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Todos los capítulos de Dulce Renuncia: Capítulo 51 - Capítulo 60
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50
—¿Cambiaste de auto? –exclamó David al verla llegar al edificio de las oficinas de H&H en un Chrysler granate. Si el auto hubiese llevado pintado por todos lados el símbolo del dólar, no habría anunciado mejor lo costoso que era.—Por qué últimamente todo lo que hago te molesta? –preguntó Marissa—. Si compro ropa, si viajo con mis amigas, si cambio de auto. Todo te molesta. Y casualmente, todo tiene que ver con el dinero.—No, no… —se disculpó él con una media sonrisa que parecía de incomodidad, no de humor—. No quise que sonara así. Es que… bueno, tu Audi es tan nuevo…—El Audi está en su cochera. No le ha pasado nada. Cuando quiera usarlo, lo usaré—. David la miró fijamente.—¿Tienes más autos?—Tengo un Audi, un Volvo, un Ferrari, un
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51
Marissa estaba agachada en medio de su sala. Le dolía el pecho, el estómago, la cabeza, la garganta.El pecho, porque el corazón no había parado de latir como si viniera de una maratón. El estómago, porque lo tenía revuelto, sentía ganas de vomitar. La cabeza, porque contener el llanto exigía demasiado esfuerzo, y la garganta, por el enorme nudo que la atravesaba y la ahogaba.—Vete, por favor –susurró. Sabía que él aún estaba al otro lado, mirando la puerta. Lo sabía de algún modo.Al fin, pasado el rato, supo que él ya no estaba allí, que se había ido.Él no volvería, no por su cuenta. Había dicho las cosas adecuadas para que nadie en su sano juicio, ni con una pizca de dignidad quisiera volver.Tomó el interfono y llamó al conserje del edificio para asegurarse de que David ha
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52
Daniel Santos llamó a la puerta del apartamento de Maurice un par de veces, pero nadie le abrió. En el edificio no había un conserje al que preguntarle por sus habitantes, así que no tenía modo de saber si David y Maurice seguían aquí. No sabía violar cerraduras, y tampoco quería tumbar la puerta. ¿Qué podía hacer?Recordó que un piso más arriba estaba la vivienda de Peter, tal vez él podía ayudar.Peter no estaba, pero la hermana de este sí.—Maurice siempre está dejando las llaves –dijo ella con una sonrisa. Lo acompañó hasta la entrada del apartamento de Maurice y empezó a esculcar alrededor. Miró debajo del tapete de entrada, luego removió la tapa del extintor incrustado en la pared; encontró la llave y se la entregó—. Déjala de nuevo en su sitio –le pidi&
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 —Explícate –le reclamó Hugh a Marissa entrando como en tropel a su oficina. Ella lo miró interrogante—. Acabo de hablar con Daniel Santos. La razón por la que David no vino anoche a la importantísima reunión de trabajo que tuvimos fue porque se reunió con un amigo para embriagarse; y la razón por la que se embriagó fue que tú le terminaste. Ahora te pregunto a ti: ¿por qué diablos hiciste esto?!Marissa se puso en pie y miró a su padre sin vacilar. Había sabido que esto sucedería, sólo que no se imaginó que fuera a ser tan pronto.—No es mi culpa. La relación sólo… terminó.—No lo puedo creer. ¿Así de simple?—¿Cuál es el problema? Antes no te interesaba tanto.—Siempre me interesó. No sólo porque eres mi hi
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Marissa entró temprano por la mañana a la oficina de su padre y dejó sobre su escritorio una carta. Al ver el asunto, Hugh frunció el ceño en un gesto ominoso.—¿Renuncia? ¿Qué mierda es esta? –le gritó. Marissa tragó saliva y se mantuvo derecha.—Sí, estoy renunciando a mi trabajo.—¡¿Por qué diablos?!—Porque necesito renunciar. He dejado todo organizado, e incluso a alguien preparado para mi remplazo.—¡No, no, no! ¡No puedes dejarme ahora! ¿Es por lo de David?—No tiene nada que ver. Simplemente me voy. Estoy cansada.—Tal vez unas vacaciones te harían bien…—No son unas vacaciones lo que necesito.—Pues no acepto tu renuncia.—Tendrás que aceptarla, papá –dijo Marissa con voz calma, y Hugh se pas&
