—Ya estás de alta —le dijo.

—Pero me duele todo… Debo tener muchos huesos rotos.

—Te hicimos radiografías y también un escáner. Estás perfectamente bien, sólo tienes algunos hematomas y unas fracturas en la clavícula derecha y en el brazo del mismo lado. Necesitarás llevar el inmovilizador por un tiempo y guardar reposo. Estarás más cómoda en tu casa.

—Mi

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