Anís. Ese era el sabor de los besos de Vlad Sarkov. Antes no pudo notarlo, cuando era Maya y lo besó a la fuerza para impregnarle el aliento a cebolla, ajo y pescado. Se alegró de no haber sentido el sabor de la boca del demonio entonces, apenas su textura y casi ni la recordaba. Debía ser por eso que sus besos se le hicieron tan familiares, así como sus manos recorriéndola por todas partes. Cerró los ojos, pensando. Éste era el siguiente paso, inevitable, predecible. Luego de hacerla dormir en su cama, esto era lo que venía, ella ya lo sabía. Y venía en el peor momento.
—¿No vas a mirarme, Sam? —preguntó Vlad, empujando más fuerte dentro de ella.
—No... —balbuceó ella, tapándose con el brazo bueno.
Si los sonidos que hacía su jefe la tenían tan húmeda y temblorosa, no imaginaba lo que le pasaría al verlo. No, ni hablar. Estaba segura de que, si miraba al demonio a los ojos, acabaría hechizada por su maligna influencia, ac
Samantha se llevó una mano a la boca. Los gemidos eran incontenibles y no quería que la escucharan. Justo con la alarma había comenzado el ataque mañanero de su jefe. Las manos que iban por todas partes, los besos húmedos y hambrientos, la firmeza innecesaria en las zonas lesionadas, eran un cóctel frenético que la hacía estremecerse. Dolía tanto ¿Sería igual de doloroso si no estuviera tan herida? ¡No¡ Aquel pensamiento sólo le traería problemas. No podía ni siquiera imaginar que esta situación se prolongara en el futuro más allá de una semana, no aguantaría tanto, la pasión desbordada de su salvaje jefe acabaría lisiándola.Por fin la tortura acabó. La presión en su cuerpo se alivianó y dejó de ser acosado por la lujuria inesperada de Vlad Sarkov. Él se dejó caer sobre su torso, apoyándole la cabeza en el hombro bueno, aunque de bueno ya no le quedara mucho. Ella permaneció inmóvil, recuperándose de los espasmos que la recorrían de pies a cabeza. Los dol
Los ojos del hombre se deslizaban sin pena por todo su cuerpo. Una sensación inquietante y muy conocida la invadió.—Yo… Yo trabajo para el amo Vlad… Él se enfadará si lo hago para alguien más.Con una sonrisa cínica él le soltó el mentón y ella retrocedió unos pasos.—Debes hacer un muy mal trabajo si terminaste así.—Fue… fue un accidente automovilístico.—Sí, por supuesto —dijo él, sin ocultar la expresión sarcástica—. Entonces, según tú, Vlad se enfadará si te pido que me traigas un whisky.Samantha estaba pensando demasiado y sus pensamientos estaban enlodados de suciedad. Apenada fue hasta el interior de la casa y le llevó el vaso de whisky a la terraza. Como era habitual, permaneció parada junto a él por si le pedía algo más.—¿Qué tipo de trabajo haces para Vlad?Sam sintió picor en el hombro, allí donde estaba plasmada la factura
Sábado, mediodía. Habían pasado diez minutos desde que Vlad le dijera a Samantha que saldrían. “¿A dónde?”, había preguntado ella, con su expresión de cervatillo en la carretera frente a un camión maderero a toda velocidad. “Ya lo sabrás”, dijo él, con su expresión de demonio sensual recién salido del averno.En cuanto su trasero tocó el asiento del auto, Sam se puso el cinturón de inmediato. No lo usaba cuando ocurrió el accidente, Julian tampoco porque habían decidido que era más urgente besarse primero. El ángel que podría haberla salvado ya no estaba y ahora ni siquiera sabía si saldría con vida de la salida con su jefe. No recordaba haberlo hecho enfadar. Últimamente lo dejaba hacerle lo que quisiera y, si eso no bastaba para mantenerlo sereno, ya no sabría qué más hacer.—Relájate ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Has hecho algo malo?Ella negó más de la cuenta. Vlad arqueó una ceja, mirando por su ventanilla. El lujoso