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Cuando estaban sentados, unos a la mesa, otros en el sofá, llegó Hugh. Agatha le ofreció de su comida, pero él adujo haber comido ya. Miró a David, y al comprender que lo necesitaba, dejó por un momento su plato y fue a hablar a solas con él.—Tenemos una situación –susurró Hugh. David lo miró preguntándose si acaso sus actuales enemigos habían dado un paso ya—. Marissa dejó la empresa—. Eso lo dejó frío. No se imaginó nunca algo así. Se cruzó de brazos y miró lejos.—No sé por qué me dices eso. Yo no…—No finjas que no te interesa. Ella renunció, y dijo que se iría una larga temporada a Suiza. Esto complica un poco las cosas en caso de que recibamos algún ataque…—Realmente, no. Hay gente calificada que la puede remplazar.&mda
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 Diana Alcázar tenía la mirada perdida en el pequeño lago que había en los jardines de su casa. Era tranquilo, pero lo alimentaba una corriente subterránea, y alrededor crecían flores silvestres. Ahora no había patos o gansos por las temperaturas que cada vez bajaban más, y por eso se veía silencioso y tranquilo.Respiró profundo cuando imágenes de sí misma y sus amigos haciendo acampadas aquí la invadieron. De eso hacía ya mucho, mucho tiempo. Se sentía cada vez más lejano.Había venido a esta casa sólo por su padre, que estaba enfermo y la necesitaba; la aterraba el perderlo y no estar cerca de él, perderse lo que le quedaba de tiempo juntos, pero sí de ella hubiese dependido, habría evitado el regreso por mucho más tiempo.El timbre de su teléfono la sacó de sus recuerdos y pensami
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—¿Has visto algo de interés? –le preguntó Peter, y Michaela sonrió negando.—De verdad piensa David que esos hombres trabajan aquí?—Es una posibilidad.—¿Tú crees que trabaje aquí? ¿No sería demasiado… expuesto? –Peter hizo una mueca.—Los criminales tienen la mente demasiado retorcida, y la tuya es demasiado pura. Vamos por las cosas de David.—¿Qué dijiste? ¿Mente demasiado pura? –se rio ella echando a andar tras él.—Claro que sí. No eres capaz de pensar como lo hacen ellos.—Seguramente no, pero no soy tan ingenua.—Crees que eres osada y conoces de la vida, pero no es así. Toda tu malicia junta no es tan mala ni se compara a la “bondad” en ellos—. Michaela arrugó su entrecejo un poco espantada por ese pensamie
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David se movió en su cama y, en medio de la oscuridad, sintió a su lado el cálido cuerpo de su novia. Ella lo tenía rodeado con sus brazos, como siempre hacía, y una sonrisa se pintó en su rostro. Respiró profundo, y ella se movió con cierta pereza despertando también.—Estás aquí –susurró él—. Mi amor. Estás aquí.—¿Y dónde más iba a estar? –preguntó la voz de ella, aún somnolienta.—Oh, tuve una horrible pesadilla.—Cuéntamela –pidió ella casi balbuceando, como si se fuera a quedar dormida mientras él hablaba. Él volvió a sonreír. Este cuerpo era tan real, el tacto de su piel bajo su mano, el aroma de sus cabellos, el peso de su cabeza sobre su pecho. ¡Ah, qué bien se estaba aquí!Se movió un p
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Edward Myers había trabajado toda su vida, su larga vida, y sólo tenía veintiocho años; desde los once años había empezado a ganar dinero, cuando se dio cuenta de que definitivamente su padre pendenciero y su madre borracha no podrían llevar las riendas de la casa. Años después el uno había muerto y el otro escapado, así que se había quedado solo. Bueno, tenía un gato.Había sido del personal de limpieza en incontables edificios, vendido boletos de tren en una estación, lavaplatos en cientos de restaurantes, y dependiente en un autoservicio. No podía decir que estaba cansado de trabajar, porque la vida apenas empezaba. Los negocios fáciles se le habían propuesto muchas veces; vender drogas, transportarlas, consumirlas… o licor adulterado, o cigarrillos de contrabando. Había una razón por la que no había querido ninguna de es
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