CAPÍTULO 33. EL DOLOR DE LAS EQUIVOCACIONES
La rabia me carcomía por dentro, entré a mi despacho y comencé a tirar todo, estaba ciego del enojo, lo veía todo rojo, otra vez había sido engañado por una mujer. Y aún sabiendo que ninguna era confiable, intenté creer en Sophía, pensé que esta vez sí era la indicada, me dejé llevar por su apariencia de chica buena e inocente, pero no era más que la peor zorra de todas. —Maldita, ¿cómo se atreve a siquiera pensar en hacer pasar por mío un bastardo que no lo es?—Expresé en voz alta, mientras caminaba como un animal enjaulado en mi despacho y en algunos momentos golpeaba con fuerza la pared. Hice bien en no contarle esos detalles de mi vida, porque seguro nunca habría descubierto sus artimañas, porque ella se hubiese cuidado de preñarse de otro hombre. El dolor en mi cabez
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