El camino era estrecho y la oscuridad dificultaba el viaje. Sudores fríos recorrían su frente ante la ansiedad y la prisa, puesto que la información que llevaba era demasiado importante. Había llovido en esos días y el suelo estaba lleno de lodo. Aquel mensajero cabalgaba por las orillas de un acantilado, siendo esta la única vía para llegar a su destino. Un sonido sutil lo puso alerta, entonces, entendió que estaba a punto de ser atacado. *** —Estos son los manuscritos que te mencioné. Los vi en el escritorio de mi maestro. —Un hombre de unos treinta años, ancho, pero no gordo; con cabello negro y lacio, rostro fino y elegante y unos ojos grises que le regalaban una mirada tenebrosa, dijo con una sonrisa de satisfacción y logro—. Al parecer, él fue sucedido como guardián de la fuente. —¿Él
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