A Sam le dolía el cuello. Era la consecuencia de haberse dormido sentada en el sillón. Eso era lo de menos, lo que la tenía corriendo por la casa era la ausencia de su jefe al despertarse. No estaba en la habitación, ni en el comedor. No estaba en la piscina, el gimnasio o la biblioteca. El maletín seguía en el despacho, así que no había ido al trabajo.
En su mente turbada, oyó dos voces que se peleaban entre sí: la mala Sam le decía que se alegrara, que empacara sus cosas y se escapara lo más rápido que pudiera antes de que su jefe malvado volviera y la recordara. O la conociera de nuevo. Un episodio de fuga disociativa era una bendición caída del cielo; la buena Sam estaba preocupada. Su fuerte sentido del deber la mataba de angustia por el bienestar de su jefe, sobre todo cuando ella parecía ser la responsable de sus crisis con las estupideces que hacía.
¡Acabaría por fundirle el cerebro si seguía metiendo la pata!
Como
—Esta es tu paga por el excelente trabajo que has hecho, Samantha —dijo Tomken Sarkov, extendiéndole un sobre—. Debes aceptarlo, no tienes opción, no me hagas enojar.Ella guardó el sobre en su bolsillo. Era de mañana y el hombre la había llamado mientras Vlad tomaba una ducha.—¿Hay algo importante que deba saber sobre mi hijo?“Que le gusta hacerlo cuando estoy dormida o medio inconsciente por la morfina”, pensó ella, sintiendo algo de recelo. Su jefe era un tipo raro, pero poco a poco iba lidiando mejor con sus rarezas y excentricidades, ella era buena adaptándose. Nadie se acostumbraba al maltrato, eso era cierto. Acabó por descubrir que, si no se resistía a sus peticiones, él incluso podía ser amable.—No, señor, todo está bien con él.—¿De verdad? No fue lo que dijiste la última vez que hablamos. ¿Qué ha cambiado, Samantha? ¿No me digas que ha empezado a gustarte el trato que te da m
Sam esperaba junto al perchero de la entrada. Tenía el maletín en la mano y los ojos hinchados. Vlad no lo notó, no la miró.—¿Algo para esta tarde, amo?—Revisa la agenda.Sam lo hizo. Sólo había anotaciones de lo que él haría y ninguna indicación para ella. “Alégrate, Sam”, se dijo. “Por fin el tirano se hartó de ti y te despedirá. Alégrate, Sam, tal vez no te mate”.Ella no estaba alegre. Cuando se cansó de pensar qué había hecho para enfadarlo se fue a su habitación. Pasó las fotografías de su cámara a su computador. Iba a borrar todas las que le había tomado a Vlad. Parecía una persona completamente diferente en ellas. ¿Qué le había pasado a ese hombre tan atractivo y encantador?. Pensar que estaba atrapado en algún lugar del cuerpo del demonio la entristeció. Ojalá y pudiera descuartizarlo para traerlo de regreso.Decidida a no dejar que el recuerdo del lunático que la tenía esclaviz
Sam dio un estridente grito al sentir los fríos dedos del hombre presionarle el cuello. Alcanzó a llegar hasta la entrada del túnel, agradecida de no ver a su abuela, que todavía vivía, pero vislumbrando unos haces de la intensa luz del final. Estrangulada hasta la muerte, así acabaría y sin saber cuál había sido la razón para despertar la ira de la bestia. Eso era lo que más le dolía.Su grito de horror se ahogó en la boca de Vlad, que se le abalanzó, cambiando el agarre del cuello por las muñecas. Le llevó el brazo derecho, que era el lesionado, tras la espalda, aplastándolo contra el asiento, al izquierdo lo afirmó sobre éste. Le separó las piernas, ubicándose entre ellas.—¡Por favor, no!… ¡Amo Vlad, por favor, no! —suplicó, entre los pocos instantes que su boca era capaz de formular palabras.Los besos de Vlad eran los de un animal hambriento, que buscaba tomar todo lo que podía de su presa antes de que algún otro se
