No podía liberarme. Pataleaba, movía mis brazos con brusquedad, gritaba, pero nada funcionaba. Pensé en las clases de defensa personal, en las técnicas que me habían enseñado y en tratar de aplicarlas, pero por mucho que mi cerebro enviaba las órdenes, mis brazos y mis piernas no lo captaban. Estaba congelada, petrificada, el miedo me había nublado toda capacidad de razonar, reaccionar y atacar.Así que, sin fuerzas, cansada y mentalmente agotada, dejé de forcejear.Si te rindes, pierdes.Lo sabía, tenía claro que si me rendía me harían las peores cosas que podía imaginar, pero no tenía escapatoria, no tenía salvación. Ambos eran más grandes que yo en todos los sentidos. Las personas que rondaban por allí no se iban a meter por nada del mundo, ellos sabían que retar a la muerte traía consecuencias.
Leer más