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David se movió en su cama y, en medio de la oscuridad, sintió a su lado el cálido cuerpo de su novia. Ella lo tenía rodeado con sus brazos, como siempre hacía, y una sonrisa se pintó en su rostro. Respiró profundo, y ella se movió con cierta pereza despertando también.

—Estás aquí –susurró él—. Mi amor. Estás aquí.

—¿Y dónde más iba a estar? –preguntó la voz de ella, aún somnolienta.

—Oh, tuve una horrible pesadilla.

—Cuéntamela –pidió ella casi balbuceando, como si se fuera a quedar dormida mientras él hablaba. Él volvió a sonreír. Este cuerpo era tan real, el tacto de su piel bajo su mano, el aroma de sus cabellos, el peso de su cabeza sobre su pecho. ¡Ah, qué bien se estaba aquí!

Se movió un p

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