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Diana Alcázar tenía la mirada perdida en el pequeño lago que había en los jardines de su casa. Era tranquilo, pero lo alimentaba una corriente subterránea, y alrededor crecían flores silvestres. Ahora no había patos o gansos por las temperaturas que cada vez bajaban más, y por eso se veía silencioso y tranquilo.

Respiró profundo cuando imágenes de sí misma y sus amigos haciendo acampadas aquí la invadieron. De eso hacía ya mucho, mucho tiempo. Se sentía cada vez más lejano.

Había venido a esta casa sólo por su padre, que estaba enfermo y la necesitaba; la aterraba el perderlo y no estar cerca de él, perderse lo que le quedaba de tiempo juntos, pero sí de ella hubiese dependido, habría evitado el regreso por mucho más tiempo.

El timbre de su teléfono la sacó de sus recuerdos y pensami

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