Diana Alcázar tenía la mirada perdida en el pequeño lago que había en los jardines de su casa. Era tranquilo, pero lo alimentaba una corriente subterránea, y alrededor crecían flores silvestres. Ahora no había patos o gansos por las temperaturas que cada vez bajaban más, y por eso se veía silencioso y tranquilo.
Respiró profundo cuando imágenes de sí misma y sus amigos haciendo acampadas aquí la invadieron. De eso hacía ya mucho, mucho tiempo. Se sentía cada vez más lejano.
Había venido a esta casa sólo por su padre, que estaba enfermo y la necesitaba; la aterraba el perderlo y no estar cerca de él, perderse lo que le quedaba de tiempo juntos, pero sí de ella hubiese dependido, habría evitado el regreso por mucho más tiempo.
El timbre de su teléfono la sacó de sus recuerdos y pensami
—¿Has visto algo de interés? –le preguntó Peter, y Michaela sonrió negando.—De verdad piensa David que esos hombres trabajan aquí?—Es una posibilidad.—¿Tú crees que trabaje aquí? ¿No sería demasiado… expuesto? –Peter hizo una mueca.—Los criminales tienen la mente demasiado retorcida, y la tuya es demasiado pura. Vamos por las cosas de David.—¿Qué dijiste? ¿Mente demasiado pura? –se rio ella echando a andar tras él.—Claro que sí. No eres capaz de pensar como lo hacen ellos.—Seguramente no, pero no soy tan ingenua.—Crees que eres osada y conoces de la vida, pero no es así. Toda tu malicia junta no es tan mala ni se compara a la “bondad” en ellos—. Michaela arrugó su entrecejo un poco espantada por ese pensamie
David se movió en su cama y, en medio de la oscuridad, sintió a su lado el cálido cuerpo de su novia. Ella lo tenía rodeado con sus brazos, como siempre hacía, y una sonrisa se pintó en su rostro. Respiró profundo, y ella se movió con cierta pereza despertando también.—Estás aquí –susurró él—. Mi amor. Estás aquí.—¿Y dónde más iba a estar? –preguntó la voz de ella, aún somnolienta.—Oh, tuve una horrible pesadilla.—Cuéntamela –pidió ella casi balbuceando, como si se fuera a quedar dormida mientras él hablaba. Él volvió a sonreír. Este cuerpo era tan real, el tacto de su piel bajo su mano, el aroma de sus cabellos, el peso de su cabeza sobre su pecho. ¡Ah, qué bien se estaba aquí!Se movió un p
Edward Myers había trabajado toda su vida, su larga vida, y sólo tenía veintiocho años; desde los once años había empezado a ganar dinero, cuando se dio cuenta de que definitivamente su padre pendenciero y su madre borracha no podrían llevar las riendas de la casa. Años después el uno había muerto y el otro escapado, así que se había quedado solo. Bueno, tenía un gato.Había sido del personal de limpieza en incontables edificios, vendido boletos de tren en una estación, lavaplatos en cientos de restaurantes, y dependiente en un autoservicio. No podía decir que estaba cansado de trabajar, porque la vida apenas empezaba. Los negocios fáciles se le habían propuesto muchas veces; vender drogas, transportarlas, consumirlas… o licor adulterado, o cigarrillos de contrabando. Había una razón por la que no había querido ninguna de es
—¿Podemos reunirnos? –le preguntó Michaela a Peter por teléfono. Éste se había puesto un poco nervioso cuando se dio cuenta de que era ella quien lo llamaba, pero el tono de su voz le hizo preocuparse.—¿Estás bien?—Por teléfono no. ¿Puedes venir a mi casa, por favor?—Claro. Voy de camino a casa; tengo que bajar del autobús y tomar otro, pero…—No te preocupes. Te espero aquí—. Peter cortó la llamada haciéndose muchas preguntas. ¿Por qué lo llamaba? ¿Por qué a estas horas? Bajó del autobús pensando en que tal vez David y Maurice estaban en casa de este último aun trabajando, y a lo mejor esperaban que él se dejara ver por allí y les ayudara un par de horas más, aunque no le habían dicho nada de esto más temprano.
Michaela miró a Peter, que permanecía de pie en el jardín de entrada de su casa, mirando a otro lado y con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón.—Siento lo que dije hace un momento –dijo ella. Peter la miró de reojo.—No tienes que disculparte. Investigar quién envió ese correo es mi trabajo, de todos modos.—No me estoy disculpando para que investigues.—Bien. Entonces tampoco tienes que hacer nada por lo que David te haya amenazado.—David no me amenazó.—Quieres decir entonces que estás pidiendo disculpas por cuenta propia?—Me crees tan egoísta como para no aceptar cuando me he equivocado?—No lo sé. Tal vez no te conozco.—Sí. Tal vez no me conoces. Fuimos vecinos durante unos diez años, pero hasta ahora sostenemos una conversación real. Todo el
—¿Y qué tal besa? –le preguntó Gwen a Michaela, y ésta la miró con ojos entrecerrados.—¡No voy a contestar a eso! –le gritó. Luego hizo una mueca con la boca—. De todos modos, no fue un beso de verdad.—Estás ansiosa, ¿eh? –se rio Gwen, y Michaela le echó malos ojos.Gwen estaba tirada sobre su cama mientras ella estaba sentada sobre el tapete en el suelo. Tenía el teléfono en la mano, ansiando un mensaje de Peter, pero este simplemente no le había escrito en lo que iba de la mañana. Anoche sólo le había escrito para decirle que la reunión se había alargado más de lo que había imaginado y que terminarían su conversación pendiente hoy. Y hoy no había llegado.Hizo una mueca y miró al techo.—¿Él te gusta de ve
Marissa y Meredith salieron temprano del hospital. Esa mañana no se había levantado sin ánimo de hacer nada como siempre, ni mirando al techo, ni pensando en lo que ya no era y ella añoraba.Había despertado preguntándose si de verdad llevaba en su vientre un hijo de David.La verdad era que, a causa de su sistema de control prenatal, lo veía muy improbable, pero tres meses de retraso eran demasiado tiempo y ahora debía asegurarse, así que en cuanto Meredith le habló de la posibilidad de estar embarazada, llamó al médico que ésta le recomendó y apartó una cita para el día siguiente.Había pensado que esto de las pruebas de embarazo tomaría más tiempo, días, por lo menos, pero el resultado había salido de inmediato.Llevó el sobre ante el doctor y éste lo interpretó para ella. No estaba emba
Por la tarde, Peter entró en la casa de Michaela y la encontró atareada en la cocina. Agatha, al verlo, lo llamó y lo puso también a trabajar. Al parecer, era día de aseo general en la cocina.Michaela lo miró como pidiéndole disculpas, pero él sólo sonrió y se quitó la chaqueta para ponerse a ayudar. Luego de un par de horas colmadas de lavar, sacudir y secar, Agatha consideró que ya todo estaba limpio, y habló algo acerca de la ropa de David y subió al segundo piso.Michaela abrió la nevera y sacó un jugo recién hecho y sirvió dos vasos. Le ofreció uno a Peter y tomó ella el otro.—¿De dónde saca tantas energías? –rezongó ella—. Te juro que cada vez que hace este tipo de cosas, quisiera esconderme. ¿Cómo puede, por Dios, si tiene más de setent