Sólo había pasado una semana desde la marcha de Sasa y Cala ya la echaba terriblemente de menos. Los días se volvían largos, la monotonía la consumía, estar en el mismo lugar con Yuma y Ona la hacía sentir incómoda, todo parecía marchar mal.A veces, le parecía que era como una niña castigada, todo el día tras las faldas de Léndula, aburrida y pesada, no dejándola ni respirar.—Al menos haz algo útil, niña —le dijo Léndula un día, harta de su apatía—. Voy a enseñarte a cocinar.Se pusieron manos a la obra y Cala demostró una notable incapacidad para el arte de la cocina que terminó por destrozar los nervios de Léndula.—¡Oh, Cala, así nunca encontrarás pareja! —masculló fuera de sí, y, al instante, se arrepintió de haberlo dich
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