Lola le aplicaba una mascarilla de barro a Romina en el rostro, se la quitaba y se la volvía a poner. Vito y Benjamín jugaban y se golpeaban. Clemente cantaba algo de Los Terrícolas (muy mal, por cierto). Hanna me abrazaba y me preguntaba de qué color era mi unicornio favorito, y dibujaba en un papel un chivo multicolor con un cuerno en la frente. Y todo eso era la familia, mientras yo ahí, sentada frente a la mesa, terminando mi desayuno citadino, era yo y mi nueva vida, mi vida frente a la de unos extraños. Aun así estaba bastante feliz de tener a esta nueva familia, de haber recibido noticias de la mía en mi aldea, de estar cada día más cerca de mi sueño, de las amistades y las calles donde me perdía en el desorden, en la mitad del caos, usando las máscaras que me proveía el gran teatro de la vida. Triste, feliz, decente, indecente, miserable, miserable. Un juego de sentimie
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