—Vaya. Sí que has sido eficiente, muchacha. Toma asiento.Samantha se sentó frente al escritorio. Tomken la observaba con mirada apacible. Ciertamente ella lucía mucho peor que cuando la había conocido, pero no pareció importarle ni siquiera para preguntarle por la razón.—Su hijo no es homosexual. Evan Müller tampoco. Creo que incluso comparten mujeres… Iban a compartirme a mí —dijo, con voz temblorosa.Tomken rio.—¿Qué barbaridades estás diciendo, muchacha? Habrá descubierto que lo investigabas y te estaría jugando una broma.Sin mostrar la más mínima debilidad o vergüenza en su expresión, Sam se desabrochó la blusa, enseñándole las indecentes marcas que mostraban los lugares por los que había andado Vlad, como puntos en un mapa.—Su hijo me ha presionado para que tenga relaciones sexuales con él en varias ocasiones. Él no es homosexual, se lo aseguro, pero es un deprav
La oscuridad siguió allí cuando Samantha se despertó. Quizás seguía dormida. Llegó a su nariz la fragancia del suavizante para tela al que olían las sábanas de su jefe y también sus almohadas y lo recordó todo. Se llevó una mano a la cara. Fue sujetada sobre su cabeza antes de llegar a tocar el antifaz.—No te he dado permiso de quitártelo.Él estaba despierto quién sabía desde cuándo, haciendo quién sabía qué. Esto de no ver la ponía en desventaja. Poco a poco sintió el peso del cuerpo de su jefe aplastarla. Se mantuvo alejado del brazo inmovilizado. Estaba más interesado en su cuello, que regó de besos lentos y suaves ante los que Sam no tuvo ninguna reacción. Estaba inmóvil, pero no rígida. La mejor manera de describirla era ausente.—No quiero que volvamos a pelearnos, Sam.—Eso será difícil mientras usted insista en forzarme a hacer cosas que no quiero.—Sam, imagina lo que ocurriría
Sam miraba la pantalla de su teléfono, mordiéndose las uñas. Si su jefe no le enviaba un mensaje pronto, sería ella la que necesitaría una manicurista.¿Qué problema había con su cabeza para haber creído que sería buena idea sugerirle lo de la prostituta?Cavar su propia tumba, eso había hecho. No podía permitir que se repitiera un episodio como el del baño. Decidida a evitarlo, se armó de valor y fue en busca de su jefe. Era tarde, pasadas las diez y él seguía en el despacho. Por la puerta entreabierta lo vio sentado de cara a la ventana, bañado por la luz de la luna. Sus pasos apenas se oyeron cuando entró, eran tan suaves como el tono de voz que usó.—Amo, Vlad. Lo que dije anteriormente no lo dije con mala intención, como su sirvienta sólo quiero lo mejor para usted.Él rio. Era una risa muy forzada y llena de sarcasmo.—¿Y lo mejor para mí es estar con una prostituta? Eres igual a ellos.Samantha no perdió tiempo preguntándose a q
A Sam le dolía el cuello. Era la consecuencia de haberse dormido sentada en el sillón. Eso era lo de menos, lo que la tenía corriendo por la casa era la ausencia de su jefe al despertarse. No estaba en la habitación, ni en el comedor. No estaba en la piscina, el gimnasio o la biblioteca. El maletín seguía en el despacho, así que no había ido al trabajo.En su mente turbada, oyó dos voces que se peleaban entre sí: la mala Sam le decía que se alegrara, que empacara sus cosas y se escapara lo más rápido que pudiera antes de que su jefe malvado volviera y la recordara. O la conociera de nuevo. Un episodio de fuga disociativa era una bendición caída del cielo; la buena Sam estaba preocupada. Su fuerte sentido del deber la mataba de angustia por el bienestar de su jefe, sobre todo cuando ella parecía ser la responsable de sus crisis con las estupideces que hacía.¡Acabaría por fundirle el cerebro si seguía metiendo la pata!Como
—Esta es tu paga por el excelente trabajo que has hecho, Samantha —dijo Tomken Sarkov, extendiéndole un sobre—. Debes aceptarlo, no tienes opción, no me hagas enojar.Ella guardó el sobre en su bolsillo. Era de mañana y el hombre la había llamado mientras Vlad tomaba una ducha.—¿Hay algo importante que deba saber sobre mi hijo?“Que le gusta hacerlo cuando estoy dormida o medio inconsciente por la morfina”, pensó ella, sintiendo algo de recelo. Su jefe era un tipo raro, pero poco a poco iba lidiando mejor con sus rarezas y excentricidades, ella era buena adaptándose. Nadie se acostumbraba al maltrato, eso era cierto. Acabó por descubrir que, si no se resistía a sus peticiones, él incluso podía ser amable.—No, señor, todo está bien con él.—¿De verdad? No fue lo que dijiste la última vez que hablamos. ¿Qué ha cambiado, Samantha? ¿No me digas que ha empezado a gustarte el trato que te da m