—Abre los ojos, Sam, no hagas trampa, no le temas a la imagen que allí verás. Yo la he visto varias veces y no es tan fea.Ella sintió que sus ojos picaban, pero no debía llorar. Se mordió los labios, decidida a aguantar. Nada de lo que Vlad le hiciera sería nuevo, pensó, ya lo había hecho con él muchas veces y no era tan malo como quería creer. Y, aunque le doliera admitirlo, también se sentía mejor de lo que debía.Estaba lista para sentirlo deslizándose dentro de su cuerpo cuando una sonora nalgada la hizo gritar. Fue más de la sorpresa que del dolor.—Esto es para que aprendas que, aunque estés en tu tiempo libre, yo sigo siendo tu amo ¿Lo entiendes, Sam?—S-sí, amo.Una nueva nalgada en el mismo lugar. Sonó igual que la anterior, pero le causó escozor.—No tienes permitido ser insolente con tu amo, a menos que yo te lo ordene.—Sí… amo.Otra nalgada. La hizo apretar los ojos.—No volverás a llamarme señor Sark
Sam abrió los ojos y quiso cerrarlos inmediatamente. Escondió la cabeza bajo la almohada.—No tienes nada de qué avergonzarte, Sam —dijo Vlad, con una deslumbrante y ciertamente sádica sonrisa—. Yo soy tu amo y tienes que obedecerme. Todo lo que hiciste anoche fue porque yo te ordené hacerlo ¿No? Soy un hombre muy malvado.Eso era completamente cierto. Ella era la víctima de los tratos crueles y lujuriosos de Vlad Sarkov, de sus torturas irresistibles y del placer insoportable que le causaba. ¡Ella era la víctima!—Usted es un monstruo, amo —dijo por fin, volviendo a poner la cabeza sobre la almohada.Vlad la besó. Ella todavía tenía las curitas pegadas en el rostro. Con su dedo dibujó la de la frente, trazando todo el borde. Le hacía falta una en el pómulo y más aroma a desinfectante de heridas no estaría mal, pensó él.—Sam ¿Qué hiciste con el inmovilizador de tu brazo?
La serenidad que Sam veía en el rostro de Vlad Sarkov era una trampa. Una mano dulce y cálida que se extendía para luego cogerla y lanzarla a un abismo. Tenía miedo, amaba la vida que llevaba antes de llegar con los Sarkovs, pero tantos secretos acabarían por enfermarla. La verdad la liberaría. Tomó su decisión.—Amo, antes de que decida cualquier cosa sobre mí, tenga en cuenta que soy muy torpe y que las soluciones que encuentro para los problemas también suelen serlo.—Habla de una vez antes de que me enfade.¿No estaba enfadado todavía? ¿Y qué era esa cara de perro rabioso que tenía ahora? Un embustero, eso era. Todos podían mentir y tener secretos, menos ella. Qué injusta era la vida.—Amo Vlad, ¿recuerda que Su se accidentó?Él asintió.—Yo intenté conseguir una masajista a tiempo. Créame que busqué a todas las de la ciudad, pero ninguna podía venir con tan poco de an
Sam terminó de alistarse y salió de la residencia de la servidumbre. Tenía un trabajo como fotógrafa. Esperaba poder ver a su jefe antes, pero él no había llegado. Debía haberlo hecho hacía tres horas atrás. Nada le había pasado, eso era seguro pues la señora andaba de lo más feliz con los preparativos de la cena. Cuando comprendió que sus preocupaciones eran absurdas e innecesarias olvidó el tema y arregló todo lo que necesitaría para su trabajo.Esta vez no le habían exigido usar vestido así que se vistió cómoda y casual. Estaba esperando su taxi en un banco del jardín cuando el auto de su jefe llegó. Se levantó rauda para alcanzar a saludarlo, olvidando lo absurdo e innecesario que era, pero no por mucho tiempo. Se detuvo a medio camino, observando oculta tras un árbol. Su jefe no venía solo. De su brazo colgaba Mika, que no dejaba de reír. Él también le sonreía en ocasiones. Era una escena de lo más irreal y se preguntó si no estaría soñando.
Sam llegó a la habitación de su jefe vistiendo su pijama peludo. La señora le había dado mucho en qué pensar. Demasiado en qué pensar ¿Qué era eso de las operaciones? Si ella lo decía era porque él ya lo había hecho antes ¿No? Igual podía ser que sólo nombrara perversiones al azar, pero conociendo a su jefe, él era capaz de eso y mucho más.Vlad estaba leyendo en la cama cuando ella llegó. Dejó el libro a un costado y la llamó a su lado. Sam fue a paso lento y como si cargara el mundo sobre sus hombros.—¿Qué te pasa? ¿Estás enfadada?—No, sólo estoy cansada.—Si tus trabajos de fotógrafa te quitan la energía para servirme a mí, tendrás que dejarlos.—¡No, amo, no! No es mi cuerpo el que está cansado, es mi cabeza… trabajar aquí es muy estresante.En un repentino movimiento la acostó en la cama, quedando sobre ella. La besó hasta dejarla sin aliento mientras recorría cada