—Bueno, eres valiente y puedes tú solita con Perséfone, adiós—se despide Mattia y antes de que pueda reclamarle ya se ha metido entre los invitados, dirigiéndose a su mesa.Mierda.Dios, me dejó sola en este instante crucial. Siento una mezcla de emociones abrumadoras, entre la desolación y la rabia que bullen en mi interior. Mi mirada busca desesperada un refugio en este lugar abarrotado, evitando a toda costa sentarme en esa mesa que ahora parece un abismo.Todos parecen haberse percatado de mi presencia, sus ojos curiosos posados en mí, como si aguardaran a que decida unirme a ellos.El ambiente del elegante bar para los invitados se vuelve una tentadora escapatoria y estoy a punto de dirigirme hacia allí, cuando una mano morena se aferra con determinación a la mía.Sigo el recorrido desde su brazo hasta su pecho, para encontrarme finalmente con sus ojos de un verde profundo.Tom me observa en silencio, sin soltarme, y siento cómo la sequedad en mi boca se acentúa, nervios que se a
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